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Catorce portavoces en total y una ministra. Once mujeres en la tribuna del Congreso para explicar el sentido del voto de sus partidos en una ley clave de la legislatura, la que deja abierta en canal la cohesión interna entre los socialistas y Unidas Podemos ... en el Gobierno de Pedro Sánchez y la que ha agudizado hasta doler el debate sobre los derechos de las mujeres y cómo se defienden. Casi todas las que se han dirigido al hemiciclo han venido a reivindicarse como feministas; y la que no lo hace ni lo hará ni las demás se lo reconocerían, la diputada de Vox Carla Toscano, ha presentado a la extrema derecha como los genuinos protectores de las de su sexo confrontando con la ministra Irene Montero – «¿Qué va a hacer una mujer trans con una compresa?», pero también con el PP –«Apártense y déjennos defender los valores que ustedes han abandonado»-. El pulso entre las derechas a cinco semanas del 28-M ha aflorado así en un debate, esta vez sí, con mayoría de diputadas tomando la palabra y que ha evidenciado la herida que ha infligido el vinagre de la controversia por el 'solo sí es sí' en el feminismo. En los feminismos.
Herida y retroceso han sido las dos palabras triunfantes del pleno. La herida que se ha exigido históricamente en los tribunales a las víctimas para probar una agresión sexual; la herida a la que hizo referencia la ministra Pilar Llop en contra de los intereses de su argumentario para justificar la reforma de la ley y que ha proporcionado, involuntariamente, munición a Igualdad y a Podemos para sostener que el cambio legal supone el retorno «al Código Penal de La Manada»; la herida que no deja huella –lo han citado varias portavoces- por la que el futbolista Dani Alves asegura que no violó a su denunciante sino que lo que hubo aquella noche oscura en Barcelona fueron relaciones consentidas; la herida en el corazón del Gobierno «progresista y feminista»; la herida en el bloque de la investidura, con el PNV alineado con los socialistas y ERC y Bildu cargando contra ellos por valerse de los escaños de un PP al que pintaron como enemigo recurrente de los derechos de las mujeres… La denuncia del «retroceso», la otra definición del día, es lo que ha hilado las intervenciones de Bel Pozueta, Pilar Vallugera y la ministra Montero.
¿Solo se puede ser feminista desde la izquierda? ¿Cabe únicamente, entre el progresismo, una mirada unívoca sobre lo que sienten, padecen y desean las mujeres? ¿Pueden ampararse la conquista de la igualdad en 2023 desde la bancada de la derecha templada? Nadie ha planteado esas preguntas en un cruce de intervenciones centradas en qué pesa más, si las bondades de la norma –reconocidas por un grupo tan alejado de Sánchez y sus socios como Ciudadanos, hoy representado por otra mujer, la parlamentaria de etnia gitana Sara Giménez- o el sangrante agujero que ha permitido rebajar las condenas a un millar de agresores sexuales. En cómo arreglar el desaguisado, que todos –todas- reconocen de una forma u otra, también ERC y Bildu, frente a la terquedad en las filas moradas. En cómo se preserva –Igualdad y las independentistas vascas y catalanas niegan la mayor- el consentimiento reforzado por la versión original del 'solo sí es sí' en la ley ahora enmendada. Y en cómo salvar un pleno en el que ha sufrido, singularmente, la responsable de Igualdad del PSOE, Andrea Fernández, que ha hecho encaje de bolillos para presentar a su partido como el gran valedor de la «única propuesta de reforma solvente» tratando de no ahondar la brecha –la herida- con Podemos y de distanciarse del PP.
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El aplauso en pie y los abrazos al finalizar su alocución han reflejado hasta qué punto ésta es una jornada complicada para el PSOE y para las mujeres del PSOE. «El más difícil que he vivido en este ministerio y para todas las feministas», se ha permitido extenderlo Irene Montero, vestida de riguroso violeta como su compañera de pelea y de escaño, la líder de Podemos, Ione Belarra. No, nadie –ninguna- ha explicitado en la tribuna las preguntas formuladas más arriba sobre si hay un feminismo o muchos feminismos, sobre si es posible patrimonializarlo ideológicamente en la España de hoy desde la bandera histórica del progresismo, sobre si hay una izquierda feminista o varias izquierdas feministas, sobre si se puede votar derecha y reivindicarse cogiendo la pancarta de los derechos de las mujeres.
Andrea Fernández ha tenido un gesto de sororidad hacia las diputadas del PP con las que ha trabajado el contenido de la reforma al agradecerles su labor, pero se ha dicho decepcionada por «el rédito» que ha intentado cobrarse el PP del insufrible goteo de atenuaciones de penas y excarcelaciones de violadores. Ha venido a ser la respuesta a una aguerrida Cuca Gamarra que ha rematado su discurso, en el que ha atribuido la responsabilidad primigenia y esencial a Pedro Sánchez –el hombre que comanda el Gobierno, hoy ausente de visita en Doñana-, con un «Les decimos a las mujeres que lo hemos hecho por ellas y lo volveremos a hacer». Pero esto ha sido casi un pellizco de monja comparándolo con cómo se las han tenido la veterana diputada de Coalición Canaria, Ana Oramas, y la ministra Montero. «No tienen vergüenza, han dañado a las mujeres. Corrijan y pidan perdón», le ha espetado Oramas a la titular de Igualdad. «Llámeme sinvergüenza las veces que quiera, que yo aguantaré el tipo. Pero infórmese antes de subir a esta tribuna», le ha replicado la señalada.
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