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Ya no serán cientos de miles de personas como en los años álgidos del 'procés', si acaso decenas de miles. Pero la manifestación independentista de la Diada del 11-S, organizada por la ANC desde hace poco más de una década, vuelve a poner el ... termómetro a la política catalana.
La protesta ya no servirá para presionar a Madrid o al Govern para que «ponga las urnas», como antaño, sino para atar en corto a ERC y a Junts, que se encuentran inmersas en un proceso de diálogo con los socialistas y Sumar para investir a Pedro Sánchez. Tras el ultimátum de Puigdemont el martes pasado –elecciones o amnistía–, el independentismo de base, el más movilizado e irredento, emitirá su veredicto sobre si los grupos secesionistas deben apoyar a Sánchez, sabiendo que la moneda de cambio no será un referéndum.
Por primera vez, Junts se enfrenta a la calle. Los gritos de traidores y 'botiflers', que los propios junteros han alentado durante años contra los dirigentes de ERC, se les pueden volver en contra en la manifestación de este año en Barcelona. Se prevé que haya pitada para todos, lo cual será una novedad. La hostilidad (lo de las calles siempre serán nuestras, ya ha pasado a la historia) contra el Govern y ERC en la protesta del año pasado fue la gota que colmó el vaso para que Junts decidiera salir del Ejecutivo de Aragonès. Si a estos se les alinea esta vez en el bando de los «autonomistas vendidos» a España, Puigdemont tendrá un problema a la hora de decantarse por el sí a Sánchez.
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El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, y el presidente de ERC, Oriol Junqueras, ya han confirmado su asistencia a la marcha. El año pasado, los republicanos no participaron, pues quisieron evitar las imágenes incómodas. Hay dos precedentes en los últimos meses muy poco alentadores para ellos. Carme Forcadell, encarcelada y luego indultada por el 1-O, fue abucheada en el quinto aniversario del referéndum ilegal. Los manifestantes gritaron «Govern, dimisión». Los republicanos aún recuerdan esa jornada con bochorno. Igual que Junqueras, insultado en la protesta que se convocó en Barcelona contra la cumbre que Sánchez y Macron celebraron en la capital catalana. El líder de ERC se fue antes para evitar males mayores.
Fuentes independentistas admiten la incomodidad de los pitos y los abucheos «contra gente que ha estado cuatro años en la cárcel por defender la libertad de Cataluña». Pero en ERC consideran imprescindible volver a la calle, porque no están dispuestos a «regalar espacios» a nadie. Y porque necesitan de manera imperiosa reconciliarse con su votante tradicional, el independentista clásico, que les ha castigado en las dos últimas citas electorales. En las municipales, Esquerra perdió 300.000 votos respecto a 2019 y en Barcelona pasó de primera a cuarta fuerza; en las generales, se dejó 400.000 votos y retrocedió de la primera a la tercera plaza.
La duda ahora es si la ANC reincidirá en sus discursos incendiarios o si dará algo de oxígeno a las negociaciones con el Gobierno. En su manifiesto de la Diada, este sábado exigió a ERC y Junts bloquear la investidura para «debilitar» el Estado y levantar la DUIal día siguiente de la aprobación de la ley de amnistía.
En ERC celebran que Puigdemont haya regresado a la senda del diálogo y la negociación. Desde una posición de máximos, revestido de mucha épica y sin renunciar de forma retórica a la unilateralidad, pero dispuesto a sentarse a hablar con el Gobierno por primera vez en seis años. Y reculando, tal y como le criticarán en la manifestación, porque no ha fijado el referéndum como línea roja para apoyar al PSOE.
Tiene en su poder que haya o no nuevas elecciones. Vuelve a estar en el centro del tablero, porque los 7 escaños de Junts son decisivos para armar una mayoría de izquierdas y soberanista. Por tanto, la presión es mayor. «Nunca aguanta la presión de los más radicales», señalan en ERC.
En 2017, cuando ya parecía que se había decantado por convocar elecciones, las presiones le llevaron a dinamitar los puentes y declaró la independencia. Si pacta con Sánchez, los más radicales se le echarán encima. Con el agravante, de que la ANC espera ese movimiento para impulsar una lista electoral y quedarse con la parte del pastel del independentismo más radical que en las últimas citas se ha quedado en casa. Solo en las generales, ERC, Junts y la CUP perdieron entre las tres 700.000 votos, muchos de ellos abstencionistas molestos por la parálisis del 'procés'.
No es solo que Carles Puigdemont haya salido de un día para otro del ostracismo y se haya instalado en el centro del tablero político español. Es que además, si la jugada le acaba saliendo bien, podrá regresar a casa y presentarse a las elecciones catalanas, que se celebrarán antes de 2025. Como si no llevara seis años fuera de casa, ni hubiera huido tras ser destituido con la aplicación del 155.
De estar aislado en Waterloo a estar en disposición de volver a ser presidente de la Generalitat. La vida da muchas vueltas. Qué se lo digan a Puigdemont, que tiene una oportunidad de oro. El capricho de la aritmética, y la negativa del PP y PSOE a entenderse, han regalado una bola de partido al expresidente de la Generalitat, justo en el momento en que empezaba a tenerlo más crudo. La última sentencia de la justicia europea, del mes de julio, le dejó sin inmunidad parlamentaria y en riesgo de que esta vez sí Bélgica se vea obligada a extraditarlo, si así lo solicita el juez Llarena, que está a la espera de una última resolución de la justicia europea. Fuentes independentistas señalan que el fallo del TGUE tiene mucho que ver en el cambio de posición del líder de Junts, partidario de rehacer puentes. El factor personal siempre pesa.
Puigdemont huyó hace seis años de España escondido en el maletero de un coche y hasta la fecha ha conseguido esquivar a la justicia española, a pesar de que fue detenido en Alemania e Italia. Su lucha política a favor de la autodeterminación, como «exiliado», ha acabado por confundirse con su batalla personal por derrotar a la justicia española y poder volver.
Con el paso del tiempo, él mismo fue aislándose en su refugio de Waterloo, pues renunció a todos sus cargos orgánicos en el partido y se fue apartando del día a día. Lideró la creación de la Crida y de Junts y luego se centró en el Consejo para la República, pero sin dejar de incidir en la política catalana: intentó torpedear la mesa de diálogo entre el Gobierno y el Govern y promovió la salida de Junts del Govern.
Antes de las generales, ya intuía que Junts sería determinante, porque se aseguró un grupo parlamentario en el Congreso muy fiel, que no le hiciera lo de Marta Pascal, que se unió al bloque de la moción de censura contra Mariano Rajoy sin su aval. Así, antes del 23-J, abortó el intento de Jaume Giró, del sector más posibilista de Junts, de liderar la lista para el Congreso y puso a sus escuderos para seguir teniendo el mando.
Ha pasado de ser casi un apestado, un prófugo, a ser el socio preferente del Gobierno español, papel que ha arrebatado a sus archienemigos de ERC. Sánchez dijo de él que era un problema para España y luego le calificó de mera anécdota, porque ya no pintaba nada. Ahora, recibe ni más ni menos que a una vicepresidenta del Gobierno de España, Yolanda Díaz, para negociar la investidura y espera la visita de algún destacado dirigente del PSOE, que cuando le vea tendrá que tragarse todo lo que decía de él.
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