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Los cambios vividos en el sector vitivinícola en las últimas décadas resultan asombrosos. Sistemas de producción, de cultivo, de vinificación e incluso de distribución y márketing han supuesto una revolución en zonas eminentemente vinícolas como La Rioja. Y la mutación también se hace evidente en ... un aspecto clave: la superficie sobre la que se hincan las viñas. Hasta 1996, un contundente «queda prohibido el riego de la vid» abría el artículo 42 del Estatuto de la Viña, el Vino y los Alcoholes, que databa de 1970.
Antes de esa fecha, el viñedo era un cultivo de secano, como gran parte del cereal, el olivo o el almendro. Hoy la realidad ha cambiado sustancialmente. Año a año, a un ritmo que se puede cifrar en unas 400 hectáreas anuales, el regadío ha comido terreno a la viña de secano. Según los últimos datos estadísticos de las superficies y producciones de cultivos en la comunidad, en 2021 de las más de 46.000 hectáreas de uva que se cultivan en La Rioja, 14.796 se ubican en tierras de regadío, lo que supone un 32%. Hace apenas dos décadas, esa proporción era de un 11%. Es decir, solo una de cada nueve cepas contaba con sistema de regadío.
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La tan defendida rentabilidad de la uva, en zozobra a día de hoy por los vaivenes del mercado con una producción históricamente al alza y un consumo en retroceso, desplazó otros cultivos asociados a las consideradas como mejores tierras, por ejemplo, las hortalizas o los frutales, más rápidos (y baratos) de reconvertir que la viña.
Si en 2004 se contabilizaban 41.760 hectáreas con irrigación, en 2014 eran 46.156 y en 2022, últimos datos de la Consejería de Agricultura, llegaban a 49.078. Los cultivos leñosos en regadío (entre los que la viña es el rey en La Rioja) se han duplicado durante estos veinte años pasando de 11.975 hectáreas a 24.246, mientras que el cereal ha retrocedido cerca de 3.000 hectáreas y los barbechos, unas 2.000.
¿Por qué esta eclosión del viñedo de regadío? La respuesta más sencilla es el rendimiento. Contar con agua (bien sea para regar a manta, por goteo o por aspersión localizada) supone vendimiar siempre más. Pero también supone la garantía de llevar uva a la bodega, algo que el cambio climático (sequías extremas, calores intensos...) ha puesto en riesgo en los últimos años en zonas menos frescas de la DOC.
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49.078 Hectáreas
de cultivo agrícola de regadío había en La Rioja a finales de 2022.
14.796 Héctáreas
de regadío se destinan al cultivo de viña solo en municipios de La Rioja.
Las inversiones millonarias de los últimos años en la creación o modernización de riegos (que continúa, por ejemplo, con los casi 30 millones de euros proyectados para la margen izquierda del Najerilla, los casi 7 que mejorarán la zona de Cenicero o los cerca de 30 destinados al Cidacos) han ampliado el potencial productor.
Y mientras crecen estas posibilidades, la Denominación debe controlar la producción, que en las últimas normas de cosecha se quedó en 6.110 kilos por hectárea de tinta y 9.360 en blanca. Esfuerzos de contención que han tenido que ser reforzados con la vendimia en verde o la financiación de la destilación, lo que ha hecho levantar la voz de algunos expertos del sector.
Con esas contradicciones alrededor del mundo del vino, no deben ocultar el verdadero fondo del asunto: la garantía de agua, un recurso cada vez más preciado e impredecible. Una situación que asociaciones ecologistas como Greenpeace han llegado a calificar, a nivel nacional, como «la burbuja del regadío».
Agua para la viña, sí... Pero con matices. Las organizaciones agrarias reconocen que el Rioja vive momentos complicados, pero que no se puede ser cortoplacista ni simplista en un problema con muchas aristas. Para Igor Fonseca (ARAG-Asaja), «los extremos siempre son malos». «El regadío, sobre todo a causa del cambio climático, es necesario en zonas que ofrecerían rendimientos insuficientes o en situaciones en las que el estrés hídrico no resulta positivo, sino que es extremo y pone en riesgo la calidad, como en los dos últimos años». «Su uso debe ser racional y no pensando en incrementar la cantidad, sino buscando la calidad», añade.
Para Leticia Olasolo (UAGR-COAG) plantar viña en suelos de regadío «obviamente mejora la productividad, aunque tal vez no sea lo mejor para la calidad». Eso sí, en momentos críticos cada vez más habituales a causa de un clima mucho más extremo, puede salvar una vendimia.
«Hay que tratarlo como una herramienta necesaria, pero en su justa medida», indica Néstor Alcolea (UPA-UPTA). Veranos que han acabado quemando las hojas de las cepas y pasificando uvas antes de la recolección solo pueden combatirse con agua. «Un riego permite que la uva llegue a una maduración óptima. Si no, la calidad se reduciría, especialmente en zonas que no son frescas», apunta Alcolea. «El riego para respaldar la calidad es un recurso tremendo», abunda Fonseca.
Para Alcolea, después de «cuatro años sin beneficios, toca repensar y buscar cultivos con más rentabilidad, es decir, apostar por la diversificación». Esa palabra también utiliza Olasolo, aunque reconoce que «no solo la uva, sino casi todos los cultivos» pasan por un momento de crisis y que reconvertir viñedo «supone un esfuerzo mayor porque cuenta con unos costes muy altos»
Para los tres representantes de las organizaciones agrarias, el regadío es sinónimo de futuro en el campo y ven en un espejo cercano, el de Navarra, las posibilidades existentes. «Queda mucho por avanzar. Hay regadíos con poca eficiencia y otros pendientes de modernización», señala Olasolo. «No siempre han ido de la mano regadío y concentración parcelaria. Hay muchas zonas en que lo más racional sería llevar a cabo la parcelaria y transformar el regadío, lo que permitiría cultivos mecanizados de más extensión y que son rentables, como el brócoli, la coliflor... Si no se hace una parcelaria, se limitan las posibilidades», añade.
«Sin duda, el regadío es fundamental para el futuro. Y hay que llevar a cabo inversiones, el problema es que al agricultor le toca pagar y con los márgenes actuales, no resulta fácil de afrontar», analiza Alcolea. Además, está cada vez más presente la diferencia entre agricultor y propietario de los tierras, muchas veces reacios a la inversión.
«El agua es un bien que hay que gestionar adecuadamente, pero no solo mirando a los cultivos, sino también a las redes de canalizacion. Hay que controlar todo y ver dónde se pierde», concluye Fonseca.
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