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Atesora Rioja entre sus casi 67.000 hectáreas de viñas amparadas un corazón de viñedos viejos, algunos muy antiguos, cuyos propietarios se afanan por revivir en ellos el primer espíritu de Rioja. El que marcaba el lento discurrir del tiempo en el campo antes de que desde Francia llegase a estas tierras una corriente de empresarios y profesionales del vino que adaptaron la idiosincrasia de esta comarca a sus interés más... comerciales. Intereses que pasaban por una homogeneización de los vinos a través de coupages y de las crianzas largas en madera. Que trataban de nivelar en el listón de los vinos finos los que se elaboraban en la comarca riojana aprovechando las singularidades que cada una de sus zonas de cultivo podía aportar al cesto común.
El éxito de la fórmula ha sido incontestable. Décadas después, Rioja mantiene su prestigio en el Olimpo de los grandes. Primus inter pares de las denominaciones con mayor reconocimiento, ha sabido no obstante avanzar con pasos que la aproximan hacia la convivencia con otro modelo no tan fundamentado en el tiempo de las crianzas como en el origen de las uvas con las que se elabora un vino. El campo, la tierra, el suelo sobre el que crecen las cepas y el subsuelo donde las raíces buscan los nutrientes...
El consumidor, cada vez más educado y exigente, más concienciado y más curioso, quiere ir hoy más allá. O quizás volver al principio, al tiempo cuando el vino se hacía en la viña. A su demanda emergen decenas de marcas que presumen en la etiqueta del nombre propio del viñedo de origen. O quizás haya sido al revés y primero fueron los viticultores con viñas viejas, históricas algunas, los que quisieron ponerlas dentro de la botella con su partida de nacimiento como garantía de ser un vino original.
El Consejo Regulador de Rioja se viene dando instrumentos para articular este cambio desde finales del siglo pasado. Primero fueron los Vinos de Zona y luego los de Municipio. Hace seis años irrumpían los de Viñedo Singular para atender a quienes reivindican la máxima expresión del terruño en la botella y en la etiqueta.
Actualmente son 148 los viñedos singulares registrados. Entre todos suman 246,374 hectáreas de cepas en vaso, una gotita en un océano de casi 67.000. En realidad, son todos los que están pero no están todos los que son. Aún se pueden contar muchos de esos viejos viñedos que se trabajan para dar vino con el nombre de la tierra donde nació ajenos a ese registro. Unos y otros se reivindican como parte mollar del inmenso conjunto de la DOC.
'Viñedo Singular' es «un espacio con el que reconocer y en el que incluir vinos con un origen particular», dice el Consejo. «Parcelas con características únicas, viñedos viejos de rendimiento y vigor limitado y vendimiados a mano», aclara. Sus vinos deben superar una prolija relación de condiciones que atienden desde la edad de las cepas (al menos 35 años) o la producción amparada en la explotación, menor que para el resto de viñedos, hasta las técnicas de vendimia, que debe ser siempre manual.
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Alfonso Torices (texto) | Madrid y Clara Privé (gráficos) | Santander
Sergio Martínez | Logroño
Sara I. Belled, Clara Privé y Lourdes Pérez
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