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Cuando habla de la maturana tinta y de Navarrete, a Elena Corzana se le iluminan los ojos. Es un binomio indisoluble para ella, porque habla de su pueblo y de la variedad de uva que se descubrió en él hace tres décadas, a principios de los años noventa. «Mi proyecto se basa por completo en la maturana navarreteña», dice con orgullo esta 'todoterreno' de la viña y el vino. Ingeniera agrícola, enóloga, sumiller y viticultora, se ha recorrido los cinco continentes –ha vendimiado en Francia, Nueva Zelanda, Australia, Sudáfrica o Chile y ha dirigido catas en China, Rusia o Estados Unidos– pero ahora está centrada en sus dos pasiones: «Mi pueblo y su uva».
Porque allí, en Navarrete, empezó todo. La vida de Elena –nació en 1977– después su descubrimiento de la maturana y, por último, desde hace siete años, el nuevo proyecto empresarial de esta bodeguera. Aunque en 2014 ya había plantado esa variedad por aquello de que «era de aquí», pero también porque «se adaptaba bien el terroir», a los suelos arcillosos y ferrosos de la zona. En 2016 Corzana hizo la primera vinificación, en 2017 ya se asentó en casa con su pequeña explotación –controla dos hectáreas entre viñedo propio y de terceros– y sigue dando pasos porque en este 2024 también está elaborando blancos con maturana; en total, incluyendo también tempranillo, trabaja con unos 5.000 kilos de uva.
Pero la prioridad es la tinta «y desde el primer momento te das cuenta de que es una uva distinta a las demás, con notas especiadas, balsámicas...», añade. Ofrece unas «actitudes vitícolas maravillosas», opina Pilar Torrecilla (Bodegas Martínez Alesanco), y el resultado salta a la vista: vinos «con estructura, color, intensidad y complejidad», sostiene la bodeguera de Badarán, que al igual que Elena Corzana son 'discípulas' de Juan Carlos Sancha desde el punto de vista vitivinícola.
El doctor en Viticultura y Enología por la Universidad de La Rioja está, junto al catedrático Fernando Martínez de Toda, en el origen de esta maturana navarreteña que es «el complemento perfecto para muchos vinos donde el tempranillo o la garnacha son dominantes», insiste Torrecilla. Pero también es una uva que por sí sola funciona a la perfección. «Nada que ver con las demás», apunta. Y precisamente 'Nada que ver' es el monovarietal de maturana que ella elabora y que «resume todo lo que ofrece esta variedad. Sin trampa ni cartón».
A diferencia de la blanca, la tinta «nunca fue plantada ni estudiada en la Estación Enológica de Haro» se recoge en el libro 'Variedades minoritarias de vid en La Rioja' escrito por Martínez de Toda y el profesor asociado de la UR Pedro Balda. Otra de las características que tiene esta uva, según quienes la trabajan, es su mejor adaptación al cambio climático, algo fundamental en estos tiempos que corren de adversidades meteorológicas casi permanentes, calores en invierno, fríos en verano, vendimias adelantadas... «Y es una uva muy original», dice también Martínez de Toda.
Siempre ha estado muy vinculada a la comarca de La Rioja Alta, porque si bien Navarrete pudo ser el kilómetro cero también se fueron detectando cepas en Baños de Río Tobía, Castañares o Fuenmayor. «Se hizo un gran trabajo», recuerda Sancha, que años mas tarde lamenta que «para que el Consejo Regulador la aceptara –dio el visto bueno a su incorporación en 2007– hubo que permitir también otras variedades como chardonnay, sauvignon blanc o verdejo».
Antes de que estuviera permitida su plantación, ya hubo quien vinificó la maturana con uvas de parcelas experimentales. «Era el año 2004, al poco de entrar yo a trabajar a la bodega familiar, así que cumplimos ahora veinte», recuerda Pilar Torrecilla. El 10% de la extensión de viñedo de Bodegas Martínez Alesanco, en torno a nueve hectáreas de un total de entre 85 y 90, se dedica a esta maturana que precisa ciclos de maduración más retrasados.
«Hay que tener paciencia con ella», dice desde la experiencia Carlos Bujanda Fernández de Piérola, con unas treinta vendimias a sus espaldas. La esencia de lo autóctono es lo que también le movió a elaborar vinos que «ahora me doy cuenta de que, sensorialmente, le aportan mucho a la Denominación de Origen. Esta variedad es interesantísima, sinónimo de oportunidad», dice el propietario de un grupo bodeguero nacido en Rioja Alavesa (Moreda), que siguió creciendo por Ribera del Duero y Rueda y que hace tres años se estableció en Navarrete con FyA.
Y, por supuesto, no podía faltar la maturana «que procede de aquí. Desde el principio me encantó, es perfecta para vinificar, con racimos pequeños y compactos, granos de diámetro reducido», describe. Pero también exige un cuidado especial en época de vendimia «porque hay que esperar a su grado óptimo de maduración» para que se eliminen las notas a pimiento verde o las pirazinas –olores herbáceos–, «uno de los mayores problemas de esta variedad» y que lo 'hereda' por su vinculación genética con la cabernet.
2021. Marques de Cáceres
100% maturana tinta. Primer vino tras el reinjerto del viñedo. Vendimia manual. La fermentación de la uva se hace con levadura indígena. 35 €.
2022. Juan Carlos Sancha
100% maturana tinta. La uva se encuba en barricas nuevas de roble francés donde se hace fermentación y crianza. Aromas a chocolate y pimiento verde. 12 €.
2020. Valdemar
100% maturana tinta. Crianza de 14 meses en barricas de roble americano nuevo de grano fino con tres años de secado. 24 €.
2019. Martínez Alesanco
100% maturana, con 1.164 días de envejecimiento en barrica y 300 en botella. Color rojo cereza picota intenso, aromas frutales (mora y grosella negra). 19 €.
2022
100% maturana, vendimiada a mano, despalillado sin estrujado y fermentación espontánea en tinaja de 400 litros. Intenso color picota, aromas balsámicos. 45 €.
2022
100% maturana. La fermentación de la uva despalillada se hace en depósitos de acero inoxidable y la crianza, en barrica americana durante siete meses. 16 €.
Bujanda tiene en FyA tres hectáreas de maturana tinta con rendimientos «escasos», en total unas 9.500 botellas de vino al año, que apenas representa «entre un 3% y un 5% de las ventas. Pero es un vino prestigioso para nosotros».
Con ese concepto de máxima calidad en los tintos, incluso de 'premium', trabajan en Marqués de Cáceres, que ha hecho de su departamento de I+D una verdadera apuesta por la maturana. «Nuestros proveedores históricamente han sido de uva tempranillo y en un momento decidimos incorporar otras variedades, pero nos dimos cuenta de que la maturana era lo que queríamos», sentencia Manuel Iribarnegaray, director técnico de la bodega de Cenicero.
Hasta el punto de que hace siete años dieron un paso al frente que «en otras circunstancias igual no hubiéramos dado» y compraron diecisiete hectáreas de viñedo entre Laguardia y Lapuebla de Labarca, en el corazón de Rioja Alavesa. «A priori podían no entrar en nuestro perfil», prosigue Iribarnegaray, pero si lo hicieron fue «porque íbamos a poder llevar a cabo la reconversión vegetal de ese terreno y transformarlo en viñedo de la variedad maturana».
Así fue, incluidas dos hectáreas en vaso con más de setenta años y en las que también hubo reinjertos. Y en ese caso, «incluso se puede considerar un viñedo viejo» porque fue hace seis décadas cuándo se hundió la raíz en el suelo. Aquí no ha habido arranques y posteriores plantaciones, ha sido un trabajo de cirugía en la viña, brazo a brazo y sobre la base de un pie (portainjertos) americano.
Marqués de Cáceres reinjertó hace seis años y tras un primero en el que las uvas no sirven para la vendimia ha ido elaborando vinos cada vez de mayor calidad. «Las maturanas que estamos consiguiendo en Laguardia y Lapuebla son para tintos top», más allá de un crianza. Esta variedad «ofrece una acidez que ahora, en una época en la que le falta al tempranillo, es aún más valorada». Y para los vinos de guarda «es clave. La maturana tinta es un cañón de uva», cuenta con pasión Iribarnegaray.
También en Rioja Alavesa, entre Oyón y Yécora en este caso, y también por medio de injertos han llegado a esta variedad en Bodegas Valdemar. «Tras las investigaciones de Fernando Martínez de Toda, los resultados suscitaron interés en la familia Martínez Bujanda y se buscaron esquejes y sarmientos para plantar la maturana», detalla Antonio Orte, director técnico. Fue en 2001 cuando se empieza esa labor y casi un cuarto de siglo después la firma vitivinícola suma unas diez hectáreas, 8,2 de ellas en el viñedo El Balcón de Pilatos que también da nombre a su vino monovarietal 100% maturana cada vez más demandado.
«Pero también empleamos esa uva para enriquecer nuestros reservas y grandes reservas», apunta Ana Martínez Bujanda, que junto a su hermano Jesús representan a la quinta generación de la familia al frente de la bodega. El convencimiento en la maturana es «máximo» y hasta dar con el lugar adecuado para ese viñedo icónico probaron otras localizaciones.
El Balcón de Pilatos está a una altitud de 500 metros, en tres terrazas «para vigilar las horas de insolación y aireación» y sobre un suelo «blanco, calcáreo y sin materia orgánica, donde el horizonte explorable por la raíz es escaso», describe Orte, encantado con la calidad de la uva.
Hasta tal punto los suelos adecuados para la maturana tinta son pedregosos que «cada cuatro o cinco años solemos aportar una enmienda orgánica de nutrientes a base de abono animal –estiércol de oveja–» para mantener el terreno apto, explica Carlos Bujanda, enólogo y propietario de Bodegas FyA en Navarrete. Allí empezó a escribirse la historia de la maturana tinta.
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