La tarde fluye a caballo

Juan Pedro Domecq envío a Logroño un encierro que fue manejable. El primer toro tenía ese puntito en los primeros tercios que nos hizo ilusionarnos. Llegó a la muleta con movilidad, y comenzó Urdiales tocándolo con ayudados por alto, para una vez ya en los medios colocarse y hacer el toreo en redondo con la muleta montada en la mano diestra. El toro perseguía los engaños hasta el final con repetición, tenía codicia y le permitía al paisano ligar, aunque no llegase a redondear porque el toro, a veces, se descomponía, ya que de fuerza no es que anduviese sobrado. Con las dosis curativa que le administró Diego, a media altura, logró mantenerlo, dándole sus tiempos para que repusiese. Jugó perfecto con los tiempos y se cambió la muleta a la izquierda para ahí tratar de que fluyese al natural. Al principio, por este pitón el toro se abría más, pero consiguió llevarlo ya con las revoluciones prácticamente a cero. Hubo naturales que tuvieron un calado excepcional. Cerró por molinetes antes de tirarse a matar y le premiaron con una oreja pese a la petición de dos. No le valía con otra para la puerta grande, y Urdiales lo puso todo en el cuarto pero esta vez no fue pese a un intento descomunal.

No es que se apagase pronto el toro sino que tenía una embestida muy desigual y no se entregaba, aunque tomaba los vuelos y repetía. Tenía muchas teclas y no rompió. A medida que avanza la faena se desplaza con un aire más bobalicón que carecía de uniformidad. Esfuerzo mayúsculo el de Diego Urdiales con un toro poco agradecido. Logroño le espera de nuevo este miércoles.

La versión con la que Manzanares consiguió la oreja del tercero fue otra muy diferente a la de Urdiales. Otro capítulo. Otra historia. El de Juan Pedro no tuvo esa clase para perseguir la franela y se quedaba tan corto que a Manzanares no le quedaba otra que salir pitando de la suerte para esquivar el derrote y tratar de enganchar el siguiente.

Al natural logró los mejores pasajes pero sin llegar a profundizarlos, pero la espada entró magistral y ese premio se la reconoció. Al sexto le faltaba un punto más a la hora de empujar los engaños, pero era pronto y se desplazaba con buen son, y eso le permitió a Josemari, antes de que claudicase la res, componer una faena que tuvo más ligazón que hondura por el pitón derecho.

El público le entregó todo lo que tenía y le acompañó con palmas que le transmitían su gozo. La música llenó la escena y aquello fluyó contagiando a quien anduviese despistado. Pese a fallar con el acero, se le premió con una liviana oreja que cerró la tarde en la que Hermoso de Mendoza se marchó en volandas.