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Una ciudad, un río que la baña y, por tanto, una necesidad de comunicar ambas orillas que no es nueva y siempre ha estado ahí. Y que, de hecho, sigue estando... Logroño dispone actualmente de cinco conexiones sobre el Ebro, cuatro de ellas en forma de puente y otra de pasarela, aunque no conviene olvidar que cuenta con hasta tres más aún pendientes.
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Javier Campos
Lo de tender puentes, en lo que a la actual capital de La Rioja se refiere, se inició hace mil años. Y si bien no existe una fecha exacta para el primer puente que atravesó el Ebro a la altura de Logroño, el Fuero de 1095 es la primera referencia escrita conservada de un paso sobre las aguas, pasos a día de hoy con 2003 como la última fecha en la que la ciudad se dotó de una nueva infraestructura para cruzar de una ribera a otra.
El reciente fallecimiento del ingeniero navarro Javier Manterola, con necrológicas allá por donde dejó su firma en forma de viaducto, ha vuelto a hacer que se hable de puentes, de los tendidos y de los que todavía quedan por tender, de los que fueron, son y tal vez serán en esa necesidad, que nunca desaparecerá, de comunicar ambas orillas. Algo de lo que tampoco el avance de la revisión del Plan General Municipal (PGM), como no podía ser de otra manera, se olvida.
El Cuarto Puente, bautizado oficialmente como Práxedes Mateo Sagasta, el que se sitúa más al oeste de la ciudad, fue inaugurado hace 21 años tras una inversión de 12,78 millones para un proyecto del que entonces se dijo que era el único en el mundo en el que los tirantes que penden del arco central abrazaban por fuera las pasarelas circulares peatonales en lugar de sujetar el eje central. De hecho, fue construido sin ningún apoyo sobre el río, desde el final de El Cubo hasta Las Norias, donde el casco urbano ya comienza a desdibujarse (justo como pasa en el que fue el tercero, el más al este, en este caso sobre la actual A-13 y que data de 1985).
Más de 100 años antes, también en Logroño se habló mucho de puentes, pues la historia del más antiguo, en este caso el de Hierro, y el más monumental, el de Piedra cuya reconstrucción es solo algo posterior, se solapan tras un trágico acontecimiento que aún se recuerda: el naufragio del puente volante ocurrido el 1 de septiembre de 1880 en el que noventa militares perdieron la vida.
Para conocer los antecedentes del suceso habría que remontarse a 1775, cuando una gran riada cubrió todo el puente y hundió uno de los torreones. El deterioro de la infraestructura levantada en el siglo XII por San Juan de Ortega fue creciendo por culpa de la I Guerra Carlista, hasta que en 1871 se optó por derruir el resto al encontrarse en ruina. Así lo contaba Marcelino Izquierdo Vozmediano en estas mismas páginas coincidiendo con el 135 aniversario de un drama del pasado que todavía está presente.
«Un paso provisional de madera, que permitía al puente seguir manteniendo el servicio de forma precaria, se hundió el 9 de agosto de 1880 al paso de una sección de artillería. Era necesario, pues, buscar una solución de urgencia, solución que llegó de la mano del cuerpo de pontoneros del Ejército, que instaló en pocos días un puente volante», relataba en la previa a una catástrofe muy sonada en la época, por todo el mundo además, que llevó a las autoridades, nacionales en este caso, a tomar medidas.
Nacía así el proyecto del Puente de Hierro, inaugurado en 1882, siendo presidente del Consejo de Ministros el citado Práxedes Mateo Sagasta. El Puente de Piedra, por su parte, sufrió una remodelación total al poco, bajo la dirección del ingeniero riojano Fermín Manso de Zúñiga, y fue inaugurado el 11 de junio de 1884, festividad de San Bernabé.
Tuvo que pasar otro siglo, eso sí, para volver a plantear una necesidad semejante, en este caso en 1986, cuando quedó abierta la primera y hasta ahora única pasarela sobre el río Ebro, en el parque del mismo nombre y denominada 'peatonal', justificada con el planteamiento de facilitar la comunicación entre las áreas recreativas construidas en la margen izquierda del río y el núcleo poblacional de Logroño, asentado en la margen derecha.
En la actualidad, en el avance de la revisión del PGM, al respecto, se citan «nuevas conexiones entre ambas orillas del Ebro». «Mediante la ejecución de nuevas pasarelas y conexiones se busca eliminar el carácter de barrera natural del río, que hace que ciertos desplazamientos peatonales resulten arduos o poco atractivos», argumenta. Y todo ello amén de las infraestructuras que llevan tiempo encima de la mesa.
Así, más allá del tan traído y llevado quinto puente, con proyecto constructivo redactado desde 2004 para unir la prolongación de la calle San Millán, cruzando por encima del parque de Santa Juliana hasta la carretera de Mendavia, hay planes, sin fechas ya visto lo visto, para las pasarelas peatonales entre El Cubo y Las Norias y entre La Ribera y el Pozo Cubillas.
Dos pasarelas más y otro puente, el conocido como quinto, llevan sobre el papel desde los años 2000. De hecho, la idea de ciudad contemplaba que tras el Cuarto, en 2003, las conexiones entre uno y otro lado del Ebro no se detuviesen. El problema es que, por distintos motivos, sobre todos económicos, no fue así. El Plan de Infraestructuras aprobado durante la época de Cuca Gamarra para el período comprendido entre 2013 y 2025 vino a sustituir al entonces existente entre 2005 y 2015 pues apenas alcanzaba un nivel de ejecución del 20% (el actual aún será menor). Fue entonces cuando se revisó y planificó todo, aunque tampoco ha sido posible y las infraestructuras siguen en un cajón. Así, al quinto puente, el de la prolongación de San Millán, lo dejaba entonces «pendiente de estudios previos»; y de las pasarelas, entre El Cubo y Las Norias y entre La Ribera y el Pozo Cubillas, calificadas de «adecuadas», no se ha vuelto a saber.
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Alfonso Torices (texto) | Madrid y Clara Privé (gráficos) | Santander
Sergio Martínez | Logroño
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