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Tres pintas, dos rubias y una tostada, coca cola zero y un botellín de agua». Iván canta la comanda de tirón, sin quitarse la mascarilla. Al otro lado del ventanuco, donde posa la bandeja, en el interior del Falstaff, su compañero ya está preparando las bebidas mientras termina de colocar en el lavavajillas los vasos de otra mesa que acaba de vaciarse. Trabajan sin tregua. Son las ocho de la tarde de un jueves con sabor a fin de semana y su terraza en la Plaza del Mercado de Logroño bulle. La noche acompaña, huele a ganas de fiesta y la clientela exprime la libertad recobrada, aunque sea con toque de queda. Parece mentira que hace nada las verjas estuvieran echadas y este mismo lugar pareciera un erial.
Una pareja de policías locales se acerca en ese momento a los camareros y pregunta si tienen colocado el cartel que debe indicar el aforo del negocio. «No sabíamos que había que ponerlo. ¿El aforo completo o el del 30% permitido dentro? Mañana sin falta está en la puerta». Las dudas de Iván y su voluntad son las que van repitiéndose en cada visita que los agentes realizan hoy en esta parte de la ciudad y a lo largo de la semana en el resto de la capital. Su misión es informar de los límites que ahora rigen y la obligación, desde primeros de mes, de exhibir en un lugar visible la capacidad máxima de cada establecimiento.
No es una tarea sencilla. Las normas han ido modificándose. Entre tanto vaivén y el palo de las semanas de cierre, la mayoría de los hosteleros están a expensas de lo que la asesoría les va indicando. Además, no todos los locales tienen a mano la información que ahora se impone. En los inaugurados a partir del 2003, el dato sobre el que los policías hacen luego el balance está incluido en la licencia correspondiente. Los que abrieron con anterioridad, por su parte, deben certificar el cálculo de cuál es el tope computando una persona por cada dos metros cuadradados útiles (sin contar barras, almacenes, pasillos, vestíbulos, aseos, cocinas...) y adaptar la documentación antes de julio.
En este fase se impone el afán de dar a conocer las nuevas obligaciones por encima de sancionar. «La disposición de los propietarios es buena y colaboran en general», confirma Ricardo, el oficial que esta noche encabeza la ronda de reconocimiento.
Alfonso ratifica sus palabras al otro lado de la barra de La Negrita. Metro en mano, verifica que cumple la normativa en las dos alturas de un local que no supera los 40 metros por planta. Dentro no hay ningún problema. «Apenas entra nadie, la mayoría prefiere sentarse en la calle, y más si hace buen tiempo», explica. Otros establecimientos incluso han descartado por ahora servir en las mesas interiores y esquivan así cualquier duda. El 75% fijado para el exterior es otro cantar, aunque tampoco se perciben aglomeraciones. «Somos los primeros interesados en cumplir lo que se exige», comenta Álvaro desde La Fama. La disposición de las mesas sobre la plaza se ajusta a los espacios ahora marcados, y solo cuando los grupos exceden el límite de seis personas o las sillas se apelotonan, advierten a los usuarios de la obligación de guardar las distancias. Alfonso constata esa manera de actuar. «A veces algunos incumplen inconscientemente, aunque otros no hacen caso de las normas y, por más que les digas... Resulta agotador».
El consumo dentro de los bares es casi una excepción a esa hora en esta zona de la capital. Solo en algunos, como el Café del Mercado, un puñado de clientes consume en el espacio habilitado junto a una de las paredes. En el cristal de la entrada principal sobresalen dos carteles. Uno avisa de la obligatoriedad de llevar la mascarilla, excepto en el momento de beber o comer. En el otro, una copia del código QR que puede escanearse para rastrear quién ha pasado por allí si llega a detectarse algún contagio. Los agentes advierten de que falta uno que indique el aforo máximo. «No lo sabía», se disculpa Vicente. «Mañana sin falta lo colocamos con los otros», garantiza, mientras distribuye en la bandeja la última ronda que acaban de pedir en uno de los veladores con vistas a La Redonda. Dos cañas y un Nestea. Sin hielo, por favor.
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