Un vecino pasa junto al lugar del crimen ante la mirada de dos agentes de la Policía Nacional Justo Rodríguez
Sucesos

«Esto se veía venir desde hace tiempo»

Los vecinos de la calle San Millán aseguran que la situación en la sucursal ocupada era «insostenible»: «No será por no haber avisado», dicen

Pío García

Logroño

Viernes, 18 de octubre 2024

A las doce y media de la mañana, en la calle San Millán, un coche de la Policía Nacional está aparcado en doble fila, junto a la antigua sucursal de Bankia. Dos agentes –un hombre y una mujer– están en la acera, vigilando. El solar ... está precintado y han puesto un tablón junto al suelo. Apenas se ve nada, pero los vecinos pasan por la acera y lanzan una mirada fugitiva al antiguo cajero. Una señora con abrigo verde se queda parada unos segundos mientras un reportero de Antena 3 repite una y otra vez la misma toma. «¡Qué fuerte!», exclama. Luego cruza el improvisado plató –cuatro cámaras están plantadas en la calle– y acaba en la otra esquina, comentando el suceso con dos conocidos.

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«Esto se veía venir desde hace tiempo», resuelven Ana y Eliseo. Ana lleva un carrito de la compra. Son del barrio, pero no se han enterado del doble crimen hasta esta mañana. No les extraña. «Desde que dejaron esa sucursal ha habido mucho lío. Primero estuvo un hombre con un perro grande, luego estos... Ahí dentro había un colchón tapando la puerta, mantas, ropa. Esto tenía que acabar ocurriendo por narices. Habría que tabicarla».

Más allá de la brutalidad del doble asesinato, a nadie parece haberle extrañado que algo así sucediera. El antiguo local de Bankia ocupa la planta baja de un edificio enorme y de buena fábrica, con ocho pisos. A Victoria, una vecina del inmueble, el olor a quemado la despertó hacia las tres de la madrugada. «Me asomé a la ventana, pero la mía da al lado opuesto y no vi nada. Lo he descubierto esta mañana», dice. «Podía haber sido mucho peor; abajo está el cuarto de calderas», suspira. Tanto Victoria como Nathan, otro vecino del mismo inmueble, confiesan que esto no les ha pillado de sorpresa. «Era insostenible. Daban mucha pena, porque llevaban una mala vida, pero no era una situación cómoda para nadie», resume Victoria. «Se veía que algo así podía pasar», confirma Nathan. «No será porque no hemos avisado veces. La Policía y el Ayuntamiento lo sabían, pero decían que no se podía hacer nada», tercia Miguel. Es la suya una opinión compartida por buena parte del vecindario. Aunque casi todos los entrevistados por este periódico aseguran que los ocupas no se metían con los vecinos, las broncas entre ellos eran habituales.

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La Policía científica

El incendio quedó por fortuna acotado al estrecho habitáculo de la vieja sucursal. En el bazar chino paredaño, la dependienta no ha notado ningún desperfecto: «No sabe», alcanza a decir con su castellano incipiente. Más información da el propietario del Gastrobar Kuki, que a eso de las once de la noche vio extraños movimientos de los habitantes de la sucursal ocupada. «Salió uno de ellos muy enfadado, se paró junto al cristal del bar e hizo el gesto de romperlo, aunque se contuvo. Luego se fue a la pared de al lado y la golpeó varias veces», recuerda. A Kuki le robaron hace unos días una de las mesas que tiene en la terraza. Acaba de verla entre los enseres que acumulaban los ocupas en la sucursal abandonada.

La policía científica ha llegado de Madrid a eso de las cinco de la tarde. Agentes con buzo, casco, linterna frontal, mascarilla y guantes examinan los restos, en parte calcinados, que han quedado por el suelo. Desde la calle, si uno aguza la vista, se distingue una manta térmica arrugada, una mochila azul, dos palés de madera y varias tarrinas de queso para untar. Una chica llega con paso urgente, deja dos rosas en el alcorque de un árbol y se va. La policía sigue con su rastreo; lleva ya más de media hora. De pronto un agente saca un sillín de bicicleta envuelto en un plástico y lo guarda en la furgoneta. «Esa mesa de ahí dentro era de mi terraza», les advierte Kuki.

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