Haro llora la muerte de Carolina

A la espera de conocer las causas de la muerte de la niña, la ciudad de Haro permanece conmocionada por lo sucedido. La edad de la niña, sumado a lo querida que era en su entorno, suponen un golpe muy duro para toda la población.

El padre de la víctima, natural de Haro y profesor en el colegio de San Asensio, es una persona muy conocida en la localidad jarrera, y aunque es tópica la frase de que nadie merece que lo ocurra algo así, quienes le conocen aseguran que en el caso de este joven jarrero adquiere todo su sentido. Es imposible encontrar a alguien que no tenga buenas palabras para referirse al padre de Carolina. Muy amigo de sus amigos y siempre con una sonrisa en su rostro. Son varias las personas del entorno con las que se ha puesto en contacto este medio y todas coinciden en sus pensamientos, que pasaban por la inocente niña de cinco años, y por su familia, padre, tíos y abuelos, todos ellos consternados por lo sucedido.

El centro educativo jarrero donde estaba escolarizada la niña fallecida, el IES San Felices de Bilibio, recibía ayer a las 14.00 horas, como cada día, a padres y familiares para recoger a sus hijos, sobrinos o nietos. La noticia, para muchos desconocida en ese momento, empezaba a ver la luz difuminada con la lágrimas de algunos de los presentes.

Una pareja, muy conocida también en la ciudad y ambos muy amigos de la familia paterna, preguntaba desolada y esperaba a que hubiera algún error, o que simplemente no se confirmara la triste noticia. Pasaban los minutos, y la angustia se cernía en el espacio infantil, donde tan sólo la alegría de alguna madre al abrazar a su hija rompía el descorazonador escenario. Nadie se lo podía creer, y aunque eran conocidos los problemas que existían entre la madre de la fallecida y su ex pareja, pocos podían imaginarse el trágico desenlace. No en vano, el padre era la cuarta vez que denunciaba ante la Guardia Civil que su ex mujer incumplía el régimen de visitas. La pareja se divorció al poco tiempo de tener a la pequeña Carolina, en 2014, y actualmente era el progenitor quien tenía la custodia de su hija, con la que vivía en la zona de El Mazo.

Nada podrá reparar la pérdida de Carolina, como nada podrá aliviar el dolor de su padre, un hombre modélico y que ha tenido que pasar por un auténtico infierno desde el nacimiento de su hija, solamente endulzado por la propia criatura. Ahora, y más que nunca, todos los jarreros se suman al dolor de esta familia que, desgraciadamente, sólo podrá llorar y recordar a la inocente menor.

La vida en el colegio, al que por desgracia hoy ya no asistirá Carolina, nunca podrá ser igual. Por extensión, toda la ciudad de Haro tendrá difícil recuperarse de un golpe de tanta crueldad.