Unai, con la bandera trans. Sonia Tercero

Unai Atxa | 23 años

«No terminaba de coincidir lo que decían que era con lo que estaba sintiendo»

«Con 12 o 14 años poner un vestido a una persona trans es ponerle una etiqueta que no va con esa persona», relata

Carmen Nevot

Logroño

Domingo, 21 de enero 2024, 13:59

Unai Atxa tiene 23 años, aunque en nada le caen los 24. Nació en Leioa (Vizcaya), pero se ha criado en La Rioja. Primero en Calahorra, luego en Fuenmayor y desde hace ya unas cuantas primaveras vive en Logroño. Siempre tuvo la sensación de que « ... no terminaba de coincidir lo que decían que era con lo que estaba sintiendo», cuenta. En su caso no encajaban las piezas del puzle, «aunque en realidad, si lo piensas, el género es un concepto abstracto. Somos seres conscientes y hemos creado la imagen de identidad, pero si preguntas a un gato, y si pudiese hablar, no te diría que es un gato», reflexiona. En su caso, la imagen de lo que dicen que es no encajaba con lo que pasaba por su cabeza y esto, sostiene, «son errores que se corrigen con la transición para poder tener un sentimiento de pertenencia a la sociedad en la que vivimos». Unai siempre lo sintió así, pero nunca supo ponerle nombre. A los 17 años empezó a relacionarse con gente trans y aquella idea empezó a rondarle con fuerza por la cabeza. «Cuadraba perfectamente con lo que sentía», relata.

Publicidad

El día de su 18 cumpleaños lo soltó a bocajarro. Se cortó el pelo y se cambió de ropa: «Me puse con lo que iba cómodo, en lugar de con lo que siempre había tenido que ir y, aunque iba 'cagao' porque a mucha gente la echan de casa por cosas así por mucho que esté legalmente prohibido fui a 'degüello' y lo dije». No pudo evitar el 'shock' inicial, pero una vez que sus familiares digirieron la noticia tuvo un apoyo total. ¿Por qué esperó hasta los 18? Cuenta que lo hizo porque, aunque no creía que fuera a pasar, si le echaban de casa podía empezar a trabajar y labrarse una vida.

No obstante, sus padres sospechaban que algo no iba bien. Unai tenía una gran depresión –a día de hoy dice que todavía arrastra algunos síntomas– y convivía con un lastre «emocional enorme». Una carga que soltó en cuanto empezó la transición. «Hasta entonces era como que llevaba un disfraz y al quitármelo logré desprenderme de un peso enorme», describe.

El proceso de transición «es duro, sin duda», pero no tanto en lo físico, que también, sino porque «tienes que aprender a hacer las paces contigo mismo y, si tú estás bien contigo, es estupendo». También se topó con que no es lo mismo lo que le piden a un hombre que a una mujer y, como siempre le habían enseñado como mujer, tuvo que empezar de cero a aprender a ser un hombre: «Con cualquier error que cometas, automáticamente, ya no eres un hombre. Tienes que aprender a adaptarte a esos roles y desafortunadamente en el de hombre todavía hay machismo».

Noticia relacionada

El entorno que se había ido creando a lo largo de los años también apoyó a Unai en su decisión de cambiar. Cuando empezó la universidad no fue un camino de rosas. Tuvo suerte con la mayoría de las personas con las que se topó entonces, pero también hubo alguna «con la mente demasiado cerrada» que hacía ciertos comentarios que sobraban «no sólo respecto de mí, sino para vivir en el siglo XXI».

Publicidad

A día de hoy, su apariencia 'cispassing', es decir, que lo que aparenta coincide con su identidad, le facilita las cosas. «Que no te perciban como una persona trans es un privilegio porque, por mucho que se hayan aprobado leyes, sigue siendo un peligro», lamenta. «En La Rioja no está tan mal, aunque hay situaciones que son complicadas. En el instituto, por ejemplo, fui objeto de algún comentario fuera de lugar por defender a una compañera. Más de una vez me llamaron sarasa». «Cosas así –continúa– te las sueltan porque son como chistes. La 'lgtbifobia' es divertida para los críos porque se les ha inculcado así».

Proceso

«He intentado ir hacia donde yo he considerado que era feliz y esa es la clave final, pero no lo ponen fácil»

Unai también sufrió acoso. «Sí, sí, sufrí bullying». Cuenta que estuvo cinco años prácticamente sin salir de casa porque no encajaba socialmente. Prefería cobijarse en su entorno seguro, que eran las cuatro paredes de su habitación, y, si salía, muchas veces regresaba a casa llorando.

Publicidad

Empezó el cambio en el registro en 2019 y lo logró en 2021. Un proceso largo en el que tuvo que iniciar la hormonación y pasar por quirófano para que en el País Vasco le practicaran una mastectomía que, dice, «aquí no sabían hacer».

Transcurrido todo aquello y habiendo dejado parte de su depresión a un lado, dice sentirse «bastante a gusto» en su piel y eso que «no he intentado parecer un hombre, sino que ha coincidido que la imagen que me hace feliz es la misma con la que la sociedad me percibe como hombre». Sobre cómo llevaba que le pusieran vestidos cuando era pequeño, asegura que no es tanto la prenda, sino el peso que se le da. «Con 6 años me podías poner un vestido y no me importaba tanto, pero con 12 o 14 años poner un vestido a una persona trans es ponerle una etiqueta que no va con esa persona».

Publicidad

Su secreto, confiesa, «es que he intentado ir hacia donde yo era feliz, y esa es la clave final, pero no lo ponen fácil». A día de hoy ha logrado ese equilibro consigo mismo. Estudia Psicología, trabaja, vive independiente con su pareja y en su horizonte se dibuja un futuro prometedor y en paz.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

¡Oferta 136 Aniversario!

Publicidad