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Svitlana Klevets, en el paseo de la Cruz Roja de Logroño, casi dos años después de llegar a la capital riojana. Juan Marín
«Yo tenía una buena vida y en un día lo perdí todo»

Svitlana Klevets | Ucraniana en Logroño

«Yo tenía una buena vida y en un día lo perdí todo»

La familia de Svitlana fue la primera a la que Cruz Roja atendió tras el estallido de la guerra en su país, hoy hace dos años

Iñaki García

Logroño

Sábado, 24 de febrero 2024, 08:34

Svitlana Klevets tiene un punto de timidez. Quizás por el idioma. Dice una y otra vez que no habla bien español, pero lo cierto es que lo entiende a la perfección y también se hace entender. No necesita un traductor, al contrario de lo que piensa, y transmite con claridad todo lo que le ha tocado vivir desde que un día, hace este sábado dos años, comenzara la invasión rusa a su país, Ucrania. «Un día antes tuve una cita con unas amigas y a la mañana siguiente todo empezó. La guerra fue una sorpresa para todos», recuerda.

Aquel 24 de febrero difícilmente se borrará de su memoria. Ni tampoco el 7 de marzo, día en el que llegó a Logroño, convirtiéndose junto a su familia en los primeros en ser atendidos por Cruz Roja en la capital riojana. Dos años muy complicados que no han provocado que Svitlana pierda la sonrisa. En su voz se aprecian nervios al relatar lo vivido y de sus palabras se desprenden muchas dosis de agradecimiento por lo que se ha encontrado aquí. Aun así, su casa sigue estando a kilómetros de distancia, muy cerca de Kiev. «Para mí es mi país y echo de menos todo: las calles, mi hogar, mi familia...», enumera. «Pero no podemos volver», añade.

Svitlana nunca pensó en tener que irse de su hogar, ni siquiera a pesar de que amigos que vivían fuera de Ucrania le avisaran de que la amenaza de guerra era real. «Dos días antes del 24 una de ellas me dijo que necesitábamos un plan y para mí eso era una tontería», reconoce. «Pero el 24, mientras dormía, empezó todo: mucho ruido y muchas bombas en mi ciudad porque está cerca de un aeropuerto», señala la ucraniana.

Ante esto, la mayoría de la gente hubiese reaccionado como lo hizo ella. Con una mezcla de incredulidad y desconcierto: «No sabía qué hacer, estaba fría; no podía ni comer ni pensar». La respuesta lógica ante una situación de tal calibre: su vida había cambiado por completo. «Todas las noches teníamos que irnos al sótano con mi hijo y mi hermana; la abuela no podía», rememora. «Todo fue horrible», sentencia.

Tren hacia una nueva vida

Los primeros días pasaron así hasta que «una chica» les anuncia que hay un tres hacia el oeste y que lo pueden coger. «En una hora hicimos tres mochilas y nos fuimos, con la pena de que parte de la familia se quedaba allí», lamenta. Fue ese el inicio del viaje hacia una nueva vida que arrancó en un vagón con capacidad para cuatro personas, pero ocupado por 16. «Había gente por todos los lados, en los pasillos, en los servicios... Solo mochilas y gente, ni maletas ni mascotas», expone Svitlana. El trayecto terminó y ahí fue el momento de tomar otra decisión. ¿Dónde vamos? España fue la respuesta. «Mucha gente se quedaba en Polonia, pero la tía de una amiga estaba en Logroño y decidimos venir aquí», cuenta.

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Logroño era un concepto totalmente desconocido para Svitlana, su hermana, su hijo y su madre. «Nunca pensé que podía estar aquí, nunca fue mi sueño», admite la ucraniana. «Yo tenía una buena vida en Kiev, todo esta controlado: un trabajo, mi piso, mi casa de verano, mis amigas...», enumera. «Y en un día lo perdí todo», apuntilla.

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Volver a empezar. «Y a mi edad es muy difícil», considera antes de añadir un significativo «pero estamos vivos». Svitlana tiene 45 años (43 cuando llegó) y su cabeza fue una continua sucesión de preguntas cuando pisó Logroño. «¿Dónde estamos? ¿Qué hablan estas personas? Es ruido y nada más...», se cuestionaba. «Qué vamos a hacer, no tenemos dinero ni nada». Su mente trabajaba a mucha velocidad, repleta de dudas, pero gracias a Cruz Roja muchas obtuvieron respuesta. «En una hora teníamos un sitio donde dormir con dos habitaciones, clases de español... Todo», agradece. «Yo no pensaba que nos pudieran ayudar tanto», añade.

Su vida, y la de su familia, ya no era la misma que en Ucrania. Era otra diferente y a la que se están adaptando del mejor modo posible. El idioma fue la primera barrera superada. «Por suerte el español no es tan difícil como el vasco o el ucraniano», bromea antes de explicar que su trabajo poco tiene que ver con el que desarrollaba en su país. «Allí trabajaba en un pequeño banco, ayudando a la gente con sus finanzas», expone. Ahora lo hace en una cadena de comida. «Y también sigo ayudando en mi trabajo en Ucrania porque me gustaría volver y no quiero perder ese puesto», apunta.

Nostalgia

«Ucrania es mi país y echo de menos todo. Las calles, mi hogar, mi familia... pero no podemos volver»

En Logroño ha encontrado cosas buenas. Su hijo Konstantin estudia, «habla bien español» y también ha empezado a trabajar. «Ya casi es un adulto», dice su madre al hablar de él, que tiene 17 años. En Ucrania practicaba natación y ahora lo ha cambiado por el kickboxing. «Entiendo que mi hijo va a estar bien aquí, que es lo mejor y yo no puedo vivir sin él, pero quiero volver», reitera Svitlana, quien también agradece «la amabilidad» de la gente y poder compartir tiempo con compatriotas. «He conocido a muchas personas buenas», se alegra.

Aun así, no pierde de vista lo que sucede en Ucrania. «Miramos las noticiasy también hablo cada día con mis amigas y los familiares que tengo allí», expone. ¿Y cómo están? La respuesta es clara: «Cada día allí es más y más difícil. Tengo amigos que están en el ejército y eso es muy complicado de llevar. Aun así tenemos esperanza, aunque cada día menos».

Esperanza. Es una de las palabras que más utiliza Svitlana. Esperanza en que la guerra acabe. Esperanza en poder volver a casa. Esperanza en que algún día todo aquello que empezó hace dos años termine para volver así a retomar la vida perdida. «Tengo esperanza, sí». Así acaba su relato.

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