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Conmoción, aislamiento, depresión, resignación... Las personas que padecen dolor crónico afrontan una tortura diaria que va más allá de la barrera física, en la que las emociones juegan un papel esencial en el abordaje de la enfermedad. «Si hay dolor físico también lo hay emocional. ... La percepción del dolor está impregnada en la parte emocional y ninguna experiencia se puede separar», advierte Mentxu Bujanda, psicóloga sanitaria.
«Cualquier señal que llega al cerebro es interpretada por el estado emocional de cada persona en función de sus experiencias, pensamientos, traumas o respuestas al dolor vividas», explica la psicóloga. De ahí que la percepción del dolor también sea distinta entre los pacientes. «La aparición del dolor crónico pondrá a prueba el aparato mental de cada persona, es decir, cómo han actuado antes del impacto y cómo van a reaccionar ante ese duelo que tienen que hacer, porque no hay dos experiencias de dolor iguales».
En este sentido, la respuesta al dolor también dependerá de la personalidad de cada paciente. «Aquellas personas que tienen una personalidad altamente sensible presentarán más dificultades para afrontar las duras experiencias de su vida que las que tienen un umbral del dolor más alto», explica. Otra de las complejidades es que, al tratarse de una enfermedad invisible, es de las que más incomprensión genera hacia quienes la padecen: «Al sufrimiento y al dolor que conlleva esta enfermedad, los afectados le tienen que sumar ese plus de sufrimiento emocional por no sentirse comprendidos por parte del entorno familiar o conocido».
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Ante esta situación, el papel de los psicólogos resulta esencial para ayudar a los pacientes a comprender sus emociones y reaccionar ante ellas para manejar el dolor. «Padecer una enfermedad crónica implica tener que superar un duelo por la pérdida de salud, que va desde la etapa del shock, el aislamiento, la resignación y aceptación, que es hacia donde tenemos que llegar como profesionales con el paciente, hasta la transformación personal», asevera la psicóloga. El problema, apunta Bujanda, es la dificultad de los pacientes de solicitar respaldo profesional: «Lo mejor es que se atrevan a dar el paso hacia la resolución de este duelo, que implica dejarse acompañar por todo tipo de profesionales a lo largo de las distintas fases de la enfermedad».
En este sentido, una de las principales contribuciones de estos profesionales es dotarles a los pacientes de las herramientas necesarias para gestionar sus emociones y manejar el dolor: «Hay que ayudarles a gestionar el estrés en todas sus dimensiones, por ejemplo, generando hábitos de vida saludables, prestando atención a la gestión del sueño o al diálogo interno». De ahí que «el control mental del dolor a través de técnicas de meditación o de mindfulness resulten esenciales para aceptar la enfermedad». Por eso, además de la ayuda profesional, también resulta esencial tener un papel activo. «Lo fundamental es la actitud del paciente, que tiene que luchar contra el victimismo, porque en estas personalidades los pronósticos son mucho peores, tanto para el sujeto como para su entorno familiar», concluye.
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