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El 18 de abril de 2021, mientras aquí estábamos a nuestras cosas, un avión medicalizado procedente de Argel aterrizó en el aeropuerto de Zaragoza. Venía un hombre muy enfermo. Lo recogió una ambulancia, pero en lugar de llevarlo a uno de los centros sanitarios de la capital aragonesa, lo trasladó al hospital San Pedro, en Logroño, a 180 kilómetros. Ingresó hacia las diez y media de la noche bajo el nombre de Mohamed Benbatouche, súbdito argelino. Fue directamente a la UCI. Tenía un historial médico complicado y había contraído el coronavirus. Su vida corría peligro.
La verdadera identidad del misterioso enfermo no se conoció hasta tres días más tarde. El periódico parisino 'La Jeune Afrique', con excelentes fuentes en los servicios secretos marroquíes, desvelaba que el enigmático paciente del San Pedro era en realidad Brahim Gali, líder del Frente Polisario y presidente de la República Árabe Saharui Democrática (RASD), no reconocida por España y los estados miembros de la Unión Europea, pero sí por varios países africanos. La revelación causó una profunda conmoción y provocó una sarta de preguntas que nadie parecía querer responder: ¿Qué hacía este hombre en Logroño? ¿Quién ordenó su traslado? ¿Quién facilitó su ingreso de incógnito en España, donde pendían sobre él procesos judiciales? El Gobierno de Madrid, pillado en trampa, balbució vaporosas referencias a «causas humanitarias», mientras policías de paisano merodeaban por el entorno del hospital y Gali iba lentamente respondiendo al tratamiento.
Marruecos se enfadó. El país alauita había invadido el Sáhara Occidental en 1975, tras la vergonzante retirada española, y desde entonces considera al Frente Polisario, protegido por Argelia, una organización terrorista. De repente, sin que nadie aún haya explicado por qué, Logroño se convirtió en el vértice de un confuso eje geopolítico alimentado por el gas del desierto y delimitado por Rabat, Madrid y Argel.
El rey Mohamed VI tomó entonces una macabra decisión: el 17 de mayo abrió la frontera de Ceuta y alentó a niños y adolescentes a entrar en territorio español. Miles de personas, la mayoría de ellos jóvenes marroquíes, aparecieron en las calles de la ciudad autónoma. Hubo caos, desorden, intervención del ejército español, devoluciones en caliente, problemas de alojamiento y de manutención. Aunque el Gobierno de Sánchez trató en principio de desvincular la riada migratoria en Ceuta del 'caso Gali', la embajadora marroquí dejó caer de manera sibilina que «los actos tienen consecuencias».
Gali estuvo mes y medio en el hospital San Pedro, rodeado de fuertes medidas de seguridad. En ese tiempo se reverdecieron viejas querellas contra él e incluso tuvo que declarar ante el juez Pedraz por videoconferencia, que lo dejó libre sin medidas cautelares. El 1 de junio, en contra de la opinión médica, Brahim Gali pidió el alta voluntaria y regresó tan sigilosamente como vino: un coche lo llevó a Pamplona a eso de las diez de la noche y un avión lo devolvió de madrugada a Argel. Todo seguía desarrollándose en medio de una enorme confusión, con Marruecos enrabietado, Argelia agradecida y los Gobiernos español y riojano insistiendo en que se trataba de una mera «cuestión humanitaria», como si Gali fuese un malherido cualquiera que alguien hubiera dejado tirado en el umbral de Urgencias y no un relevante personaje público que podía haber recibido atención sanitaria en Berlín, París o Ginebra.
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Luis J. Ruiz
A Gali lo ingresaron en un hospital de Argel. Lo visitó el presidente del país magrebí, Abdelmayid Tebboune. En una posterior entrevista concedida al diario 'El País', el líder del Polisario agradeció sus desvelos a los médicos y al personal del hospital: «El trato fue muy correcto y llegué a sentirme en familia», enfatizó.
Gali se fue, pero quedó su sombra. Arancha González Laya, ministra de Asuntos Exteriores, fue destituida. Un juzgado de Zaragoza, dirigido por el magistrado Rafael Lasala, continúa tratando de deshacer la madeja de su entrada irregular en España y de su registro con nombre falso. El Gobierno de La Rioja repite que solo sabía que se trataba de «un caso de ayuda humanitaria».
Así estaban las cosas hasta que de pronto, sin anuncios previos ni debates parlamentarios, Sánchez decide cambiar la posición que España había mantenido sobre el Sáhara durante los últimos 40 años, mandarle una carta al rey Mohamed y aceptar el plan marroquí de autonomía. Un año después del ingreso de Gali en el San Pedro, ahora son Argelia y el Frente Polisario quienes se sienten traicionados por Madrid.
Da la impresión de que en esta enrevesada película de espías, que durante 44 días estuvo ambientada en Logroño, hay todavía demasiados cabos sueltos y varios giros inexplicables de guion.
La revista 'Jeune Afrique' desvela que el líder saharaui está ingresado en el hospital San Pedro, aquejado de coronavirus.
Mohamed VI abre la frontera ceutí y más de 8.000 personas, muchas de ellas niños, entran en la ciudad autónoma.
Tras declarar ante el juez Pedraz, Gali pide el alta voluntaria y se marcha de madrugada en un avión con destino a Argel.
Sánchez insiste en que la atención a Gali se brindó «dentro de la ley y tras una petición de ayuda humanitaria».
El Gobierno de La Rioja asegura que no conocían la verdadera identidad del paciente y que respondían a una petición de Exteriores.
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Alfonso Torices (texto) | Madrid y Clara Privé (gráficos) | Santander
Sergio Martínez | Logroño
Sara I. Belled, Clara Privé y Lourdes Pérez
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