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Cada fin de mes es una auténtica pesadilla, una montaña rusa que amenaza con despeñar a toda la familia y hundirse aún más en un abismo del que, de momento, no ven la menor posibilidad de salir a la espera de un invierno que aguardan ... con auténtico horror.
«La situación ahora mismo en la familia es bastante crítica, porque entran en casa 300 euros al mes y somos seis: mi marido y yo, mi suegro que es una persona dependiente, nuestras dos hijas y un nieto de seis meses», resume Sonia con pesar.
Ella y su marido lograron ganar algo de dinero en las recientes campañas de la pera y la vendimia –«fueron solo unas pocas semanas y a 7 euros la hora»–, pero ahora ya no esperan ninguna llamada laboral «hasta la poda en diciembre».
En casa solo entran los 300 euros de la ayuda del Ingreso Mínimo Vital. «Gracias a que nos dan comida y lo que necesita el bebé en Cruz Roja y en Cáritas, porque sin la ayuda de ellos sería imposible sobrevivir», se lamenta la mujer, que desgrana unos gastos que no cesan de crecer: «Pagamos 135 euros del alquiler social, otros 40 euros de los muertos, 40 más de teléfono, que necesitas para que te llamen para trabajar, la factura del gas para el agua caliente, la electricidad... No te queda dinero para nada más».
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El cambio de estación les tiene muy preocupados. «Pasamos unos inviernos terribles, desde noviembre a febrero no hay quien pare en casa, y este año lo afrontamos con más miedo que nunca porque todo está carísimo y no nos da para calentar la vivienda. Solo tenemos gas para agua caliente porque la calefacción no nos la podemos permitir, tenemos una estufita de butano, pero al mínimo, la bombona nos dura solo cuatro o cinco días y cuesta 20 euros, así que tienes que dormir con pijamas gordos, con la ropa y con un montón de mantas y eso provoca que cada año cojamos muchas gripes y resfriados», explica Sonia.
Ahorra lo que puede, pero hay gastos inevitables: «Tengo el bono social de la luz, pero aún así la factura es alta y no la puedo bajar porque tengo apnea del sueño y tengo que dormir con una máquina de oxígeno y, claro, gasta», añade la mujer, que no se rinde, pero que admite que «es difícil ser optimista con esta vida y más aún con lo que parece que viene o ya está aquí, vas a comprar algo y es imposible: ni huevos ni leche ni aceite...».
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