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Dejando al margen lo que sucedía en la región antes de la década de los 80 del siglo pasado –hubo años en los que se celebraron prácticamente 2.000 bodas–, los enlaces matrimoniales en la región tocaron techo en el 2003 (1.527 matrimonios según el INE) para iniciar un lento y progresivo declive para fijarse en el entorno de las 1.100 celebraciones anuales. Hasta que llegó la pandemia. El miedo a los contagios, la concatenación de olas, las severas limitaciones de aforos, los toques de queda... hicieron que muchas parejas optaran por aplazar el enlace. Algunas en más de una ocasión. A expensas de los datos del 2021 (en proceso de revisión), la del 2020 fue la peor temporada nupcial para un sector que antes de la crisis sanitaria movía en España unos 3.500 millones de euros anuales. Así, tras un agónico 2020 y un discreto 2021, el sector nupcial riojano se prepara para un intenso 2022 que, en todo caso, presentará diferencias en relación a lo vivido antes de la pandemia: el miedo sigue presente y las celebraciones serán más reducidas.
El sector augura que cuando, en un par de años, se cierren las estadísticas de las uniones matrimoniales de este 2022, el dato final será, probablemente, el mejor de lo que llevamos de siglo. La 'culpa' la tiene la pandemia. «Este año tendremos un 120% de novias», calcula un empresario del sector textil, que en un acelerado cálculo sostiene que un 25% de las celebraciones previstas son las pendientes del año 2020 y un 60 o 70%, del 2021. A estas suma las programadas por primera vez para este año.
Esa sensación de repunte de la actividad nupcial en relación a los dos años previos es compartida por el grueso de los actores del sector que, en todo caso, rechazan hablar de colapso:si alguien decide hoy casarse durante este verano, no podrá elegir día, tendría que ajustarse a algún vestido en stock de las tiendas especializadas, pero podría hacerlo. Las agendas de iglesias y ayuntamientos tienen algún hueco. Lo más difícil será encontrar restaurante, cuyas agendas están prácticamente llenas. Los registros civiles y los ayuntamientos, que capitalizan las celebraciones (en el 2020 nueve de cada 10 uniones fueron exclusivamente civiles, si bien la estadística previa al COVID apunta que suelen ser tres de cada cuatro) también perciben mayor movimiento, pero no colapso.
En el Ayuntamiento de Logroño (celebra uniones los viernes y los sábados) ya se han oficiado 52 bodas y están programadas otras 81, aunque prevén cerrar el año con mejores números ya que aún hay bastantes fechas disponibles. La más inmediata, el 12 de agosto. Así, el consistorio capitalino cerrará el año con un claro repunte en relación a 2020 (se celebraron 111 bodas y se anularon 24) y 2021 (134 oficiadas, 14 suspendidas).
La estadística de la Diócesis (a falta de cerrar el 2021) también refleja el efecto COVID: en 2019 se celebraron 205 bodas, en el 2020, 52, pero este año será diferente. En la parroquia Valvanera de Logroño, Gerardo Salas, su párroco, dice que frente a las «8 o 10 bodas al año habituales, este año serán entre 14 y 16, muchas aplazadas de los años anteriores». Su homólogo de la concatedral de La Redonda, Manuel Íñiguez, ya ha oficiado alguna unión, pero dice que tiene huecos en la agenda:«Los sábados de julio están completos, en agosto, los horarios de mañana están ocupados y en septiembre estarían libres los días 17 y 24, los de San Mateo», dice mientras ojea una agenda que ya tiene muchas citas cerradas para el 2023. «Nos llaman incluso para el 2024, pero de momento no estamos reservando». En San Bartolomé, Luis María Centeno, recuerda que en el 2020 previeron batir su récord de bodas, pero de las 20 anunciadas «se suspendieron prácticamente todas». El año pasado, prácticamente recuperaron sus registros habituales (entre 15 y 16 celebraciones cada año). «En 2021 celebramos 14, las mismas que están previstas para este 2022. Algunas son aplazadas de años anteriores, sí, pero también ha habido bodas que finalmente no se celebrarán», sostiene el párroco, que ya tiene dos reservas para el 2023.
Más allá de Logroño, las bodas también se recuperan. En Nájera, la agenda se ha ido llenando y la parroquia de la Santa Cruz, que tiene previstas 6 celebraciones. Lo mismo pasa en Lardero (trece celebraciones acercándose a las 19 del 2019 tras un 2020 en blanco), en Navarrete, que celebrará 7 bodas y en Murillo, tres. Nalda y Viguera recuperan alguna celebración aplazada mientras que en Clavijo, no habrá bodas:«La prevista para julio no se hará», dice el párroco, Jesús Martínez Cañas.
Por su parte, en la catedral de Calahorra, su párroco Ignacio Melchor, informa de que una docena de parejas ha reservado fecha para este año. «Alguna es del 2021», concreta reconociendo que ya hay bodas programadas para el 2023.
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Otro de los sectores protagonistas en toda celebración es el fotográfico. Patxi Somalo, de JPEG Estudio, confiesa que «se nota el repunte. No es exclusivamente por el retraso de estos últimos años. La sensación es que la gente está animándose», describe. Con reservas ya para el próximo año, Somalo asegura que lo que no hay es colapso: «Estamos haciendo dos celebraciones por fin de semana, pero aún tendríamos alguna fecha disponible».
Una de las dudas que tiene parte del sector es el impacto que el repunte tendrá en sus cuentas. «No se están registrando grandes ventas», explican desde alguno de los gremios argumentando que las bodas aplazadas son ventas ya facturadas. «Es un año de restos», sentencian incidiendo en que el COVID ha modificado el tipo de celebraciones. Atrás quedan las bodas que comenzaban a prepararse con tres años de antelación. «Hay quien viene en abril a buscar un vestido para julio», dice un empresario textil, que sostiene que esos plazos se han reducido a entre 9 y 12 meses. También coinciden restaurantes, tiendas de ropa y complementos e incluso parroquias, en que las grandes celebraciones en las que los invitados se llegaban a contar por centenares quizá nunca vuelvan. Ahora son más frecuentes bodas con entre 50 y 100 o 120 invitados, lo que condiciona la rentabilidad, sobre todo, de los restaurantes.
«Sigue habiendo miedo», deducen.
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Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
Clara Alba y José A. González
Alberto Gil | Logroño
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