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Son la esencia de la música más popular y festiva. Una presencia imprescindible en cualquier festejo e indisociable de todo lo que representa la algarabía. Son las charangas, formaciones musicales que viven un momento de auge. Cada vez más numerosas, cada vez más profesionalizadas y formadas, estas agrupaciones de viento y percusión (aunque ya cabe casi todo) salen del letargo invernal para encarar sus meses de más actividad hasta la llegada del verano, cuando se multiplican para llevar el ritmo a todos los rincones de La Rioja y de otras comunidades.
Sin un número oficial, sí se puede hablar de casi una veintena de formaciones, desde las más jóvenes a las más veteranas, esparcidas por toda la geografía riojana. Con fuertes raíces en sus pueblos y ciudades, las charangas tienen un punto de nomadismo insustituible: se pueden encontrar en cualquier parte donde haya fiesta (y no solo las patronales o las de quintos, sino que se han convertido en la salsa de bodas, despedidas de soltero o celebraciones diversas).
Proliferación No están todas las que son, pero hay que reconocer el trabajo de multitud de charangas riojanas que alegran las fiestas de La Rioja y otras comunidades, como Makoki el Can y su Grupo Vela (Logroño), Corco (Corera-El Cortijo), La Brigada (Logroño), De Kalle (Logroño), Pacharanga (Calahorra), La Veleta (Alfaro ), Wesyké (Arnedo), Strapalucio (Aldeanueva de Ebro), El Najerilla (Nájera), Doctor Pío (Murillo-Ribafrecha), Los Gallitos (Santo Domingo), Pelaires (Ezcaray), Sin Juicio (Casalarreina) o Kamikaze (Pradejón).
Mucho ha cambiado desde los tiempos en que charanga era sinónimo de voluntarismo musical y repertorio limitado. Ahora, gran parte de sus miembros cuenta con estudios musicales y ya no hay charanga que no presuma de coreografías, canciones de última moda y cuidado vestuario.
Su auge es tal que Calahorra se prepara para celebrar, el 13 de abril, el Festival Nacional de Charangas, que reunirá a doce formaciones.
En La Rioja, el gran patriarca de las últimas décadas es Julián Bretón 'Makoki', que lleva cuatro décadas con su megáfono en ristre. «Nos hemos convertido en conjuntos, hay mucha calidad», destaca. Él y su banda han logrado crear un estilo y añadir decenas de canciones que se repiten una y otra vez. «Me alegro mucho de que nos hayan copiado. Antes nadie cantaba y ahora lo hacen todas. Además, nuestros tres discos los tocan casi todas las charangas. Y yo también copio a otros: veo lo que me gusta y lo adapto», se sincera.
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La proliferación de bandas , especialmente en un terreno tan fértil para ellas como La Rioja Baja, también se ha notado en la competencia. Aunque las charangas presumen de hermandad (siempre con el picadillo de quién es mejor o atrae a más gente), los contratos son los que son. «Cada vez hay más y, por ejemplo, nosotros no podemos competir con otras charangas que están empezando y cuestan menos dinero. Nos ha costado muchos años y prefiero tocar en cuatro sitios puntuales donde nos llaman y con todos mis músicos [son doce miembros]», resume Makoki.
Pocas charangas pueden vivir de la pasión por la música, una vocación agotadora que llega a incluir sesiones de mañana, tarde y noche y que significa renuncias, especialmente en verano. Días de fiesta en el trabajo, supresión de vacaciones, agotamiento... Pero hay algo que engancha y que les hace seguir en la brecha, con cambios más por la edad o por compromisos ineludibles (trabajos, hijos, enfermedad...) que por voluntad. «Yo, como los viejos rockeros: hasta que el cuerpo aguante. Estamos en una vida tan negra, con cosas tan feas, que para mí la música es un escape», concluye.
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