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La ciencia política recoge con gran precisión el término «filibustero». Los políticos españoles lo suelen utilizar mucho, aunque casi nunca con su significado original. Los filibusteros eran unos piratas del mar Caribe que asaltaban las ciudades de la costa, pero, en algún momento del siglo ... XIX, la palabra pasó a designar una táctica muy concreta de obstruccionismo parlamentario.
Se definía con este adjetivo a los congresistas americanos que soltaban discursos larguísimos para impedir o retrasar la aprobación de una norma. Como no tenían limitación temporal, a veces se ponían a leer una novela en el uso de la palabra y nadie los ponía detener hasta que perdían el resuello o se levantaba la sesión. La representación más feliz de un noble acto de filibusterismo nos la ofreció Frank Capra en la película 'Caballero sin espada': ¡ese memorable James Stewart hablando en el Congreso durante horas y horas, al límite del agotamiento!
En el Parlamento de La Rioja no hay filibusteros –el reglamento lo impide–, pero sí cansos. No sabemos si esta palabra, pronunciada preferiblemente con triple ene (cannnso), acabará entrando en los manuales de ciencia política, pero merecería ocupar al menos una nota a pie de página: dícese del diputado (o diputada) que, en lugar de ir al grano, agota todo su tiempo disponible para decir naderías con gran énfasis y prosopopeya. Hay quien, para preguntar cuántos campamentos juveniles se habían organizado este año, ha llegado a tirarse tres minutos haciendo églogas sobre los beneficios del sol, la camaradería juvenil y el ejercicio al aire libre.
La afición enfática de sus señorías puede resultar molesta y convierte los plenos en un aburrimiento que ríase usted de las etapas llanas del Tour, pero no es del todo antidemocrática. Este filibusterismo triste, de tercera división, no consigue obstruir nada. Son los pelillos que caen en la ducha y se cuelan por el desagüe sin causar daños de fontanería.
La ciencia política estándar presta menos atención a un fenómeno muy habitual, al menos en España. Es la costumbre de los gobiernos –en esto no cabe distinguir colores– de colar de tapadillo asuntos que merecerían debates profundos y monográficos. Es el caso de las 'leyes ómnibus': cajones de sastre sin coherencia normativa ni desarrollo lógico, mediante las cuales lo mismo modifican la Ley del Juego que te convierten la UNIR en una universidad presencial.
Lo gracioso del caso es que a todos los legisladores esto les parece muy mal, salvo cuando su partido gobierna. Entonces se convierten en mecanismos necesarios, impecables, de una agilidad a lo Nico Williams. El Parlamento de La Rioja aprobó una norma así el pasado jueves, después de nueve horas de pleno. Era una ley-almazuela, hecha de retales, para modificar quince normas vigentes y derogar alguna otra. Si escuchamos al PP eran cosas menores, simples retoques, unas pequeñas inyecciones de bótox legislativo. Entre esas fruslerías no solo estaba lo de la UNIR, sino también el cambio en los códigos de conducta en las escuelas o la posibilidad de que el Ejecutivo amplíe las horas lectivas de la clase de Religión. Y eso por poner solo los apartados educativos. ¿No hubieran merecido un mayor debate, cierto sosiego, intervenciones de expertos, un titular para cada cosa? Da la impresión de que justamente eso se quería evitar.
El portavoz socialista, Javier García, dijo palabras rotundas y muy bien argumentadas: «Tenemos la sensación de estar viviendo un cierto atropello legislativo y parlamentario», clamó con razón. La pena es que minutos después no hubiese llamado a Ferraz para afearle a Sánchez que hubiera colado de rondón dentro del decreto de medidas anticrisis la eliminación de un artículo de la Ley de Enjuiciamiento Criminal especialmente molesto para Puigdemont. Del mismo modo, la popular Cristina Maiso, que defendió la 'ley ómnibus' riojana como un prodigio de precisión «quirúrgica», debió haber telefoneado a su compañero del PP manchego, que, como recordó Ángel Alda (Vox), en marzo había puesto a parir a García Page por hacer lo mismo que aquí ha hecho Capellán.
Llegamos a la conclusión, por lo tanto, de que las 'leyes ómnibus' solo son malas si las hace el otro, del mismo modo que para el forofo únicamente hay penaltis en el área rival. Si aplicamos el VAR, sin embargo, probablemente descubriremos que esta es una técnica legislativa constitucional, sí, pero tramposa, torticera y muy endeble. Tal vez aquí no haya filibusteros, pero abundan los allanabarrancos, especie endémica muy singular que también merecería un capítulo en los manuales de ciencia política.
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