Scriptorium medieval

'Ora et scribe' en la casa de las Glosas

San Millán fue un foco cultural en los siglos X y XI gracias al empeño en la transmisión del saber a través de su escritorio y el oficio de sus copistas

J. Sainz

Logroño

Domingo, 28 de abril 2024, 13:50

Quien no lo conoce ni alcanza siquiera a imaginar lo que supone transcribir durante meses un códice completo sobre infolios de pergamino. Acaso pueda pensar que es una actividad que no cuesta gran cosa y que la dificultad es mínima, pero sépalo, yo se lo ... aseguro, que se trata de un trabajo ímprobo y en la mayor parte de las ocasiones ingrato. Practicar cada día la escritura daña la vista, encorva la espalda, tritura el vientre y las costillas, da dolor de riñones y engendra fastidio en todo el cuerpo».

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Es este solo un testimonio literario (un fragmento de la novela 'El escriba y el rey', de Demetrio Guinea, editada por Los Libros del Rayo), pero un testimonio perfectamente documentado en las fuentes originales que describe bien las fatigas de los monjes copistas de escritorios medievales como los de San Millán o San Martín de Albelda. Fueron ellos los artífices de que La Rioja se convirtiera ya en la primera mitad del siglo X en «importante centro de cultura monástica», como afirmó Ramón Menéndez Pidal.

«Desde el año 927 –defendía el eminente historiador y filólogo– floreció el gran monasterio de San Millán de Berceo o de la Cogolla, en la misma frontera de Castilla, el cual, aunque incendiado por Almanzor en el año 1002, fue enseguida restaurado por Sancho el Mayor, y lo mismo antes que después del desastre mantenía un fecundo escritorio, del cual conservamos importantes códices, principalmente de tipo mozárabe».

San Millán había surgido, mucho antes de eso, como un centro eremítico en torno a la figura del santo Emiliano (472-573). Con el tiempo se convirtió en cenobio y finalmente, en el año 1030, aceptó, como la mayoría de las comunidades religiosas europeas de la época, la regla benedictina. Gracias a la protección de los reyes de Navarra y los condes de Castilla, fue un monasterio económicamente privilegiado que pudo sustraerse de las obligaciones alimenticias y dedicarse principalmente a las intelectuales: el estudio y la copia de códices. De modo que la máxima del padre san Benito, 'ora et labora', se convirtió aquí en 'ora et scribe'.

Torre y scriptorium del monasterio mozárabe de San Salvador de Tábara (Zamora). Archivo Histórico Nacional

Trabajo en equipo

«En este tiempo –contaba Víctor Hermosilla, agustino recoleto continuador de la tradición emilianense de los benedictinos– vive ya en San Millán [primero en Suso y posteriormente también en Yuso] un grupo de monjes cuya presencia y actividad van adquiriendo notoriedad a medida que pasan los años. Aquí funciona ya un escritorio en que monjes copistas escriben códices maravillosos». Es también aquí donde algunos de esos monjes escribirán las célebres Glosas, consideradas primer testimonio del castellano.

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La protección de los reyes de Navarra y los condes de Castilla permitió a San Millán dedicarse a las ocupaciones intelectuales

Según el copista Pedro, dedicarse a la escritura «apaga los ojos, hace que duela la espalda y junta el pecho con el estómago»

Al margen de esas prácticas singulares y espontáneas, el scriptorium entero funcionaba como un equipo bien organizado dedicado a copiar las numerosas obras de interés que circulaban por estos monasterios debido a la relevancia adquirida en el estudio y la enseñanza entre los monjes más doctos y sus pupilos.

Tal como se describe en la Biblioteca Gonzalo de Berceo, el titular del escritorio era el scrittori, «un erudito que conocía el griego y el latín». Su labor consistía en la propia «del editor y director de arte, con la responsabilidad total del diseño y de la producción de los manuscritos». A sus órdenes, los copisti «eran escribientes que pasaban sus días encorvados sobre la mesa, escribiendo a pluma, en un adiestrado y docto estilo».

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El escriba Vigila en su escritorio, en el Códice Vigiliano o Albeldense. Biblioteca del monasterio de El Escorial

El colofón de un manuscrito, una inscripción colocada generalmente al final del texto, solía contener datos sobre su producción y autores. Muchos de ellos dan cuenta de que el trabajo del copista era «difícil y fatigoso».

En el colofón de cierto manuscrito iluminado, un copista llamado Jorge dejó escrito que, «al igual que el navegante añora un puerto seguro al final de su travesía, así añora el escritor la última palabra». Otro copista, el párroco Pedro, describía la escritura como una terrible prueba para el cuerpo entero que «apaga los ojos, hace que duela la espalda y junta el pecho con el estómago».

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Artistas iluminadores

Por otro lado, el iluminador o ilustrador era el artista responsable de los ornamentos y la imagen, como apoyo visual del texto. El scrittori «ordenaba la composición de las páginas para indicar dónde debían agregarse ilustraciones una vez escrito el texto. A veces esto se hacía con un boceto, pero con frecuencia una nota apuntada al margen indicaba al ilustrador lo que debía dibujar en el espacio».

La ilustración y la ornamentación no constituían un mero adorno. «A los superiores de los monasterios les preocupaba el valor educacional de los dibujos y la capacidad de los adornos para crear matices místicos y espirituales».

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Dos copisti trabajan en la copia de códices junto al maestro scrittori en el escritorio monacal.

En La Rioja también destacó por sus trabajos iluminados el monasterio de San Martín de Albelda, del que salió la obra maestra del escriba Vigila, autor, junto con Sarracino, al que se refiere como socius (compañero), y su discipulus García, del llamado Códice Vigilano o Albeldense, hoy en la Biblioteca del monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Otra joya ausente de un esplendor ya lejano en el tiempo y, desgraciadamente, también en el espacio.

Pero si hubo un foco cultural dedicado a la transmisión de conocimiento ese fue San Millán, donde sus monjes disponían de las obras más relevantes para una extensa formación y, como cuenta Claudio García Turza, del «propósito filológico de compartir el saber». «Esta misma formación les permitía sentir curiosidad por temas muy diferentes, la cual procuraban satisfacer mediante la copia de nuevos manuscritos».

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Gracias a ellos y a su esforzada labor, «todo lo interesante que circuló por el Norte de la Península acabó siendo conocido en San Millán, el centro cultural más significado de los reinos occidentales de Hispania en los siglos X y XI». Y no es de extrañar que el lugar donde se escribió por primera vez en la lengua nueva fuera aquí, en la casa de las Glosas.

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