La miel es miel. Y no puede, no debe, ser otra cosa. La miel es un producto natural, que debe llegar al mercado tal cual, sin ningún añadido ni ninguna sustracción.
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Pues bien, algo pasa últimamente con la miel en España, al igual que en ... el resto de Europa. Los productores se han visto asediados en los últimos años por dificultades de producción nunca vistas. Por un lado, un número de plagas nunca visto afecta a las pobres abejas: el ácaro 'Varroa destructor', que se pega a los propios insectos; el pequeño escarabajo de la colmena ('Aethina tumida'), o la más grande avispa asiática ('Vespa velutina') que directamente acaba con las abejas. Además, el cambio climático está poniendo un nuevo tablero de juego al que los apicultores deben adaptarse.
Todo eso hace que la producción de miel en España haya descendido, mientras los costes siguen subiendo. Y sin embargo, paradojas del mercado, el precio en origen de la miel ha caído el 40% en los últimos años, según datos del sindicato agrario COAG, y ya ha llegado a un punto en el que está por debajo del punto de rentabilidad para los apicultores.
¿Cómo es posible esa tormenta perfecta de costes al alza y de precios en origen a la baja? Pues se explica por la entrada masiva al mercado europeo de miel procedente de terceros países a un precio de derribo. Sobre todo de China, que en un contexto de bajada de producción mundial ha conseguido un aparente milagro: producir más miel que nunca y a unos precios más competitivos que nunca.
Así, siempre según datos de la COAG, las importaciones de miel han pasado de 17.000 toneladas a más de 30.000 en los últimos diez años. Y la tendencia es al alza.
Los precedentes son como para echarse a temblar. En los últimos años son varias las noticias aparecidas sobre la aparición de «falsas mieles» en China, algunas fabricadas en base a jarabes de arroz y mediante un proceso totalmente artificial para acabar con algo que sólo parece miel, aunque no se haya acercado a una abeja nunca. El Parlamento Europeo ya reconocía este año en un informe que la miel es uno de los productos más falsificados que existen, y que el 40% de la miel que se consume en Europa es importada de terceros países, mientras los productores propios tienen problemas para dar salida a sus productos.
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Y lo que es peor: el propio Parlamento Europeo menciona análisis realizados que concluían que hasta el 20% de la miel analizada en su entrada a la UE no cumplía los estándares exigidos, y el 14% estaba adulterada con azúcares de diversa procedencia. Todo eso, mientras se reconocía que muchos estados miembros no tienen la capacidad de analizar la calidad y composición de toda la miel que les llega.
La cuestión acabará quedando, como es habitual, en manos del consumidor, que deberá optar entre mieles de mejor o peor calidad, eligiendo así entre producción controlada y producción con sospechas fundadas.
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El problema es que ahora mismo al consumidor le falta información. La UE sólo obliga a etiquetar los botes de miel con un genérico «mezcla de mieles de la UE», «mezcla de mieles no procedentes de la UE» o «mezcla de mieles procedentes de la UE y de mieles no procedentes de la UE». Ahora mismo, por ejemplo, un consumidor no puede saber si la miel que está consumiendo es china. Y eso es precisamente lo que quieren los productores. Las organizaciones agrarias han llamado a movilizarse esta semana (también en La Rioja) para pedir que en el etiquetado de la miel que se venda en la Unión Europea sea obligatorio algo tan básico como especificar el país de origen. Los agricultores también exigirán que haya un mayor control de calidad sobre lo que se importa de China. Es decir, que al menos los productores estén en igualdad de condiciones sobre el producto que venden.
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