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El sintecho lituano Virginijus, en la mañana del pasado jueves en la plaza de la Paz de Logroño. D.M.A.
En los márgenes de la sociedad
Servicios Sociales

En los márgenes de la sociedad

El centro de acogida y el proyecto Alasca de Logroño proporcionan alojamiento y aseo a los sintecho, cuyo perfil ha cambiado: ahora son más jóvenes, con adicciones y sin una red familiar

Diego Marín A.

Logroño

Domingo, 2 de febrero 2025, 20:05

En los márgenes de la sociedad existen personas que han caído en desgracia por una situación familiar o por una adicción. Hay quien prefiere vivir y dormir en la calle, quizá porque están muy enganchados al alcohol o las drogas, por algún problema de salud mental o porque, de alguna manera, no quieren aceptar ayuda por vergüenza u orgullo.

Los servicios sociales del Ayuntamiento de Logroño cuentan con trabajadores sociales de calle que acuden a hablar con los sintecho para intentar atraerlos al centro de acogida o al proyecto Alasca (acrónimo de 'Alternativa a las calles'), donde tendrán una cama, aseo y podrán refugiarse de las inclemencias del tiempo, además de acudir a la Cocina Económica. Algunos aceptan, otros, no y otros van de vez en cuando, pero más o menos todos están controlados por los servicios municipales, que también cuentan con un servicio de Urgencias Sociales para casos extremos, como la violencia de género, con acompañamiento y pisos para procurar seguridad a la víctima y evitar su desamparado. Pero no es fácil, el escenario es complejo.

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«Muchas veces somos el cajón de sastre de la inexistencia de un centro social», reconoce Natalia Santamaría, jefa de Prevención e Inclusión Social, y añade que ha cambiado el perfil de las personas que están solas. La imagen del hombre adulto alcohólico ha sido sepultada por gente más joven, muchos extutelados, adictos a sustancias tóxicas y sin una red familiar, por lo que muchos son extranjeros. La media ya es de entre 40 y 45 años. Y 'fumar en plata', inhalar heroína, es casi el pan de cada día. También cuenta que la actividad agrícola atrae a muchos temporeros a La Rioja y al ser Logroño la única localidad con estos servicios acaba acogiendo a todos. Hay casos de todo tipo, incluso personas con estudios universitarios, así que da la sensación de que todos podemos caer.

En el centro de acogida y Alasca hay bastante flexibilidad, basta con identificarse y comportarse para acceder a una cama. No se permite el consumo y abren las 24 horas. «No podemos permitir que haya gente que muera de frío en la calle queriendo venir», declara Natalia Santamaría. No hay muchas normas en estos alojamientos ni límites de permanencia, pero sí unas bases dirigidas a reconducir sus vidas, como horarios, una mínima salubridad, comportamiento y querer evolucionar. Alasca es el primer paso, en el centro de acogida ya se imparten talleres de cara a una inserción laboral.

Usuarios viendo la televisión en el proyecto Alasca de Logroño. D.M.A.

«En el centro se piensa en la inclusión, mientras que en Alasca se trabaja el autocuidado», detalla Patricia Sainz, edil de Políticas de Familia, Sociales y Discapacidad. «Hay gente que, pudiendo trabajar, ha perdido la capacidad, a veces por miedo al fracaso y hay que recuperar psicológicamente», destaca Sainz. Pero a veces los gestos más sencillos resultan imposibles. «Yo he pedido la batalla contra la tele. Aquí hay gente que se pasa ocho horas viéndola y si se la quitas se va, cuando el objetivo, al final, es que estén aquí para evitar que estén fuera consumiendo», expone el coordinador del servicio, Diego López.

Virginijus Sintecho lituano (59 años)

«Me gusta estar en la calle. No tengo casa, sólo una cama en el centro Alasca»

Hace un auténtico día de perros en Logroño. El jueves ha amanecido especialmente feo e incómodo, frío, lluvioso y ventoso. Todo el mundo se refugia en las galerías de calles como Muro de la Mata, Gran Vía y Portales, donde el tiempo es un poco más clemente. Todos menos Virginijus, lituano de 59 años, que permanece solo, a la intemperie, en la plaza de la Paz, un lugar en pleno centro de la ciudad por donde apenas pasa nadie nunca.

Virginijus tiene a su disposición una cama en el proyecto Alasca, pero a menudo prefiere pasar la noche en la calle y dormir en un cajero. Vino hace veinte años a España para trabajar y ejercía en la construcción, pero una sucesión de cinco operaciones en piernas y caderas le han dejado inválido. Su hermano Remigijus, que a menudo le acompaña y juntos beben vodka y whisky (no le gusta ni el vino ni la cerveza), está peor, se mueve en silla de ruedas y acude con más frecuencia a Alasca, aunque también hay noches que las pasa con él en la calle. Virginijus se mueve con la ayuda de una muleta y arrastra un carro en el que guarda sus pertenencias, algo de ropa, unas mantas y unas barras de pan de supermercado. También atesora un camping gas con el que cocina uno de sus platos favoritos: corazones de pollo.

No son ni las 11 horas y se encuentra solo, comiendo unos trozos de chorizo porque, dice, no le gusta lo que sirven en la Cocina Económica. «Eso sólo le gusta a los africanos, rumanos y marroquíes, a mí, no. A mí me gusta el chorizo, los macarrones calentitos, los garbanzos… Eso lo como sin problema», explica en un limitado castellano. Tampoco le gusta el centro Alasca, asegura, motivo por el cual está en la calle solo en lugar de permanecer a resguardo pudiendo tomar un café y charlar con alguien. «Sólo voy a limpiar la ropa y a ducharme, y a dormir si me duelen las piernas, pero por el día hay mucha gente y no me gusta. A mí me gusta estar tranquilo, así no tengo problemas», explica Virginijus, una persona afable en el trato. Y parece inofensivo a pesar de su corpulencia, aun sentado se percibe su altura de ala-pívot del Žalgiris Kaunas, el equipo de baloncesto de la ciudad cercana a su pueblo natal. Allí tiene a su madre y a su hermana.

«No tengo frío»

A su alrededor tiene desplegados algunos vasos, botellas, un bote de miel casi vacío y unos vasos de chupito que ha elaborado con cuellos de botella. Cuenta haber pasado por ciudades como Miranda, Pamplona y Vitoria, donde le salía trabajo. Ahora ejerce la mendicidad en calles como San Antón, Gran Vía o El Espolón. No cobra ninguna ayuda pero asegura que alguna vez ha llegado a obtener 400 euros en un mes a base de limosnas. «Tengo buenos amigos que me dan 10 o 20 euros para comer o para tabaco. También me regalan abrigos como éste», presume Virginijus exhibiendo una parka de la célebre marca Geographical Norway.

¿No pasa frío? No lo parece, quizá acostumbrado al invierno lituano en el que es normal que el termómetro esté siempre bajo cero. «Me gusta estar en la calle. No tengo frío. A mí el frío me gusta. Me gusta estar tranquilo en este parque», dice sin complejos, como falsamente convencido. ¿Y no le gustaría tener una casa? «Sí. Pero no tengo casa, solo una cama en Alasca», contesta, quizá sin entender demasiado bien la pregunta. Al despedirse ofrece sus gruesas manos como si fuera un amigo de toda la vida a pesar de que la conversación apenas se ha alargado media hora.

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