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Félix es un hombre afable que no llama la atención si no fuera porque le sigue a todas partes un perro de aspecto simpático, de pelaje como despeinado, semejante a un niño que se acaba de levantar de la cama. Se llama Gucha, aunque es ... macho, y lo adoptó cuando estaba siendo maltratado. Ahora son inseparables y forman un binomio singular en Alasca, a donde Félix ha acudido a tomar un café en la desapacible mañana del lunes.
No molestan a nadie, se mueven con soltura por las instalaciones como si trabajasen allí y no se asemeja a un fantasma, como otros usuarios que pasan por el proyecto y a quienes parece que alguien o algo les ha robado el alma. Él saluda educadamente y, metódica y sigilosamente, se prepara un café que agarra con una mano porque en la otra porta un bote de medicamento.
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Félix se sienta empleando una mesa de pimpón de apoyo y Gucha se queda en un rincón, obediente, dispuesto a esperar, como un soldado de guardia. Félix tiene 64 años y es de La Línea de la Concepción. La gracia gaditana la tiene como apagada, como si la vida le hubiera intentado pasar por encima pero él se hubiera defendido. Tiene 64 años y cobra el ingreso mínimo vital; 600 euros, de los que gasta la mitad en pagar el alquiler y la luz de una habitación en un piso que comparte con un albanés y un colombiano, aunque ha llegado a estar también un matrimonio. Antes ya durmió en Alasca.
«Te quedas tirado en la calle...», justifica sin querer profundizar más allá, como si hubiera algo en esa parte de su pasado que le avergonzara. Y no ha perdido el contacto con el centro porque, admite, allí le guardan su documentación, su medicación... «Yo vengo, me tomo mi café y no tengo problema. Y me dejan entrar al perro, porque si no entro con él prefiero quedarme en la calle porque es el que está conmigo las 24 horas», explica Félix. Es hablar de su perro y de pronto le salen las palabras a chorro.
Cuenta que vino en 2019 a Logroño después de conocer en Alicante a una mujer con la que viajó a Pamplona, se rompió la relación y acabó aquí. «Estoy contento porque, tras estar en la calle, me he alquilado una habitación», subraya. Eso sí, como muchos otros usuarios, está empadronado en Alasca y allí le llegan las cartas porque es su lugar de referencia. «Yo al principio era un satélite que giraba alrededor de la Tierra y no tenía dónde caerme muerto», confiesa. Ahora tiene problemas de próstata y colon, por lo que está «fastidiado para trabajar» y explica que los años que ha cotizado no son suficientes para poder jubilarse.
Félix habla como un veterano de guerra y parece verse a sí mismo en los nuevos usuarios del centro. «Los conozco a todos porque yo llevo un montón de tiempo y me llevo bien con todos, pero a cada momento hay gente expulsada aquí y a mí nunca me han echado», alardea. «Aquí a la peña hay que verla... Yo me he independizado después de tres años y ya tampoco voy a la Cocina Económica, prefiero hacerme la comida yo», cuenta. De alguna manera Félix parece un avión que está despegando tras un aterrizaje forzoso.
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