Protestas de los agricultores en Logroño
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Protestas de los agricultores en Logroño
De manifestación por las acerasFue una manifestación extraña, inusual. A las ocho de la mañana, cuando algunos wasap que volaban por ahí aventuraban atascos pavorosos en las entradas a Logroño, apenas había retenciones en la rotonda de Chile. El carril de acceso a la capital estaba libre y los conductores –soñolientos, bostezantes– aguantaban pacientemente su turno para incorporarse a la circunvalación. Los agentes de la Policía Local, con sus bastones de luz, ordenaban el tráfico. Tenían trabajo, pero tampoco parecían al borde de un colapso nervioso.
«Están en el Palacio de los Deportes», llega de pronto un mensaje al teléfono móvil. Desde la pasarela de Las Gaunas se les ve: vestidos con los chalecos amarillos, forman corrillos, fuman, hablan, esperan.El cronista se entretiene contándolos. Suman, manifestante arriba manifestante abajo, 180. Se diría que no tienen prisa.
A las nueve menos diez se ponen en marcha. Hablan con la Policía Local. Han decidido ir al Consejo Regulador y se proponen caminar por la calzada. Un agente motorizado ha cortado el acceso al ramal que comunica la circunvalación con la rotonda de Las Gaunas. Los agricultores desfilan conversando, pero al llegar a la glorieta se topan con la Policía Nacional. Hay momentos de confusión. Unos quieren ir por la derecha y otros por la izquierda. Un agente –alto, pelo canoso, veterano– sofoca un pequeño conato de rebelión: «Esto lo tenemos que hacer de buen humor y civilizadamente», les dice.
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Al final posponen su inicial propósito de marchar hacia el Consejo, al que se dirigen, como avanzadilla, veinte o treinta agricultores. Los demás bajan por Vara de Rey disciplinadamente, por las dos aceras, sin pancartas ni pitos, custodiados por la Policía como si fueran los aficionados de algún equipo rival. La estampa, vista desde lejos, tenía más de paseo saludable con fruta y mochilitas que de encendida manifestación.Unas señoras que están haciendo la compra les aplauden. La mayoría de los ciudadanos los observan por un momento y luego siguen a sus asuntos: compran, pasean, esperan el autobús. El efecto sorpresa ya ha desaparecido y se diría que va instalándose en la ciudad, poco a poco, inexorablemente, una rutina de la protesta.
La Policía Local ha cortado Avenida de La Rioja. En el escaparate del Carrefour han puesto más de veinte cajas de vino, como si quisieran mandar algún tipo de mensaje. Las botellas llevan la etiqueta de una bodega de Laguardia. Un cartel amarillo grita: «¡Superprecio! Vino DOCRioja. Crianza. Antes 8,89 euros. ¡Ahora 3,99 euros!»
Cuatro furgonetas de la Policía Nacional esperan junto a la Delegación del Gobierno, el séptimo círculo del infierno para los manifestantes. Pasan cinco minutos de las nueve y media. Los chalecos amarillos se colocan frente al edificio. Veintisiete agentes los observan. Tres jóvenes despliegan una pancarta insultante: «La perra de Sánchez no nos intimidará. Somos lobos». Uno de ellos hace sonar un cencerro. Luego la cuelgan del quiosco de La Rosaleda. Ahí se quedará toda la mañana.
El turno de portavoz recae este viernes en Pablo Agriano, un joven de Foncea. Coge el megáfono. «Ni somos borregos ni vamos a dejar que nadie nos meta miedo. Si piensan que nos hemos deshinchado es para coger más aire todavía», dice. Son casi las diez. En ese momento rompen filas. Unos cuantos van a almorzar y otros se quedan en El Espolón. En media hora vuelven y ponen rumbo al Consejo Regulador. Quieren apoyar a sus compañeros que están ahí negociando.
Suben por Vara de Rey, llegan a la estación de autobuses, enfilan por la calle Estambrera. Ni siquiera han dado las once y el podómetro del reloj marca ya 15.000 pasos. ¡Y aún queda el viaje de vuelta al Espolón y luego al Palacio de los Deportes! Las manifestaciones a pie por las aceras son pacíficas y respetuosas, pero también muy cansadas y, las cosas como son, menos vistosas que con los tractores.
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Alfonso Torices (texto) | Madrid y Clara Privé (gráficos) | Santander
Sergio Martínez | Logroño
Sara I. Belled, Clara Privé y Lourdes Pérez
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