La serenidad contenida de Gloria Muñoz se rompe en pedazos ante la pregunta de cómo era su madre. «Mi madre era la que unía a toda la familia», responde tras recomponerse. Su madre era, y lo será siempre, María Teresa Ramos, vecina de Santo ... Domingo de la Calzada y una de las tres víctimas del atropello múltiple que tuvo lugar el 4 de abril en la localidad cántabra de Suesa. Ella, su amiga Erika, de 42 años, y el hijo de esta, de 19 años, ambos de Sestao, paseaban juntos muy cerca del camping en el que pasaban largas temporadas cuando fueron embestidas por un vehículo cuyo conductor, de 73 años, triplicó casi la tasa de alcoholemia y dio positivo en drogas (cannabis).
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Gloria, la mayor de las cuatro hijas de la fallecida, vive aún sumida en la incredulidad de lo sucedido, reconfortada -confiesa- por la ola de calor que la familia está recibiendo de mucha gente, de sus vecinos, y por la infinidad de gestos que les han dedicado estos días, como la declaración de un día de luto oficial por parte del Ayuntamiento calceatense, o la llamada que realizó el presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, a su padre, Alejandro. «Estamos muy agradecidas», dice.
El padre es, quizá, el que peor está llevando lo ocurrido. «Tiene muchas pesadillas», cuenta Gloria. Y es que él lo vio todo, no el momento del impacto, pero sí los trágicos resultados inmediatamente posteriores a este.
Él y su mujer eran, además, inseparables, como recuerda su hija y uno de sus yernos, Alberto Navas. Aunque viven en Santo Domingo, María Teresa, o Tere, como la conocía todo el mundo, nació en Burgos, en el barrio de San Pedro, igual que su esposo, de Gamonal. Llevan 41 años en la ciudad calceatense, a la que se trasladaron cuando él comenzó a trabajar para la empresa Basati. Ella hizo lo propio en una cooperativa de confección, en la empresa Ultracongelados del Oja y como cocinera en el bar La Taberna, cuando lo llevó una de sus hijas. También limpió casas. «Mis padres han trabajado mucho para darnos a todas estudios. Somos cuatro hijas y había que llevar dinero a casa», apunta Gloria.
Tanto a Tere como a Alejandro les encantaba hacer camping. Cuando las niñas eran pequeñas todos se iban a Lugar del Río a acampar, con los dos grandes amigos de los padres, Lourdes y Miguel, de Huércanos, con los que compartían muchos y buenos momentos. Dejaron de hacerlo cuando se prohibió la acampada libre y, entonces, recalaron en el camping de Loredo (Cantabria), donde la madre tenía familia.
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Fue en esa época cuando compraron la caravana, con la que se fueron al camping de Suesa, al cerrar el otro. Tras la prejubilación del padre pasaban en él largas temporadas.
Gloria Muñoz
Hija
«A mi madre, todo el mundo en el camping la llamaba la yaya», recuerda su hija. Tere conoció allí a Erika, con la que forjó una relación muy estrecha. Con ella compartía cafés en el bar, partidas de cartas y paseos con los dos perros que la vizcaína tenía.
Fue en uno de ellos cuando se produjo el fatal accidente. «Sobre las siete y media tenían la costumbre de ir al bar, tomarse un cafecito e ir a pasear a los perros», rememora la hija. Aquel fatídico martes encontraron la muerte, cuando apenas habían salido del camping y recorrido unos pocos metros. Se escuchó un ruido muy fuerte. Alejandro se había quedado a ver los concursos televisivos que tanto le gustan. Estaba cansado del paseo que había dado y rehusó la invitación a ir con ellas, lo que, probablemente le salvó la vida.
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Alguien lo avisó y, cuando salió, se encontró el trágico panorama. «Revive el momento constantemente», dice la hija, que indica que su padre se ha quedado totalmente desamparado, sin su mujer. «De alguna manera eran un matrimonio como los de antes, porque mi madre hacía todo», cuenta. «Era una mujer con mucha vitalidad. Todavía era joven (68 años) y jugaba mucho con los niños. Le gustaba. No era de los abuelos que se cansan. Tuvo una relación muy íntima, un trato diario con sus hijas y con los nietos», señala Alberto, que añade: «Ha sido un golpe muy duro para toda la familia, porque estaban todos muy unidos».
También la echarán mucho de menos, lo hacen ya, en el camping, donde la «yaya» enseñó a hacer conservas de productos riojanos a muchos campistas del País Vasco.
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