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Anabel Aragón Bretón tiene 69 años y continúa al frente de su peluquería en Logroño. Abrió el negocio hace más de 50 años. Tenía 18 años y toda una vida por delante. La jubilación entonces la veía muy lejos y para qué pensar en ella. ... En marzo de 2020 cumplía los 65 años, la edad tradicional de retirase y descansar un poco después de toda una vida bregando con los champús, las pinzas y el secador. Pero en su camino se cruzó la pandemia de covid y toda la actividad se paró en seco. Nada estaba abierto, ni siquiera se podía ir a la Seguridad Social a tramitar en persona la pensión. «El asesor me dijo que si seguía trabajando un año más la pensión me aumentaría un 3%. Lo estuve pensando y llegué a la conclusión de que iba a estar todo el día sin hacer nada y como que no», cuenta ella misma. Con ese panorama optó por la jubilación activa, es decir, cobrando la mitad de la pensión, pagando también la mitad a la Seguridad Social y seguir atendiendo a sus clientas.
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Llegó septiembre de 2020 y la actividad regresaba poco a poco a aquello que se bautizó como la nueva normalidad, que de normalidad tenía más bien poco. Se impusieron las mascarillas, la distancia de seguridad, las pantallas, las citas previas... Era necesario recurrir a las matemáticos para calcular cuántos clientes era posible atender en el negocio sin riesgo al contagio. Una serie de requisitos que no hicieron mella en sus ganas de seguir. Al contrario, la falta de actividad laboral no estaba en sus planes de futuro a corto plazo. Además, el local es suyo, así que cada vez que abre la puerta, a diferencia de muchos pequeños empresarios, no tenía que estar pensando en sacar los suficientes beneficios al mes para pagar el alquiler.
Las dimensiones de su peluquería le hubieran permitido haber citado a más de una clienta a la misma hora, pero Anabel optó por hacerlo de una en una. Menos riesgos para nadie. Aunque lo cierto es que no tenía empleadas, nunca tuvo personal a su cargo, así que no le venía mal que fuera así, «para qué quiero tener más», comenta. Siempre había estado ella sola al frente de todo. Sus clientas se acostumbraron a que fuera así y ella también.
«Llevo 50 años con el negocio abierto y mis clientas son mi familia. Estoy muy a gusto», cuenta. Prácticamente abre el negocio a la carta. Llaman y Anabel les da cita, siempre por la mañana, salvo los viernes «porque alguna no puede venir por la mañana». «Saben en todo momento que pueden contar conmigo y si se les presenta un funeral un miércoles y van con malos pelos me llaman y bajo, no me importa, para esto estamos, yo encantada la vida».
Lo de Anabel es vocación porque tampoco ahora tiene intención de jubilarse. «Sé que hay muchas cosas que hacer cuando te jubilas, que si gimnasio, que si pintura, pero estoy muy bien aquí con mis mujeres, por las mañanas 'cascarroneamos' mucho y por la tarde tengo tiempo para irme a la piscina o para ir al pueblo, me da tiempo a todo». Las tardes de invierno suele estar al cargo de los hijos de sus sobrinos. «Eso es otro trabajo en negro –ríe–. Tía puedes hacerme esto, puedes hacerme lo otro…».
Anabel tiene la fórmula para hacer llevadera la vida de los autónomos. «Tenemos que mentalizarnos de lo que hacemos». Ella sólo se ha cogido la baja una vez, de hecho, sus clientas ya le dicen que nunca se han encontrado la puerta cerrada porque estuviera ella mala. «Yo estoy bien, me encuentro bien, pero el día que me pase algo no me va a quedar más remedio que cerrar y ya».
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