Un incendio en la consejería

El desgaste de esos meses ha sido evidente, y más que visible en el peso político de la consejera Sara Alba. Alba salió de la crisis del pasado agosto como mano derecha (o al menos un dedo de esa mano) de la presidenta. Su fuerte carácter le hace ganar odios (y adhesiones) con facilidad, y si en el oconismo el enemigo número uno siempre ha estado en el gabinete de la presidenta, Alba no se bajaba del podio. Andreu reconoció ese peso haciéndola, tras la salida de Chus del Río, cara visible del Ejecutivo en los duros momentos que estaban por venir.

Cuándo empezaron a torcerse esas relaciones que entonces parecían tan seguras es un misterio. La lealtad de Alba a Andreu se daba por segura, pero en algún momento la confianza se quebró. Desde que en los despachos empiezan a arder las cortinas hasta que el humo sale por las ventanas hay un largo periodo de aumento de la temperatura. En el caso de Salud, la fumata comenzó a verse con claridad hacia el mes de abril. Tres fogonazos alumbraron que algo pasaba. Primero, el asunto Gali. Gran parte de la consejería, y probablemente la misma Alba en un primer momento, no estaba al tanto de la maniobra.

Segundo, el descabezamiento de los doctores Antón y Pinilla, gestores del día a día del San Pedro, que le explotaron a la propia Alba en el Parlamento en una sesión de preguntas en la que el PP pareció durante unos minutos saber más que la propia consejera. O quizá saber más de lo que ella esperaba que supieran. Aquel día, a principios de mayo, más de una persona fue testigo de una reprimenda de Andreu a Alba que sorprendió a quien no estaba en el ajo. Más: Pinilla y Antón se fotografiaron con Andreu ese mismo día (felicidades por los servicios prestados)... sin Alba. Pero sí con Alberto Lafuente, el gerente del SERIS. Lafuente es la tercera pata de este banco. Mientras decrecía la confianza del palacete en Alba crecía la depositada en el gerente, posibilitado incluso a llevar asuntos a Presidencia sin pasar por su en teoría jefa en Salud.

El tercer fogonazo fue casi público. Alba nombró una gerente de Atención Primaria a la que le obligaron a desnombrar tras una reunión dominical en casa de la presidenta, sin que la gerente propuesta se hubiera llegado ni a sentar en su silla. A su sustituta la nombraría Lafuente.

Y así llegamos al asunto Urgencias. Por cómo se gestó y se presentó, parece que la cuchara de Alba apenas estuvo presente en un tema en el que el Gobierno se jugaba más de lo que quizá suponía en un principio: el llamado «Plan de Atención Continuada», mejor conocido como recorte en las urgencias. Presentado por Lafuente y su gerente de Primaria, Paula Guerrero, en una desdichada rueda de prensa... sin su consejera.

Con el incendio en marcha, Alba dijo días después algo muy raro: «He ordenado a la gerencia de Atención Primaria que busque alternativas», en lo más cerca que ha estado la responsable de Salud de afirmar que, en fin, la gasolina había salido de su casa, pero que no la había sacado ella.

Y ahora la misma Andreu, sin intervención visible de nuevo de Alba, toma en sus manos la dura tarea de dar la cara pueblo a pueblo y de comerse con patatas casi todo el plan de Urgencias. El miércoles rueda de prensa sobre el plan, sin Alba. Y ayer, al punto caliente de Murillo, de nuevo sin Alba. Motivos personales. Pero el incendio parece difícil de apagar a estas alturas.