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Son cerca de 9.000 personas que representan casi el 3% de la población riojana. Una cifra abultada, pero que no parece suficiente para contar ... con representantes electos o para que sus necesidades cambien políticas. Votos que cuentan y que pueden desequilibrar balanzas, aunque su voz queda relegada a algunas citas puntuales a lo largo del año. Actos que en este 2025 se multiplicarán puesto que el Gobierno de España lo ha declarado como 'Año del Pueblo Gitano', en conmemoración del 600 aniversario del primer texto que cita su presencia en la Península.
Seiscientos años que no han servido para desterrar tópicos y prejuicios, ni tampoco para desarrollar medidas que acaben con los grandes problemas de este pueblo, que pasan por el bajo nivel educativo, los problemas para acceder a trabajos cualificados o a la vivienda. «Hay que actuar de forma transversal», explica Antonio Jiménez, presidente de la Asociación de Promoción Gitana. «Si conseguimos mejorar la formación, los gitanos lograrán mejores empleos, mayor nivel económico, mejores viviendas...», añade.
Un círculo virtuoso que requiere de apoyo institucional («hay buena disposición por la Consejería de Educación, con Vivienda estamos tratando de buscar soluciones y de Servicios Sociales necesitaríamos más ayudas, porque sigue habiendo muchas necesidades», relata) y también de disposición por parte del colectivo. En este sentido, Jiménez tira de historia para recordar que sobre el pueblo gitano pesó una orden de exterminio y que «el miedo sigue existiendo».
«Por ejemplo, nos costó mucho ser españoles de pleno derecho, por esto estamos tan orgullosos de nuestra nacionalidad, pero después de conocer tan de cerca el miedo, los gitanos hemos intentado pasar desapercibidos y eso a veces genera aislamiento», argumenta.
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Pero los gitanos reclaman ser escuchados y, por ejemplo, el presidente de la Asociación de Promoción Gitana es partidario de medidas específicas e incluso de que se puedan implantar cuotas para contratación en empresas o para el acceso a viviendas. Y también «contar con jóvenes referentes, sobre todo en educación, para evitar el fracaso escolar» y abrirse para evitar «un desconocimiento que aún existe». «Muchas personas siguen considerando que los gitanos somos malos porque históricamente se nos ha perseguido, se nos ha estigmatizado, se nos ha vinculado a la delincuencia», incide Jiménez. Incluso en los tiempos más cercanos, como al inicio de la pandemia de covid, «con esos audios de Whatsapp que pedían que nos confinasen más a los gitanos o en los que se nos culpaba de la pandemia. Todavía no he escuchado a nadie pedir una disculpa», se lamenta Jiménez.
Suspicacias y recelos que desde la asociación tratan de romper con un trabajo de formación y diálogo tanto de puertas afuera como adentro. Por ejemplo, con los mayores de la comunidad. «Seguimos respetándoles porque son los que saben, los que han mantenido nuestras leyes, pero también les explicamos y trabajamos con ellos porque los tiempos han cambiado a una velocidad tremenda», abunda.
Y pone como ejemplo alguno de los temas que más le preocupan, como «la salud mental o la influencia de las redes sociales». Problemas comunes para payos y gitanos, miembros de una misma sociedad que, 600 años después, continúan percibiéndose como vecinos casi desconocidos.
Carlos Jiménez Gitano de respeto
Con 69 años y una enorme familia que de momento cierran 19 bisnietos, aunque le haría mucha ilusión llegar pronto a ser tatarabuelo, Carlos Jiménez es considerado dentro de la comunidad como un gitano de respeto, es decir, un hombre mayor que es escuchado y cuya palabra es tenida en cuenta. Se presenta dando la bendición y pregunta por la familia. Dios y familia, los dos ejes de un hombre que ha trabajado mucho («a los siete años ya estaba entresacando remolacha con mis hermanos, luego en el campo, en la venta...», rememora) y que también ha vivido mucho.
Recién casado, «a los 17 años», por una riña llegó a pisar la cárcel de donde salió 45 días después y recuerda que a los 21 años conoció la Palabra de Dios y todo cambió. «Lo mejor del mundo es vivir como un cristiano y después, ser gitano, que es uno de los mayores privilegios que se puede tener», declara. «Ser gitano para hacer el bien –recalca– porque cuando me entero de que alguno no está haciendo las cosas como debe me sienta mal, muy mal. Todos venimos de Adán y Eva y tenemos que ayudarnos para poder subsistir», añade.
Reconoce que en su juventud había más prejuicios, aunque estos no se han borrado del todo. «Hay de todo, como en botica, falta conocimiento y para muchos los gitanos seguimos siendo el 'coco'», reflexiona. Recuerda como hace décadas, muchos jóvenes que acabaron siendo médicos, arquitectos o abogados compartieron cuadrilla con él en trabajos agrícolas. «Necesitaban dinero para estudiar y venían cono nosotros. Comían con nosotros, hablaban con nosotros y nos conocían, lo que les hacía cambiar su opinión», analiza.
Para este veterano, los gitanos deben mantener costumbres como la de casarse jóvenes («Dios hizo al hombre y a la mujer para que fuesen uno»), hacerlo virgen («un pañuelo que en una mercería vale cinco euros cuando muestra la pureza no se paga ni con un millón de euros»), cuidar de los ancianos («veo mal los asilos») o guardar el luto.
Tampoco le gustaría ver a sus nietos en una oficina («estás encerrado todo el día, yo me siento más libre que tú: salgo, entro...»). Por eso los cambios sociales le preocupan y prefiere la seguridad de sus leyes no escritas. «El hombre ha cambiado las directrices de los mandamientos de Dios y por eso a este mundo no hay quien le eche mano», concluye.
Noemí Jiménez Madre y estudiante
Noemí Jiménez tiene 33 años y se define como «mujer, gitana, madre, ama de casa, estudiante, trabajadora...». Dejó los estudios a los 16 años, se casó, ha tenido tres hijos y hace unos años decidió matricularse en el Grado Superior de Integración Social, que está terminando, y aspira a «estudiar Psicología por la UNED». Aunque reconoce que su decisión ha producido en su entorno «incredulidad y muchas preguntas de por qué», se ha sentido respaldada por sus padres, marido e hijos. «Me han animado mucho porque es parte de un proyecto de toda la familia», dice.
A Noemí le ha tocado romper prejuicios externos e internos y recuerda la única vez que ha sentido discriminación. «Yo guardaba luto cuando me presenté al acceso al Bachillerato. Llamaban uno por uno e iban pasando. Dijeron mi nombre, me pararon y fui la única a la que pidieron el DNI. Me quedé muy sorprendida», rememora.
Ella desea romper los estigmas, pero sin renunciar a su identidad. «Creo que en la sociedad actual se ha abierto una puerta al diálogo, cosa que antes no existía, y ahora nos comprenden más. Yo quiero una integración sin perder valores nuestros tan necesarios como el respeto a los ancianos, el valor de la familia...», concluye.
Abigail Peralta ha roto muchos estereotipos convirtiéndose en graduada en Lengua y Literatura Hispánica, pero sin dejar de ser una gitana orgullosa de sus raíces: «Mientras estudiaba me pedí y me casé, concilié y creo que ese es un buen ejemplo», dice. Sin referentes, Peralta reconoce que la educación es la asignatura pendiente porque «no se incluye la cultura y la historia del pueblo gitano y eso provoca que se vea como algo ajeno». Aunque cada vez más familias recomiendan a sus hijos estudiar para salir de ocupaciones «que antes nadie quería o que cada vez dan menos, como la venta».
La conmemoración de los 600 años de presencia gitana en España significa para esta joven un buen momento para recordar que su pueblo «ha sufrido un racismo estructural y sistemático, que llegó hasta el intento de exterminio del Marqués de la Ensenada». «Siempre se nos ha pedido la asimilación, que seamos como el resto y que nos despojemos de lo que nos hace gitanos y eso no es diversidad ni inclusión», argumenta. Por eso pide que la sociedad «dé una oportunidad a los gitanos, que nos miren con mirada limpia y que todos tendamos puentes».
Óscar Jiménez Abogado y doctorando
Óscar Jiménez podía haber sido un gitano de tópico. «A los 7 años dejé la escuela, recibía acoso escolar y me decían que solo valía para calentar la silla», recuerda. Desde los 14 empezó a trabajar y a los 22 volvió a una escuela de adultos. Y no ha parado. ESO, Bachillerato, grado de Derecho y ahora se está doctorando y estudiando Criminología, un gran esfuerzo para «una familia muy humilde» en la que nunca faltaron el pan ni los libros. Porque, pese a dejar la formación reglada, Óscar leyó «mucho y desordenado», gracias a su madre, impenitente lectora. Ella y su padre le apoyaron aunque sus primos veían sus estudios «como una pérdida de tiempo». Tiempo que ellos emplearon en fundar una familia con 16 ó 17 años, así que ahora le ven «un poco raro, como un tío viejo», ríe al describirse a sí mismo un chaval de 33 años.
Ese trayecto vital le ha hecho abrir los ojos y por eso también pide «empatía, que se pongan en el lugar de los gitanos». «Piensa que tú sales a la calle y ves un gitano y mil payos, que vas a un juzgado y todos son payos, y en la escuela, también. O que los gitanos, de leyes orales y compromisos hablados, no comprendemos la burocracia, la cultura del papel. ¿Entiendes que pueda existir desconfianza?», pregunta
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