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Fernando Olave lleva casi tres décadas al volante de un camión y es uno de los transportistas riojanos que desde hace once días solo arrancan sus vehículos para participar en las marchas lentas –ayer fue la segunda y hoy entrarán en el casco urbano de Logroño– con las que visibilizar que «seguir trabajando en las condiciones actuales es arruinarte lentamente». «Hacemos una media de doce horas diarias para al final sacar una miseria, porque poner en marcha el camión es perder dinero», comenta a los periodistas de Diario LA RIOJA, que le acompañamos en la cabina, durante la caravana que acaba de partir de La Grajera para circunvalar Logroño por segundo día consecutivo.
Autónomo, con ocho trabajadores en plantilla (estos días consumen vacaciones), nos cuenta que los transportistas «hemos llegado a una situación límite, que ya no da más de sí». Es cierto que la espita de esta protesta creciente (Atradis Rioja, de la FER, y la patronal nacional a la que pertenece, Fenadismer, convocaron paros el pasado lunes) es el encarecimiento «brutal» del gasóleo, que lleva a «muchos a tener que elegir entre llenar el depósito (1.500 euros) o pagar la letra del camión. Unos «1.800 euros». Pero remolcan más problemas.
Los abordamos cuando ya estamos en la LO-20, camino del polígono La Portalada, a 20 kilómetros por hora como velocidad de crucero. El convoy huelguista es menos numeroso que el del martes –la Delegación del Gobierno confirmó 41 camiones, dos furgonetas y dos turismos–, pero igual de ruidoso para hacer notar el hartazgo por un cúmulo de circunstancias que han hecho de esto «un negocio ruinoso».
Por un lado, que están siendo contratados por debajo de los costes de explotación y los porcentajes que cobran los grandes operadores logísticos «no se controlan», de forma que «ellos suben el precio a sus clientes, pero a nosotros, que somos los que llevamos las mercancías, no nos los repercuten. Te dan 10 euros, 20 euros, pero esa no es la subida que debería ser». Totalmente insuficiente para cubrir otros gastos, al margen del combustible, como los seguros, el mantenimiento de los vehículos y las ruedas, que «el año pasado se encarecieron el 18% y en este ya van dos subidas, cada una del 4%».
Tras hacer sonar el claxon para agradecer los aplausos de los viandantes que están en la pasarela de San Adrián, aborda «los tiempos de espera inadmisibles» para las cargas y descargas, «los reales», y la recepción de los albaranes sellados. El proceso «debe ser de una hora máximo, pero tardan bastante, lo que te impide llegar a otros destinos, o hacerlo muy justo», y en el peor de los casos «no puedes volver a casa y tienes que dormir en el camión». Y más allá del dinero, también están las formas: «No os imagináis con qué falta de educación nos tratan a los conductores».
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Aunque para maltrato, «el de la ministra», en referencia a la titular de Transportes, Raquel Sánchez: «Que nos acusara de ser de ultraderecha nos ofendió mucho, ¡muchísimo!, pero también su negativa a reunirse con nosotros por considerarnos una minoría no representativa. Eso es engañar a la gente. Y, además, ¿cuántos afiliados tienen los sindicatos? Y, sin embargo, con ellos sí se reúne el Gobierno, que ha pensado que nosotros íbamos de farol. Y no». Un encuentro en el que plantear una demandas en las que «no pedimos el oro y el moro», pero sí «reivindicaciones que son justas». Y ahí es, abandonando el polígono Cantabria rumbo a La Grajera, cuando Fernando se pregunta en voz alta «cómo es posible que España sea el único país de nuestro entorno que no ha aprobado una reducción del precio de gasóleo, y en lugar de dedicarse a lo esencial conceda el 'bono cultural' de 400 euros a los jóvenes. ¡Qué sarcástico! Mi hija lo va a cobrar».
En el camino nos hemos cruzando con transportistas trabajando. «Están en su derecho, pero me da rabia y coraje, porque también se beneficiarán de lo que consigamos nosotros», acaba mientras apaga el motor y nosotros los dispositivos de grabación.
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