Javier Sáenz, dueño de la tienda de comestibles, es uno de los perjudicados por el cierre de la oficina de Tricio. JUSTO RODRÍGUEZ

Desmontando La Rioja rural

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Tricio se despidió el 1 de febrero de su única sucursal, que será sustituida por un autobús

Carmen Nevot

Logroño

Domingo, 20 de febrero 2022, 01:00

La vida de Pablo Antonio Sacristán va de la mano de la caja de su pueblo. En unos días soplará 87 velas, buena parte de ellos, dedicado a la banca. Primero, en su Tricio natal. Era 1958 y ese año aterrizó Ibercaja. Eran otros tiempos. ... Él mismo empezó a dar servicio al público en una habitación de casa de sus padres, junto al bar. Le montaron una caja fuerte y allí atendía las operaciones al tiempo que servía cafés en la barra del bar. No había horarios y le decían: «Pablo ¿me das dinero? Pablo esto, Pablo lo otro...». Aquel periplo duró un año. En 1959 Ibercaja montó su oficina. La misma que cerraba sus puertas el 1 de febrero y que varios operarios, desmantelaban este pasado jueves, 63 años después.

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Al igual que en el 90% de las sucursales de la zona rural, la de Tricio levantaba la persiana sobre todo en horario de noche. La razón es que estaban atendidas por agricultores que por el día se dedicaban a las labores del campo y por la noche cambiaban el azadón por la caja.

Dos años después y con una próspera carrera por delante, le trasladaron a una de las oficinas de Nájera, al mismo tiempo llevó la Secretaría de la Hermandad de Tricio. 37 más tarde se jubiló. De eso ya han pasado 27 primaveras, pero mantiene intactos muchos de los recuerdos de entonces, de una vida en la que no había espacio para el aburrimiento. «Hemos pasado por muchos avatares, pero los empleados estábamos contentos», comenta. ¿Se consideraban unos privilegiados? Le pregunta la cronista. «Un poco, sí», responde Pablo Sacristán.

En Nájera tenían veintiuna oficinas dependientes, incluidas Canales de la Sierra, Viniegra de Arriba, Villavelayo y Ventrosa. «Antes se hacía de todo y había días que si tocaba ir a Canales no llegaba a casa hasta las once de la noche». Y eso sin coche, aunque había un taxi prácticamente al servicio de la caja. «Entonces estábamos más conformes con nuestro trabajo que ahora, estábamos más dispuestos a trabajar», sentencia.

Óscar Olalla, dueño del único bar que permanece abierto en Tricio. JUSTO RODRÍGUEZ

Ahora mira el mundo de la banca desde la barrera y en ocasiones con cierta visión crítica. «Para mí hubo unos años atrás en los que los bancos quisieron abarcar hasta la luna y ahora nos ha podido todo aquello». «Son entidades que se juntaron con 5.000 o 6.000 empleados y figúrese para mantener eso. Apuntaron demasiado alto», abunda.

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En pocos años la vida ha dado la vuelta como un guante y aquellos que, como Pablo Sacristán, entendían que se debían a sus clientes, sin horarios y sin cortapisas, están aprendiendo a la fuerza a manejarse con la banca móvil. En su caso, cuenta, tiene Internet y hace alguna operación. De traerle el dinero se encarga su hijo, empleado en la banca, y los mayores del pueblo, ¿cómo se las arreglan? «Uno le dice a otro, otro le da la tarjeta, el que no la libreta...». Son, sin duda, otros tiempos. No hay un varita mágica para volver atrás y recuperar las oficinas perdidas, pero en esta pelea por mantener los servicios que ayuden a fijar población en La Rioja rural «somos los pueblos los que también tenemos que colaborar», sentencia.

«Para mí, hubo unos años atrás en los que los bancos quisieron abarcar hasta la luna y ahora nos ha podido todo aquello», apunta Pablo Sacristán«

Javier Sáenz es, junto a Ana, el dueño de la tienda de comestibles del pueblo y uno de los grandes perjudicados por el cierre de la única sucursal que permanecía abierta hasta hace poco. «Muchas veces, los empleados de las oficinas te dicen: lo puedes hacer desde el cajero, desde casa, pero yo no lo puedo evitar, tengo que ingresar». «Sí que hay algún pago con tarjeta, pero en un negocio como este –detalla– son minoritarios. Al final me tengo que buscar la vida o ir a un cajero o ir a otra oficina, pero además cada vez nos acotan más el tiempo de atención en caja».

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Para gente que como Javier es todavía joven y dispone de vehículo «es un mal grande pero asumible», reconoce. El problema se agrava para la gente mayor, que tiene que cobrar sus pensiones «que tiene que ir a sacar dinero y no tiene otro sitio y que cada semana o cada quince días le gustaba ir al banco porque tampoco tenía que tener dinero almacenado en casa». Ahora, explica, tendrá que ir a la oficina móvil que acude al pueblo dos horas al mes. Muy poco tiempo, así que «al final tienen que buscar al hijo para que le baje a Nájera o le dé dinero». Ahí sí que ve un problema porque el 80% de la gente de Tricio tiene más de 70 años «por no decir más de 75».

Mari Cruz Tecedor vive en Tricio desde hace 35 años. A la derecha, Carmen Asensio vive de continuo en su pueblo desde que se jubiló. J. R.

En la tienda que, junto con el bar, es uno de los centros neurálgicos del pueblo, «es un continuo todos los días: No hay derecho, al final los pueblos van a desaparecer». Entiende que es complicado mantener un servicio en un pueblo con entre 200 y 250 habitantes, «pero igual se podía dar otra solución con la oficina móvil viniendo más días, más horas, porque hemos pasado de tener tres horas un día a la semana a tener dos horas al mes».

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«Es un problema gordo y serio, además», pero nadie se puede «echar las manos a la cabeza» porque, asegura, se veía venir. Hace un par de años la oficina estaba abierta todos los días, luego tres días a la semana y el último año, tres horas un día a la semana.

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Óscar Olalla es el dueño del bar y otro de los grandes damnificados por el cierre de la oficina. Le afecta, dice, «porque necesito cambios, tengo que hacer ingresos porque manejo sobre todo dinero en metálico y necesito ingresar y sacar para pagar a mis proveedores». La sucursal le venía muy bien y ahora se apaña bien porque es «relativamente joven» y se puede desplazar a Nájera. «Pero claro, hay muchísima gente mayor en este pueblo, como en otros, que les afecta un montón», lamenta. Ya les perjudicó que solo abriesen tres horas un día a la semana porque tienen asuntos que solucionar. «Son gente que ha invertido en lo que le recomendaban y tienen que ir allí y perder tiempo y si con solo tres horas un día a la semana no daba tiempo... ahora». El cierre ha supuesto que muchos mayores van a tener que depender de sus hijos, de sus vecinos, de amigos porque no tienen con qué desplazarse a Nájera y «si encima en Nájera no les atienden personalmente y les mandan a un cajero....», comenta.

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«Hay algún pago con tarjeta, pero aquí son minoritarios», dice Javier Sáenz, dueño de la tienda

En su caso, para ir al bar pasaba todos los días por la puerta de la oficina y «claro, no me costaba nada. Ingresaba, sacaba y pedía cambios. Me venía como un servicio casi a domicilio y ahora me afecta mucho más. Hasta el punto de que ya no necesito tener esa cuenta». En un momento dado, «si me tengo que desplazar, igual busco otra con menos gastos o que me dé más facilidades. Me afecta a mí e igual les puede afectar a ellos también».

Carmen Asensio vive de continuo en Tricio, su pueblo natal, desde que se jubiló. Ahora «no nos queda más remedio que buscarnos la vida», apunta. Claro que «nos afecta bastante porque hay que estar pendientes del autobús y encima hacer fila». Como el resto, coincide en que los que se llevan la peor parte son los mayores, que son el grueso de los habitantes del municipio. Ella se mueve bien con bizum y transferencias a través de la banca 'on line'.

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Mari Cruz Tecedor regresa de dar una vuelta con sus compañeras. Un paseo, cuenta, en el que han hecho un repaso de la transformación que ha sufrido Tricio en una década. «Años atrás tenía farmacia, carnicería, tiendas, bares, había dos cajas y en cuestión de menos de diez años ha desaparecido casi todo», comenta. Queda un bar, la tienda de comestibles y la farmacia «que no sé cuánto durará porque está a punto de jubilarse». A eso se suma que el servicio médico «empieza a fallar algún día». Un panorama que no augura un futuro prometedor ni para este ni para muchas localidades que como Tricio ven desaparecer servicios que mantenían el pulso del mundo rural.

Jesús Turza necesita la ayuda de su mujer para moverse entre bancos en Internet y al igual que la gran mayoría del municipio considera que los más perjudicados de la desertización bancaria son los mayores.

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