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Tres toldos gigantescos cuelgan sobre el patio exterior del monasterio de Yuso. Hay cables por todas partes. Una televisión enorme retransmite en directo la llegada de las autoridades. Hay más de 150 periodistas acreditados. Se sientan en una especie de pupitres habilitados bajo los toldos. ... Hace fresquito, aunque pronto se despertará un sol flamígero y despiadado. «Dicen que viene Urkullu», suelta alguien de repente. La noticia va corriendo entre los informadores como corrían los secretillos en la escuela.
Por la televisión van llegando imágenes de las autoridades. Ahora se ve a María Chivite, la presidenta de Navarra. Ahora a Pablo Iglesias, vicepresidente segundo del Gobierno. Los periodistas juegan al quién es quién; no siempre resulta fácil adivinar qué presidente autonómico se esconde debajo de la mascarilla. Solo los más avispados, por ejemplo, reconocen a Juan José Vivas, de Ceuta. Los reporteros gráficos están apostados militarmente a la entrada. Por la pantalla aparece finalmente Urkullu y en el patio cunde cierta expectación. Los enviados especiales llaman a sus centralitas para decirles que sí, que sí, que el 'lehendakari' ya está aquí. A la entrada del recinto monástico, Urkullu, de pronto convertido en una improbable vedette de voz sombría, charla con Concha Andreu y con la ministra de Política Territorial, Carolina Darias, que han salido a recibirlo. Son los prolegómenos de una cita con mucha parafernalia. Hay una cierta confusión protocolaria causada por el coronavirus. Resulta difícil sustituir el estrechón de manos o el par de besos mejilleros. Muchos se rozan el codito. Hay algo infantil y jovial, como de fiesta de cumpleaños, en esta forma nueva de saludarse. Todas las banderas autonómicas (también la catalana, pese al desplante de Torra) están alineadas a la entrada del monasterio. El prior, Pedro Merino, con su vestidura talar, aporta un toque venerable, incluso pintoresco, al que los fotógrafos no se pueden resistir.
Pedro Sánchez aparece a las 9:30 horas. Forma un grupo con Concha Andreu, Carolina Darias y la presidenta del Senado, Pilar Llop. Esperan al Rey. Don Felipe aparece cinco minutos más tarde. Baja del coche oficial y saluda a distancia a las autoridades; no hay abrazos ni coditos ni nada; es como si pasara revista a las tropas. Con los presidentes autonómicos conversa unos segundos, a distancia. A Francina Armengol se le ve asentir nerviosamente. A su lado, Isabel Díaz Ayuso aguarda su turno en posición de firmes. Finalmente, todos se hacen la foto oficial a la entrada del monasterio. El lío, ahora sí, está a punto de empezar.
Mientras los políticos discuten de sus cosas en el refectorio, la vida avanza a paso lento en el patio exterior. Las televisiones cogen sitio, una al lado de la otra, para ir ofreciendo sus directos. Todos los periodistas dicen primero las mismas cosas y luego se fijan en lo suyo: los canarios en Canarias, los navarros en Navarra, los aragoneses en Aragón… La espera se hace larga, larguísima. A uno le gustaría saber de qué hablan los políticos cuando están solos. Qué se dicen, cómo se tratan, de qué negocian. Luego, por ejemplo, llegará a saber que Urkullu –otra vez Urkullu, toda la mañana Urkullu, continuamente Urkullu– les recordó a todos que era su onomástica (san Ignacio de Loyola) y recibió las felicitaciones de sus pares.
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La pregunta que más se oye en el patio es, sin embargo, otra: ¿cuándo acaban? El tiempo, en un monasterio, adquiere una consistencia elástica, blanda, resbaladiza, difícil de medir.
Pero hay relojes puntillosos, que cumplen concienzudamente con su trabajo. La Conferencia acaba a las 15:45. Más tarde los políticos toman un piscolabis. Y más tarde aún atienden a los medios: primero la anfitriona, Concha Andreu, luego –repartidos por diferentes salas– los demás presidentes, finalmente la ministra Darias.
Hacia las siete de la tarde, el termómetro marca 34 grados y apenas quedan los restos de una brutal batalla logística. En la entrada principal se despiden las autoridades. Pablo Iglesias choca el codo con el prior. Es, en cierto modo, una imagen refrescante.
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