Tener 10 hijos es en sí mismo un hecho noticioso. Vivir confinados con ellos durante semanas... eso es poco menos que una proeza.
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Los superhéroes de esta historia son Ana y Josechu. Ellos, pero también su extensa prole. «Ignacio (18 años), Inés (16), María ( ... 15), Pablo (14), Jaime y Gabriel (13), Teresa (11), Lucas (10), Gonzalo (6) y Mateo, que hizo 2 añitos el sábado», enumera Ana, con alguna breve pausa para situar cada nombre con su edad en la cordada.
Ana González (43) y Josechu Moraga (47) forman un matrimonio logroñés que en 16 años han tenido 10 hijos. Superhéroes en cualquier momento, en una situación como la actual lo son en grado superlativo.
Enfermera a media jornada en un centro de discapacidad intelectual en Logroño, ella; economista en Pamplona, él. Ambos, padres de familia numerosa, no, numerosísima.
Viven en un «piso grande» de la capital, «con zonas comunes espaciosas y una pequeña terraza». «Salimos a que nos dé un poquito el sol, por aquello de la vitamina D», apunta Ana, como enfermera que es.
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Por las mañanas Ana acude a su lugar de trabajo. Josechu se queda en el domicilio familiar 'teletrabajando' y al cuidado de los niños. Además, hay que preparar comida para 12 comensales.
«Los niños se están portando bien, aunque hay momentos de nervios», confiesa Ana. «Hay que tener más paciencia... hay tiempo de todo, hablamos con ellos, intentamos que solucionen los problemas que pueda haber. Son 24 horas 7 días a la semana y van muchos días... Ya hemos cogido el hábito, no queda otra», relata con un tono tranquilo.
Los críos tampoco están especialmente preocupados por la crisis sanitaria. «Ellos se sienten protegidos en casa», asegura Ana. «Sabían que podíamos aparecer alguno con síntomas, pero ahora están tranquilos. Siempre me dicen a mí, que soy la que sale a la calle, 'lávate', y ni cogen bolsas ni nada. Pero como ven que yo sigo todo el protocolo de limpieza, higiene, etcétera, están tranquilos», añade.
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Tampoco muestran interés por ir a la calle: «Ellos no quieren salir hasta que esto se solucione por completo. Prefieren no salir a tener que hacerlo con mascarilla y con tensión. Dicen, 'ya que estamos, hasta que todo el mundo se cure no salimos'. Lo tienen interiorizado», revela la madre.
La casa, así, se ha convertido en un centro de manualidades y de cocina. «Estamos haciendo muchos trabajos manuales. Y mucha cocina. Recetas, recetas y recetas», revela Ana como parte fundamental del entretenimiento diario con su decena de vástagos. «Están cocinando un montón, como cuando, antes, estaba la gente en casa. Hemos hecho pan, magdalenas, pizzas... Nos hemos vuelto cocineros y reposteros. Además, son todos de buen comer», ríe Ana.
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También dedican tiempo a ver películas y otros espectáculos infantiles 'on line'. «Tenemos más tiempo de ocio en familia, eso es lo positivo», concluye la matriarca.
Porque si algo tiene de bueno el confinamiento es «poder estar con los niños sin las prisas del día a día, sin horarios, sin tener que salir corriendo a extraescolares...», concede Ana a este tiempo de encierro.
«Yo vivo más tranquila y más desahogada, aunque tenga más trabajo de otras cosas. Pero no tener rigidez de horarios y poder dedicar a los niños más rato...», insiste Ana, una madre presumiblemente a la carrera en el día a día del tiempo escolar.
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Antes de que se decretara la suspensión de las clases, los hijos («comían todos en casa, como están en diferentes niveles educativos entre unos y otros se esperan en el colegio para venir») aprovechaban las tardes para acudir a actividades extraescolares.
Las rutinas ahora quizá se hayan relajado un poco, pero no se han perdido. «Se levantan a las nueve y sobre las diez ya están haciendo deberes. Hacen lo que pueden (ríe Ana), hasta la una...», «Lo que pueden», reitera, entre risas. Luego ayudan a su padre a hacer la comida. Que no en vano son 12 a la mesa...
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Los niños colaboran en las labores de casa «lo justo», reconoce Ana, pero en su declaración no se atisba el más mínimo reproche a sus hijos: «La cama, recoger el desayuno, ayudan con la comida...». Y poco más. Bueno, sí, cocinar. Cocinar, siempre que pueden.
Ya por la tarde, con Ana en casa, es tiempo de juego para los más pequeños, y de estudio para los mayores. «Estoy delegando mucho, son responsables», apunta la madre.
Hasta ahora la familia contaba con la ayuda de una asistenta, «pero claro, lleva tres semanas sin venir». Así que al trabajo y a la labor docente domiciliaria se suman también las ingentes tareas domésticas. «Hacer la casa, más la compra, la compra de mis padres, que como viven en el mismo edificio me encargo yo... Hago la compra (de manera presencial) para 14 personas día sí, día no». Como para no estar en forma, mental y física.
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«El que cocina es mi marido, eso sí», puntualiza Ana. «Yo me encargo de la limpieza, lavar, planchar...». El orden doméstico le corresponde a ella. El económico, a Josechu. Él es quien controla el presupuesto familiar. Pregunta recurrente: ¿Cuánto gastan al mes en comida? «Unos 1.500 euros». Que se dice pronto. «Gracias a Dios hemos conservado los dos las mismas condiciones económicas y laborales», afirma Ana.
Otro aspecto positivo que extrae del periodo del confinamiento es el menor nivel de gasto familiar. «Nos estamos ahorrando mucho dinero: el sueldo de la persona que viene a limpiar, las extraescolares, las clases particulares, la gasolina del desplazamiento de mi marido a Pamplona...», enumera.
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Y con el regusto de 'buenrollismo' que emana de sus palabras, resulta irresistible no plantear a Ana dos cuestiones para las que, seguro, tiene una respuesta automatizada...
– ¿Tiene previsto aumentar la familia?
– (Ríe). No, no, ¡nada!
– ¿Y qué les llevó a tener 10 hijos?
– No sé, desde que nos conocimos era nuestra ilusión tener una familia grande, y fueron viviendo de uno en uno... ¡Y cuando vinieron de dos en dos no nos vinimos abajo! (Ana suelta una carcajada). Después de los gemelos, otra vez. Los dos teníamos esa ilusión y hasta que no nació el décimo yo personalmente no sentí del todo que había cerrado la fase. Con el noveno me decían '¿Ya vas a parar?'. Y yo respondía 'Ayyyy, pues es que...' y siempre tenía ahí como la espina... Pero ahora ya sí que no. No sé si es porque es un número redondo o por qué, pero ya está, estamos así muy bien y hemos completado una de nuestras etapas. Ahora, a seguir.
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Con el nuevo curso, el hijo mayor, Ignacio, irá a la universidad. El benjamín, Mateo, a la guardería.
«Pasa todo rápido», reflexiona Ana. Y se oye de fondo el chapurreo del pequeño Mateo.
Pasa todo rápido: también los tiempos de crisis.
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