Diario del año del virus (2). El silencio de Amelia

«Martín no se arredra ante la 'maldición'. Mejor dicho, no se angustia por él. Piensa en su hermana, su querida Amelia»

Nuria Alonso

Logroño

Martes, 24 de marzo 2020, 18:38

Llegamos al capítulo 2 de 'El Diario del Año del Virus', un relato que por turnos irán escribiendo los redactores de Diario LA RIOJA.

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Cada uno cogerá el testigo del anterior y hoy le llega el turno a Nuria Alonso. Después de conocer ayer a ... Martín hoy aparece en escena Amelia, su hermana.

Capítulo 2.-Nuria Alonso

El silencio de Amelia

Martín no se arredra ante la 'maldición'. Mejor dicho, no se angustia por él. Piensa en su hermana, su querida Amelia. Desde niños, él siempre ha ejercido su fraternal papel de protector, de ángel guardián. Luego el tiempo, ese que ahora todo lo contamina, los ha ido separando. Ya se sabe: el trabajo, las parejas, la pereza. No es más que una distancia ficticia, de esas que se abren sin pretenderlo y se agigantan sin detectarlo. Sin conflicto, pero sin armisticio. Y ahí late, se lamenta Martín. Nunca alcanzará a atisbar cuánto.

Porque Amelia sufre. En un silencio terrible, enloquecedor. Debería estar en el mejor momento de su vida. Sin duda. Pero es al revés. Todo está del revés. No deja de rememorar y revivir aquel día de primavera precoz en el que ella y su marido, Luis, se otorgaron una tregua. Pusieron en pausa sus vidas durante un fin de semana, ni siquiera eso, una tarde y una noche fueron. No más. Comieron fuera, alargaron la sobremesa con una copa y culminaron con una noche de juerga que les deparó una agradable sorpresa. Por primera vez en semanas, rieron juntos, charlaron, planearon y reconectaron como hacía mucho tiempo. Otra vez el dichoso tiempo. La chispa resurgió y la dejaron fluir.

Aunque le parece que ha transcurrido un siglo, no han pasado más que cuatro semanas de aquel ¿fatídico? (no deja de preguntarse Amelia) día. Y sus vidas ya no volverán a ser las mismas. Amelia lo sabe, Luis también. Pero no lo comentan. No lo verbalizan. Tienen demasiado miedo. Pavor. Sobre todo ella. Apenas concibe cómo ha sido capaz de superar los dos años anteriores, en los que la frustración y las lágrimas los habían encaminado a perder la esperanza y un poco también la alegría. Y cómo habían tratado de enmascarar su infertilidad con un conformismo impostado, artificial, para enmudecer el soterrado dolor. Para asumir que quizás, cruel azar, nunca llegaría el ansiado bebé. No quería afrontarlo. Tampoco podía.

Por eso, que inopinadamente hace dos semanas el test de embarazo saliera positivo llenó a Amelia de gozo. Y la aterrorizó. Pero no por la pandemia. Ella no podía reparar en el virus, no en su estado. La llenó de pánico creer que estaba embarazada, pensar que iba a ser madre, dudar de si lo haría bien… «Qué ironía», esboza con una amarga sonrisa al racionalizar sus demonios cuando calibra la crisis sanitaria mundial en la que, si se cumplen los pronósticos (cruza los dedos a menudo, como si así espantara el mal fario), nacerá inmerso su vástago. Y no puede decir nada. Es demasiado pronto. Se gafaría, está segura. No sería la primera vez. Así que se impone la ley del silencio, la automordaza.

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Sus padres no lo saben. No aún. Debe amortiguar el mazazo por si golpea, no cree que se sobrepongan a que les vuelva a partir el alma con otra promesa rota. Su hermano, Martín, tampoco: bastante tiene él como para soportar sus dramas. A veces a Amelia recapacita sobre su mutismo y atina en que quizás ella se desembarazó bruscamente de su afán protector, como un acto de rebeldía tardía. Él tampoco se había esforzado. Ahora ya da igual.

Ni siquiera puede Amelia sacudirse el estrés del trabajo: a Luis lo acaban de despedir; temporalmente, se consuelan ingenuos; y aún es prematuro anunciar la noticia en su despacho. No conoce la reacción de su jefe aunque la intuye. Sospecha impotente que la irá apartando de los casos importantes, paulatinamente, a escondidas. Y terminará por ignorarla hasta casi hacerla desaparecer. Tampoco será nada nuevo: durante años ha asistido impasible a cómo arrinconaban a otras colegas y ella no ha abierto la boca; de hecho, hasta le ha beneficiado. Y, qué más da, si sigue sin tener la confirmación oficial del sistema sanitario y sin entrar en la rueda médica que enreda a las embarazadas. De ahí, la duda que le ronda: «¿Cuándo he de romper este silencio?». De pronto, el móvil acalla sus pensamientos. Es Martín.

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Continuará.

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