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Diario del año del virus (6). 'Magnificat salutem'

Diario del año del virus (6). 'Magnificat salutem'

«No había terminado de meter la llave en su bolsillo derecho, perplejo por lo que acababa de descubrir». Así arranca el sexto capítulo de la historia escrita por los redactores de Diario LA RIOJA

Sábado, 28 de marzo 2020

Martín había hecho un descubrimiento al final del capítulo anterior del 'Diario del año del virus'. ¿Por dónde seguirá la historia? María José González tiene la respuesta.

Capítulo 6.-María José González

'Magnificat salutem'

No había terminado de meter la llave en su bolsillo derecho, perplejo por lo que acababa de descubrir, cuando le deslumbró el fulgor de las luces azules y rojas de la Policía. No sabría decir cuántos eran, pero intuyó que bastantes. Se dio la vuelta atemorizado por ese sonido perturbador de sirenas, agravado por el cada vez más cercano retumbar seco de pisadas de combate. Hasta que escuchó:

-«¡Ni se mueva! Levante los brazos suavemente, cruce las manos detrás de la nuca y gírese... muy... lentamente».

Martín quería hacerlo, pero su cuerpo no respondía:

-¡Joder, joder!

Hasta que notó un punzamiento en uno de sus costados:

-¡Joder, joder, joder!

Y más sirenas. Y más pisadas. Y un definitivo:

-«No me haga repetírselo».

Y... Abrió los ojos de par en par:

-¡¡¡Pero... ¿Qué cojones?!!!

Tenía el mando a distancia de la televisión clavado en un riñón: todas las siestas de los sábados terminaban igual. Buscó el teléfono móvil a tientas, pero no lo encontró. Derrotado dio un salto y salió despedido del sofá. El salón estaba sumido en una penumbra, sólo iluminado por la pantalla del plasma. Sudoroso, apocado, tembloroso, Martín se palpó la cara todavía absolutamente desorientado. Se restregó los ojos. Buscó aire, no podía respirar. Así que se dirigió al balcón entreabierto. Se quitó de encima las cortinas como el explorador que se deshace de la maleza en sus incursiones por la selva y por fin salió a encontrarse, otra tarde más, con todos los vecinos en formación de coral para ejecutar sublimes el 'Magnificat salutem'. Y con alivio cayó en la cuenta de que:

-¡Sí!, ¡son las ocho de la tarde!

Todavía aturdido empezó a aplaudir, regocijado por el agradecimiento de los sanitarios que en ese momento cruzaban la avenida haciendo sonar las sirenas de sus ambulancias. Entonces fue cuando el desconocido del segundo de cinco números más arriba, como todas las tardes, encendió los altavoces; y todo el vecindario, como todos los crepúsculos, se puso a corear el 'Resistiré' del Dúo Dinámico y otras versiones libres con las que, con más voluntad que acierto, aquel DJ improvisado sacaba del letargo domiciliar a decenas de personas cada 24 horas.

Y Martín, ahora mucho más sereno y despierto, se puso a corear las canciones de aquella tarde. Y en esas estaba cuando su mirada se cruzó con la de Lucía, una ventana a su derecha que, eufórica, le dijo:

-¡Martín! ¡Qué bueno verte!

Él la correspondió con una desconcertada sonrisa, mientras pensaba:

-Pero... Lucía... ¿Tú...? ¿Y el favor que me pediste...? ¿Y la nave...? ¿Y las mascarillas...? ¿Y Amelia...? Porque... Todo ha sido un sueño... ¿No....?

La fiesta terminó, el del segundo de cinco números más arriba plegó la disco y Martín cerró el balcón y bajó la persiana al COVID-19. Y volvió a buscar el teléfono móvil. Esta vez sí lo encontró: en su bolsillo derecho... junto a la llave que le había confiado Lucía.

Continuará...

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