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Martín, Campos, Juan... estaban al final del capítulo anterior del 'Diario del año del virus' a punto de descubrir qué sucedía tras la puerta del lugar al que habían sido enviados. Es Benjamín Blanco quien nos lo descubre.
Capítulo 9.-Benjamín Blanco
Allí estaba el 'equipo A' del periodismo ... riojano con una gran puerta metálica abierta y cuyo interior les lanzaba un hedor insoportable sobre sus rostros. Juan, el fotógrafo, pensó que ya era mala suerte. Él, que pensaba que había acabado su jornada, que por fin podía descansar después de una semana demoledora se encontraba con un nuevo marrón. Él, que por primera vez en mucho tiempo se levantó de la siesta en su sofá de piso de soltero como empujado por un resorte del mismo pensando en su cita profesional con su diosa curvilinea: La Campos. Él, que sabía -aunque no muy bien por qué- que los romanos tenían una diosa llamada ocasión, a la que pintaban como mujer hermosa, enteramente desnuda, puesta de puntillas sobre una rueda y con alas en la espalda o en los pies, para indicar que las ocasiones buenas pasan rápidamente. Así sentía la oportunidad que tenía delante, Y así se le esfumó su sueño, en cuyas lascivas lisergias se imaginaba a su compañera embutida en un sugerente traje de cuero negro, montada en la grupa de su moto y con la melena al viento. Al fin y al cabo, como buen reportero gráfico era un hombre de acción, poco dado a mitologías romanticonas. La voz de Martín le despertó de su ensoñación.
- ¡Esto es el periodismo!, bramó Martín
- Chssss, le contestaron todos al unísono.
- ¿Y si llamamos al cuartelillo de la Guardia Civil de Villamediana?, sugirió Lucía.
- ¡Esto es periodismo!, le contestaron todos a una.
'Esto es periodismo', 'esto es periodismo' rumiaba Juan, que vio la oportunidad de demostrar ante la Campos que era un fotógrafo de raza. Estaba doblemente excitado: como hombre y como fotógrafo, como el cazador que se va a cobrar dos piezas. Quizá, al final, la llamada de Izquierdo no fue tanta putada como pensaba.Juan se rio por lo bajini.
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El equipo decidió adentrarse en el interior del pabellón. Aprovecharon para ponerse las mascarillas antivirus que llevaban desde el confinamiento para evitar el olor acre y nauseabundo.Juan se puso al frente del grupo. Detrás le seguía Campos, Martín y Lucía. Juan Antonio se quedó en la puerta para vigilar si alguien se acercaba.
Justo en ese momento un coche de policía giraba en la rotonda que daba acceso al polígono. Juan Antonio los vio venir, pero no le tembló la voz. Se encendió un cigarro. Tenía el culo 'pelao'.
- Buenas tardes.
- Buenas tardes.
- ¿Trabaja usted aquí?
- Sí señor. Somos una empresa de logística. Servicios esenciales, ya sabe.
- Ya supongo. La credencial de la empresa, por favor.
- ¡Glup! Esto...
'Charly Bravo a todas las unidades'. La campana le salvó. Una llamada a la radio del coche patrulla alertaba a todas los agentes de la zona para que se dirigieran a Murillo, donde varios confinados en una bodega estaban cantando por las calles del pueblo coplas obscenas.
Juan Antonio respiró aliviado, metió la cabeza entre la puerta y la jamba para alentar a sus compañeros para que se dieran prisa.
Campos sufrió de repente un cosquilleo en su culo. Aunque tenía fama de tener las manos largas, Juan no podía ser porque iba por delante. Era Izquierdo que le llamaba al móvil, que estaba en modo vibración.
- Joder, Izquierdo, ¿que quieres?
-¡Las fotos para la web y cuatro líneas de texto! Oh, no. No me digas que es otra historieta de Martín; argentino peliculero...
- «Será güevón», exclamó Martín que guardaba las espaldas a Campos y oyó la conversación. Martín giró la cabeza y entre dos grandes palés de mascarillas descubrió algo que le dejó helado. «Menudo quilombo». Varios bultos cubiertos de los pies a la cabeza con mascarillas yacían en el suelo encementado de la nave.
Juan se subió a un palé de un brinco y comenzó a tirar fotos a diestro y siniestro. Clic, clic, clic, clic...
Todos pensaron lo mismo. Era un caso a la medida de Zerimar, el Colombo de las crónicas de sucesos riojanos.
Martín, solemne, dijo: Aquí están las 543.211 mascarillas que faltan para llegar a los tres millones que se supone que hay en el almacén.
A ninguno le sorprendió la rapidez mental de Martín. Era su maldición pero también su bendición. Todos en el periódico sabían que era un poco asperger (aunque su madre decía que era muy listo y su padre, muy tonto).
El grupo, temeroso, rodeó los bultos para comenzar a descubrir que había debajo. Ya no solo era un alijo de mascarillas. Había algo más. Mucho más.
Continuará...
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