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PÍO GARCÍA
Domingo, 26 de abril 2020, 08:49
Resulta imposible negar la contundencia de las cifras. Son números tremendos, incontestables, que revelan una grieta profunda en el sistema y que plantean muchas cuestiones inquietantes. Según los datos oficiales remitidos al Ministerio de Sanidad, en La Rioja han fallecido, víctimas del coronavirus (con test PCR positivo), 175 personas que residían en centros de la tercera edad, lo que supone más de la mitad (el 56,27%) de los muertos totales en la región.
El dato todavía espanta más si lo ponemos en relación con el número de usuarios de las residencias. El número de ocupantes de la red asistencial, tanto pública como privada, asciende a 2.854 personas, según los datos suministrados por el Gobierno regional el pasado 26 de marzo. De manera que el COVID-19 ya ha provocado el fallecimiento del 6,1% de los residentes. Es decir: seis de cada cien ancianos hospedados en casas de la tercera edad han muerto ya por culpa del coronavirus. El índice de mortalidad en las residencias de ancianos de La Rioja es sesenta veces mayor que el que se registra en el conjunto de la población.
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El virus entró en los centros de la tercera edad (no en todos) y prendió como una chispa en la hojarasca. Ha sido un problema generalizado, no solo en España, pero en algunos lugares alcanza proporciones de un dramatismo sobrecogedor. ¿Qué ha fallado? El ministro de Sanidad, Salvador Illa, recordó que el pasado 4 de marzo su departamento dictó un protocolo recomendando, entre otras cosas, la férrea separación de los enfermos que dieran positivo. Aquel protocolo se transformó en una orden ejecutiva quince días más tarde. Pero trabajadores de residencias consultados para este reportaje indican que, en muchos centros, la falta de pruebas diagnósticas y de materiales de protección convirtieron esas medidas en un ineficaz repertorio de buenas intenciones. La consejera de Salud, Sara Alba, en la entrevista concedida la pasada semana a este periódico, recordó que aquella instrucción se trasladó a los centros «con toda la firmeza y la colaboración absoluta de las residencias». «La clave &ndashañadió&ndash es que, como en otras regiones, no se ha dispuesto hasta más tarde del material para hacer las pruebas diagnósticas rápidas para tener esa foto exacta y ver quién, además de presentar síntomas, podría ser un vector invisible de contagio».
El miércoles 18 de marzo, el Gobierno regional aseguró que, aunque se habían dado casos positivos en residencias, eran «pocos, controlados e identificados». Para entonces, muchas residencias ya habían lanzado un grito de auxilio: «Nos faltan medios y nos estamos aprovisionando de las maneras más insólitas», avisaban en Santa Teresa Jornet. La estadística de fallecidos en centros de la tercera edad se inaugura el 23 de marzo. Desde entonces, no ha hecho sino crecer hasta límites insoportables.
Las quejas por la falta de materiales y por la sensación de abandono en aquellas semanas iniciales de la crisis son generalizadas. En Calahorra, el principal foco de la pandemia se registró en La Concepción, donde el número de fallecimientos supera de largo la veintena, aunque en algunos casos no constan en la estadística oficial porque no llegaron a hacerles pruebas. La carencia de medios de protección condujo a la proliferación de los contagios no solo entre los ancianos, sino también de los profesionales, con la merma consiguiente de efectivos. Fuentes del centro indican, sin embargo, que la situación está ya controlada y con medios suficientes para desarrollar su labor con las suficientes garantías.
Esta parece ser ahora la tónica general, especialmente tras la organización del mando único de gestión (el 7 de abril), la llegada de equipos de protección, la intervención de la UME y la realización generalizada de los test de anticuerpos, aunque su fiabilidad sea menor que la de los PCR.
«Muchísimo esfuerzo»
Uno de los grandes focos de contagio se situó en el Hospital de Santo, en la ciudad calceatense, según informa Javier Albo. Elena Mansilla, terapeuta ocupacional de la residencia, afirma que la situación «está controlada», después de «muchísimo esfuerzo por parte de todo el personal». También indica que «se siguen solicitando los tests que confirmen que los residentes han superado el virus para poder hacer una sectorización con los datos confirmados por PCR, pero parece ser que no se van a realizar». La residencia calceatense recibe a diario la visita de la UME, que guía a su personal en la actualización de los protocolos de contención, en constante evolución. «En un mes se han llevado a cabo seis cambios organizativos, que conllevan la reorganización de zonas de tránsito, residentes, habitaciones y funciones de personal», indica. Ello conlleva mucho esfuerzo para que afecten lo menos posible a los residentes. «Tratamos de fomentar su bienestar y tranquilidad, manteniendo su actividad y rutinas en la medida de lo posible», dice.
Quince kilómetros al norte, en otro punto caliente, la residencia Los Jazmines de Haro, Óscar San Juan recoge el testimonio de Carlos, al que le acaban de confirmar que su abuela ha dado positivo en el test de anticuerpos. «Es indignante que no hayamos sabido hasta ahora si a mi abuela le habían hecho o no algún test», señala. «Yo vivo con mi mujer y mis hijos en Bilbao y no saber lo que pasa realmente nos está desgastando mucho. Nos hemos sentido abandonados». «Está siendo muy duro esto», concluye.
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J. Gómez Peña y Gonzalo de las Heras (gráfico)
Sara I. Belled y Jorge Marzo
Estela López y Sergio Martínez | Logroño
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