![Manos y criterio para devolver el esplendor a un patrimonio único](https://s3.ppllstatics.com/larioja/www/multimedia/201807/01/media/cortadas/restauracion1-khcC--624x415@La%20Rioja.jpg)
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En Estella se repite la jugada del Ecce Homo de Borja, pero con San Jorge: alguien con más buena intención que arte, y sobre todo con mucha osadía, ejecuta un mal encargo y transforma la cara de una talla del siglo XVI en un personaje de tebeo que no desentonaría un ápice en las páginas de Mortadelo y Filemón.
La situación puede causar risa -de hecho, el patio nacional está ya en ello- pero muchos, también, se muerden los labios y esbozan una mueca amarga ante semejante estropicio en una obra única, que duele como una estocada en lo más hondo de su sensibilidad. Los expertos estudian ahora la reversión de la chapuza, para lo cual deberán profundizar en las capas de la talla y encomendarse al mismo San Jorge para que la original o al menos otras posteriores sigan estando ahí, debajo de los 'brochazos'. Si no, algo se habrá perdido para siempre. Llega el turno de los restauradores, de los de verdad. Y la pregunta es: ¿Por qué no se hizo así desde el principio?.
Algunas respuestas llegan desde el Taller Diocesano de Restauración, un enorme edificio ubicado en Santo Domingo de la Calzada que formó parte en su día de un convento con un largo y polivalente currículum.
En algunas de sus líneas, por ejemplo, se lee que sirvió como cuartel del regimiento de caballería Numancia, protagonista en 1883 del pronunciamiento republicano que se conoció como 'La sargentada' y que acabó con el fusilamiento de sus cabecillas. Sus paredes huelen a historia, pero también a pintura, cola y a los mil y un mejunjes contenidos en recipientes que pueblan estanterías y mesas y que en manos de quienes saben qué hacer con ellos devolverán a las obras la frescura de sus primeros momentos y prorrogarán su vida mucho tiempo más.
En él trabajan María Jesús Paracuellos y Rubén Pérez Iracheta. Ella dirige la sección de Imaginería y Pintura; él, la de la Organería. Son dos de los cinco empleados que tiene el taller, que contrata a más según las necesidades. Comparten, juntos pero no revueltos, unas magníficas instalaciones que, por espaciosas, son todo un privilegio para su trabajo.
Entonces, se les pregunta por Borja, Estella... Y María Jesús arranca a hablar con un prólogo clarificador. «La restauración no es artesanía, ni manualidades, ni ¡manos a la obra!», matiza. Su última frase -ese «¡Manos a la obra!»-, guarda referencia a titulares fáciles que pueden dar a entender simpleza o precipitación en su trabajo, cuando justamente es todo lo contrario, ya que antes de ponerse a ellas hay un trabajo previo enorme. «En él hay formación, mucho rigor, respeto y, sobre todo, algo que debemos de tener siempre en mente, que estamos jugando con patrimonio, único y genuino, irremplazable», dice.
En definitiva, que no se puede poner en manos de cualquiera, o luego pasa lo que pasa. «Posiblemente todo esto venga en relación a que se cuenta con presupuestos súper ajustados, con dinero que no se tiene... Siempre tendemos a culpar a la mano que ha intervenido, pero la responsabilidad no está tanto en ella como en los responsables de ese patrimonio que han permitido que caiga en tales manos», afirma la experta.
«Estas situaciones vienen casi siempre dadas porque hay alguien, relativamente responsable de esa obra, que entiende que se requiere una intervención pero no tiene recursos». Y apostilla: «Porque la restauración es cara, o, mejor dicho, es justa». Rubén insiste: «En este trabajo no hay gangas». Pero alguien las ofrece y alguien las acepta. El resultado ahí está, en Borja, Estella y, seguramente, en muchos otros sitios que no han terminado saliendo en las páginas de un periódico.
En el Taller Diocesano de Restauración estas situaciones son impensables. En él nada se improvisa; cada obra es distinta y requiere una solución diferente, en cualquiera de los casos siempre precedida cada actuación de mucho estudio por parte de su personal, muy formado. No puede ser de otro modo.
Trabajar para la Diócesis, de alguna manera ser parte de ella, es otra ventaja. «Su respaldo marca una diferencia importante», dice María Jesús. «Es generosa. No tiene nada que ver con trabajar con esos presupuestos ajustados, porque la Diócesis trabaja para proteger su patrimonio», añade. Y tras las infraestructuras, condiciones y recursos, está lo más importante: el oficio.
«Principalmente, actuar con rigor. Lo primero que hay que hacer con una obra es documentarla, estudiarla, informarse, hacer un proyecto del trabajo que se va a hacer sobre ella y ya después, efectivamente, ponerse manos a la obra», indica la directora. Es a partir de este momento cuando entra en juego otro factor básico, como es la «la experiencia de muchos años», añade Rubén. Veteranía, en definitiva. «Y poner mucha alma; alma y sensibilidad», añade su compañera.
Nunca falta trabajo; unas veces se acumula demasiado y otras la cosa está más tranquila. Actualmente restauran el retablo de Fuenmayor y las pinturas sobre tabla de los milagros del Santo, de la catedral de Santo Domingo de la Calzada. También se trabaja en el órgano del templo calceatense, en silencio desde que hace casi 200 años un incendio lo dejara mudo, y en los de La Redonda y San Martín de Unx. El tiempo es su aliado, pues en realidad trabajan para la inmortalidad, como intermediarios entre pasado y futuro.
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