El Logroño amable y tranquilo, la ciudad de provincias en la que todos se conocen y nunca pasa nada desmintió una vez el tópico que la identifica. Fue en 1979. En el abril más tumultuoso que atestigua la hemeroteca. La Rioja junto al resto ... de España daba sus primeros pasos por el estrenado camino de la democracia y casi todo estaba por aprender. También el tono de las relaciones entre obreros y patronal tras la época franquista. Un hábitat en el que convivían asimismo la debilidad económica, el ansia de un país en Transición por incorporarse cuanto antes a Europa y una eterna campaña electoral -los primeros comicios municipales se celebraron el 3 de abril de aquel año tras las generales que habían aupado a Suárez-, mezclando así los ingredientes de un engrudo que estalló por el flanco laboral en el entonces poderosísimo sector del metal.
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En el marco nacional de los Pactos de la Moncloa, las conversaciones en La Rioja para mejorar el convenio metalúrgico habían encallado. «Nos negamos a la pretensión de eliminar dos artículos previos que nos dejarían a sueldo base, ganando menos y trabajando más», clamaba según las crónicas el frente sindical conformado por UGT, CCOO, CNT, USO y el Sindicato Unitario (SU). La advertencia se materializó en una movilización sin precedentes que arrancó el 26 de marzo de 1979. Aquel lunes, todo paró. Prácticamente la totalidad los 6.500 empleados de la multitud de talleres, carrocerías y firmas de automoción de la región se sumaron al paro y la tensión se trasladó a las calles en un constante tira y afloja entre las partes implicadas.
Es fácil topar con algunos de los protagonistas de aquella huelga multitudinaria. Más complicado resulta que alguno se anime a refrescar los detalles de cómo discurrió. En el ánimo general cunde la voluntad por parte de la mayoría de no remover aquel episodio, dejar reposar los recuerdos. Mario Gil accede a arrojar una luz. La parte de la luz de los que estuvieron a la cabeza de las demandas de los trabajadores. Una versión que, como subraya el entonces líder regional de la CNT, no puede entenderse ahora sin situarse en el contexto político y social de hace cuatro décadas.
«Éramos conscientes de que el conflicto podría prolongarse, y lo primero que hicimos fue articularlo bien: crear un comité de huelga, establecer una caja de resistencia, someter cada decisión a las asambleas que se repitieron casi a diario, intentar que la protesta no decayese...». Aquel plan se sustanció los primeros días en la contundente acción de los piquetes y en los posteriores, en constantes manifestaciones no exentas de violencia mientras las negociaciones seguían sin fructificar. Las imágenes que ilustran estas páginas dan fe. Entre los disturbios que jalonaron aquel pulso, uno que ejemplificó el alcance de la protesta. Logroño celebraba el entonces muy popular 'Rally Firestone' en el entorno de la plaza de toros de La Manzanera, y hasta allí se desplazó la masa de obreros. El resultado: una mezcla del humo de los tubos de escape con el de los neumáticos ardiendo y cargas de la policía tratando de restaurar el orden entre gritos y carreras.
Tampoco el recién elegido primer alcalde democrático de Logroño escapó de la tensión. Tras ser elegido en las urnas y antes de tomar posesión de la vara de mando, Miguel Ángel Marín caminaba por la Gran Vía cuando un grupo de los manifestantes que giraban por el centro de la ciudad empezó a zarandearle. «Me acerqué hasta allí, calmé los ánimos y él accedió a reunirse con una comisión de nosotros en la que le arrancamos el compromiso de ceder el polideportivo de Las Gaunas para celebrar una asamblea con la condición de... dejarlo limpio cuando termináramos», rememora Gil.
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El presidente del metal de la patronal de entonces, Ángel Aguilar, coincide en que cualquier lectura de aquella abrupta y dilatada huelga exige contextualizarla en su tiempo. «La coyuntura política era compleja y las presiones de Madrid enormes, con discrepancias entre los propios sindicatos», recalca el también integrante de la comisión negociadora en infinidad de reuniones, públicas o secretas, en las que «no se dejaba de dar vueltas y, cada vez que parecía haber un acercamiento, se volvía al principio».
Sólo la intervención de los máximos dirigentes confederales de UGT y CCOO, José Luis Corcuera y Adolfo Piñero, zanjó la huelga el 7 de mayo tras una asamblea que validó el preacuerdo por 200 votos de diferencia en un escrutinio por empresas.
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