Textos: TOÑO DEL RÍO | Fotos: JUSTO RODRÍGUEZ
Domingo, 5 de noviembre 2023, 19:48
Lunes. 5 de noviembre de 1973.
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Poco antes de las siete de la mañana, Julián Azofra recorrió con su taxi los apenas cuatro kilómetros que separan Berceo y Lugar del Río, como hacía cada madrugada de lunes a viernes. Faltaba una hora para que el ... amanecer descubriese la rotundidad de la naturaleza que adorna la zona alta del valle del río Cárdenas. Entre las casas que se alinean a ambos lados la carretera, en la aldea emilianense le esperaban las hermanas Natividad y Valvanera Pascual Hervías. Las dos trabajaban casi desde su adolescencia en la planta que Frigoríficos Logroño había abierto en la capital riojana. No eran las únicas jóvenes del valle que cada día tenían que recorrer 45 kilómetros para ir y otros tantos de vuelta para tener un oficio y una nómina. En su caso, el primer trabajo y el primer sueldo. Su intención era, luego del viaje en taxi, tomar el autobús de la empresa cárnica que se nutría de operarios de Lugar del Río y de Estollo, de San Millán, de Badarán, de Cárdenas y de Tricio antes de llegar, casi una hora después, al nuevo matadero que empresarios de Logroño y Baños de Río Tobía habían inaugurado en la carretera que une Logroño con el barrio del Cortijo.
Pero ese lunes fue distinto. Se montaron en el taxi de Julián y, enseguida, cerca de Berceo, a un lado de la carretera adivinaron la presencia de algo extraño. Un cuerpo humano que, según detalló luego el taxista, presentaba una herida en el bajo vientre, golpes en la cara y la cabeza... y carecía de latido. Era, se supo luego, el cadáver de Pepe Alesanco, un vecino de Berceo que la noche anterior había alternado con normalidad en el bar que también el taxista regentaba en Berceo...
En unos minutos, pocos, llegaba a ese punto de la carretera de Badarán el 'autobús de Frigoríficos', como se le conocía en la zona. Nati y Valvanera subieron enseguida y ocuparon su asiento de escay detrás del conductor, cerca de algunos compañeros que habían empezado el viaje ya en Estollo en el autobús que manejaba su vecino Jesús Baltanás Lerena.
Sin concesión a la demora, y mientras el taxista y tasquero de Berceo avisaba a la autoridad del hallazgo de un muerto, el 'autobús de Frigoríficos' continuaba su recorrido recogiendo operarios. La que sería su última parada la hizo diez minutos después de las 7, según recuerda un testigo, en Badarán, junto al bar El Cordobés, en la calle que corre paralela al río Cárdenas y al Camino Real, vía histórica del que esa calle toma su nombre en el callejero sopero: calle Real. Allí llegó, allí se detuvo con cerca de una treintena de ocupantes y, con prisa por el retraso que acumulaba el transporte, otras dos docenas de viajeros fueron ocupando con celeridad los asientos libres.
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Arrancó el coche sin que nadie advirtiese algo inhabitual. Embrague, primera y acelerador; embrague, segunda y otra vez el pie pisando suave el pedal derecho mientras roncaba el motor diésel del autobús de la empresa Julio Jiménez como lo hacían entonces las mecánicas de gasoil... Cien, doscientos metros y no hubo tiempo para más. En el espacio conocido como la Revuelta, nombre que se justifica en una amplia curva a derechas por la que se abandona la localidad, algo provocó que el autocar se desplazase anormalmente hasta la cuneta izquierda. Y de ahí, casi sin haber dado tiempo al conductor de negociar el giro, al terraplén que aún hoy se abre junto a la carretera y salva un desnivel de media docena de metros. O quizás algo más. O algo menos. El vehículo cedió a su propio peso y a las normas inquebrantables de la física para volcar sobre su costado izquierdo. Y ahí quedó acostado sobre su techo, con las ruedas boca arriba como una manos de bebé extendidas al cielo implorando socorro. No hubo más.
Teodoro Lejágarra ocupaba una de las cinco plazas de la última fila de asientos del autobús. Con 18 años se buscaba la vida en Frigoríficos Logroño y había subido al transporte en San Millán, su pueblo. «Aún era medio de noche», recuerda. «Oí perfectamente que el conductor gritaba 'agarraos'... No lo duda Teodoro, que hoy, con 68 años, guarda fresco aquel recuerdo. «A la vez escuché un fuerte golpe en el lado que iba yo, en la parte izquierda, y al mirar noté que ya estábamos fuera de la cuneta; luego ruidos y silencio, silencio...». Alguno de los golpes que Teodoro Lejárraga recibió en la cabeza le provocó una estado de inconsciencia del que solo saldría, magullado pero sano, minutos después. De sus recuerdos, hasta ahí puede contar medio siglo después,
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En la zona delantera del autobús, casi inmediatamente detrás del conductor, viajaba Valvanera Pascual Hervías con su hermana Natividad. Y su película mental de aquellos segundos se detiene en «un plum, un golpe seco, y luego un silencio muy grande». «Invoqué a la virgen», recuerda «y después aparecí llena de sangre, tirada en el pasillo». Con el aplomo que presta el paso del tiempo, cincuenta años, pero sin que le falte un punto de emoción asomando en los ojos, se vuelve a ver tirada en el suelo. «Estaba tirando del pie de mi hermana, llamándole...», sin encontrar la respuesta que buscaba. «Luego apareció un chico de Cárdenas: mi hermana esta muerta, le dije»
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Justo detrás del chófer, en la zona más afectada por el vuelco, viajaba sentada desde Estollo María José Orodea. Nadie a su lado. Su recuerdo es rotundo: «Me di cuenta de que el volante no le respondía, que Jesús (el conductor) lo intentaba pero no podía moverlo... Y luego me quedé atrapada con la butaca por encima... Tan atrapada, inconsciente, que me dieron por muerta». Es la segunda vez que María José habla con un periodista sobre el accidente. La primera vez fue aquel aciago 5 de noviembre de 1973 y entonces estaba en una cama de la que se conocía como Residencia Sanitaria Santiago Coello, luego Hospital San Millán. Como entonces, «recuerdo que lo primero que vi cuando recobré el conocimiento fueron las manos de Nati (Natividad Pascual, una de las víctimas mortales), aquellas manos con sus uñas pintadas...».
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Las versiones que sobre el terreno tomaron los periodistas hace cinco décadas tampoco aportan más luz. «Ha sido aquí... La rueda delantera pisó este pivote y ya no hubo manera de torcer; de bajada, con la fuerza del impulso ha dado la vuelta y caído hasta abajo», relataba al periodista sobre el terreno un vecino anónimo.
FALLECIDOS
Cuatro mujeres y dos varones Natividad Pascual Hervías, 19 años (Lugar del Río); Mª del Carmen Moreno López, 19 años; Mª del Carmen Vegas Rubio, 19 años (Badarán); Mª José Larrea Cañas, 18 años (San Millán de la Cogolla); Jesús Baltanás Lerena (33 conductor) y Juan José Monasterio Herce, 45 años (Estollo)
HERIDOS
DE BADARÁN Félix Martínez Olarte, Félix Martínez Terreros, Inés Torrecilla Gil, J. Manuel Martínez Arambarri, Pedro Gómez Lozano, Adoración Alonso Santa María, Josefa Iglesia Domínguez, Álvaro Manzanares Uruñuela, Victoria Vallilengua Orodea, Daniel López Lacalle, Juana Pajuelo Moreno, María Luisa Rivero Bajo, Juan Cerezo Villares, Valvanera Martínez Arambarri, Rosalía Sáenz López, Josefa Cereceda Loza, J. Félix Alesanco Manzanares, Pedro Bolaños Murillo, Luisa Bajo del Cerro, Julio Sáenz Olarte, Ana Julia Herreros y Ricardo Gabarri Jiménez.
DE SAN MILLÁN DE LA COGOLLA Constantina Sancha Hervías, José Manuel Reinares Llanos, Fernando Manzanares López, José María Llorente Reinares, José María Lerena Rivero, Rita Echevarría Manzanares, mari Carmen Serrano del Río, Mª Concepción Reinares Llanos, Benito Baltanás Vázquez, Roberto Ibáñez Armas, Valvanera Nieto Urcey, Magdalena Ibáñez Armas, Teodoro Lejárraga Nieto, Fernando Hernáez Lorenzo y Salvador Vázquez Lejárraga.
DE BERCEO Jesús Nieto Lerena, Mercedes Miera Azofra
DE VERGARA (Guipúzcoa) Hermenegildo Peña Pascual
DE ESTOLLO Begoña Sáenz Aransay, María José Orodea Sáenz Y Candelas Sáenz Aransay
DE LUGAR DEL RÍO Valvanera Pascual Hervías y Elisa Muntión Pascual
DE LOGROÑO María Concepción Sáenz Cañas, Ana Carmen Cañas Y José Urrutia Canillas.
Un grito despertó a Ángel Martínez de Toda. Vivía en la calle Real a pocos metros de la Revuelta. Aquella voz anunciaba la catástrofe que, en un abrir y cerrar de ojos, había fundido a negro la madrugada del Valle del Cárdenas: «El autobús de Frigoríficos...», escuchó y se echó a la calle terminando de ajustarse los pantalones. A una carrera de su portal, una voz se interesó desde una ventana por lo ocurrido. Era el padre de una de las dos soperas que perdieron la vida en el siniestro. Primero llegó Ángel a la escena donde los gritos de los pasajeros presagiaban dolor y luto. Luego el padre de María del Carmen, una de las chicas fallecidas. «Le dije que no entrara...».
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Ángel tiene una presencia física tan contundente como serena. Y uno se imagina que hace cinco décadas ambas cualidades le acompañaron para adentrarse en la oscuridad del autobús («estaba empezando a clarear», relataba al periodista hace 50 años) y tirar de los heridos, de cuerpos llenos de cortes y de sangre...
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Toño Del Río
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En unos minutos, todo Badarán se hizo uno solo para colaborar en el rescate, para darle la vuelta al autocar, para llevar a los heridos a la consulta de don Florencio, el médico... Para bajarlos luego a Logroño en los pocos coches privados que había en la brava localidad. Y para subir a los muertos hasta el Ayuntamiento, sobre cuyas mesas reposaron las primeras horas hasta que fueron reconocidos por los suyos y recogidos para ser llorados en cada casa, por todo el pueblo, por todo el Valle del Cárdenas que cada madrugada recorría aquel autobús de Frigoríficos...
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El accidente fue un mazazo en las localidades que perdieron a sus jóvenes y que sufrieron con los que aún habrían de pasar días en hospitales y clínicas de Logroño con sus roturas, magulladuras... y miedos. El autobús siniestrado era más que un simple transporte. Era la conexión entre la depresión rural de los años 70 y lo que entonces se decía 'el desarrollo'; lo que se entendía como progreso, que pasaba por concentrar la industria en grandes núcleos e ir absorviendo población que en el medio rural no veía futuro. Así, tras el accidente, no fueron pocos los que decidieron trasladarse a Logroño. De las causas del siniestro poco se supo. Entonces estas cosas se resolvían en modo discreción. Tampoco los archivos de la DGT guardan documentación del suceso. Al menos al alcance de este periodista. Frigoríficios Logroño se limitó a explicar que los trabajadores estaban todos al corriente de los pagos a la Seguridad Social. Y el seguro del transporte, pues pagó lo que tocase, reconocen algunos de lo supervivientes, que no todos porque hablar de dinero en estas lides se tiene por de mala educación. Pocos meses después, el mismo vehículo, ya reparado, cubría de nuevo el mismo servicio, con nulo tacto de la empresa propietaria y protestas lógicas de los trabajadores de Frigoríficos.
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