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Ángel Martínez de Toda vivía tan cerca de la Revuelta que le costó llegar al lugar del siniestro apenas unas zancadas. Tiene aún los recuerdos frescos y su relato no está vacío de esas emociones que le toman a uno por asalto el rabillo del ... ojo y le humedecen el lacrimal. Entró al auto aún volcado, sacó a cuanta gente pudo y advirtió que había muertos. Todo ello con enorme entereza. O eso aparentaba desde su enorme corpachón, aunque la impresión había anidado en alguna parte. Hoy recuerda que por la tarde se fue al campo, que se sentó bajo un árbol y que se vino abajo. Tan profundo que «me quedé dormido allí, sobre una piedra y con la cabeza entre la manos...».
Su vecino y amigo César Herreros, que con su Renault 8 se encargó del traslado de algunos heridos a Logroño, también guarda una memoria dolida y sentida del «multitudinario» funeral de las dos Mari Carmen, las dos jóvenes de la localidad fallecidas.
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