Últimos días de un bar de toda la vida
Llenar de vida La Rioja vacía ·
Villavelayo. Tras 130 años de vida, la última saga de los Medel cierra su local y deja al pueblo del Alto Najerilla sin el espacio totémico para la socialización del vecindarioSecciones
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Llenar de vida La Rioja vacía ·
Villavelayo. Tras 130 años de vida, la última saga de los Medel cierra su local y deja al pueblo del Alto Najerilla sin el espacio totémico para la socialización del vecindarioDomingo por la mañana. Ni un cliente se acerca aún por el bar Amado de Villavelayo, que apura estos días sus últimos latidos. Cierra para siempre (temible palabra) a finales de mes, como confiesa medio afligida, medio resignada la jefa de todo esto, María Ángeles. Que ha defendido hasta sus 66 años el local, en compañía de su marido, Ángel. «Esto es un pueblo fantasma», dispara. Apenas 18 vecinos, un magro potencial de clientes para su negocio que ayuda a explicar su jubilación. «Esto ha sido mi vida. Me ha costado, sobre todo porque echaré en falta el contacto con la gente, pero había que hacerlo», concluye. Una historia más que centenaria escribe su capítulo final.
No es un caso aislado el que se disponen a afrontar los vecinos de Villavelayo. Se trata más bien de una tendencia generalizada, síntoma de los efectos del invierno demográfico que afecta al interior de toda España, donde, según el INE, se han perdido 21.500 locales de hostelería en los últimos 10 años. Una preocupante estadística, que golpea a la actividad económica que se esconde tras las cifras y cuenta con una derivada moral, por el impacto que tiene la condición del bar como icono del pueblo que lo aloja, como tótem para la socialización. Entre las regiones donde se detecta un decadencia más acusada figura La Rioja, cuyos datos sólo empeoran Asturias y Cantabria: en esa década, el sector hostelero riojano vio desaparecer el 15% de su parque de bares. La frialdad de los números oculta una realidad sombría: casi todos esos cierres se registran donde el bar es más necesario. Donde ejerce como faro y brújula del vecindario. Donde un bar es mucho más que un bar.
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El Amado es un acabado ejemplo. Como recuerdan sus actuales dueños, sus raíces se hunden hasta 130 años atrás. Fue el sueño materializado por la familia Medel, uno de cuyos antepasados (Remigio) abrió en compañía de su esposa Mari Cruz Martínez un despacho de vinos en tan remoto lugar, al que debe treparse por esa endemoniada carretera hoy en reparación, que asegura vistas de ensueño y propensión al mareo a los viajeros con piel más fina. Remontando el Alto Najerilla, ahí donde se unen los ríos Canales y Neila se ubica el Amado, que encaja estupendamente en el concepto de bar de toda la vida. Marcas en desuso (Calisay, Licor de Oro y otras reliquias), fisonomía cañí y esa clase de ambiente castizo y fetén que el parroquiano conspicuo busca cuando ingresa en un negocio de semejante estirpe. Y una sobredosis de simpatía y profesionalidad, que suele distinguir a quienes defienden una barra de estas características allí donde más falta hace. Donde el bar proporciona algo de calor humano a la fría atmósfera propia de los municipios del valle. Un bar cuya vida se parece bastante a la de tantos otros, los bares que hasta hace no demasiado tiempo se diseminaban por el suelo de La Rioja.
Porque en su historia se reconocerán unos cuantos riojanos. Relata Óscar Robres, hijo de los últimos dueños del Amado, que luego de los fundadores llegó el turno de Pedro Medel y Margarita Pablo, quienes abrían a la clientela su comedor para atender a quienes preferían degustar en el piso de arriba las delicias que salían de aquellos fogones y esquivaban una molestia que vista de manera retrospectiva mueve a la sonrisa: abajo, junto al bar, se alojaba la cuadra para el caballo... Que era un personaje decisivo para la familia: gracias a su montura, Pedro recorría leguas y leguas con sus pellejos de vino para surtir a la feligresía de las Siete Villas. Tarea en la que pronto encontró la complicidad de su hijo Amado, quien daría con el tiempo nombre al bar: se lo merecía, porque a los 14 años ya empezó a viajar con su padre, expediciones de extrema dureza que les obligaban a menudo a dormir en el suelo. Amado, fallecido en el 2014, se convirtió en esa condición de personalidad multitarea en una institución en Villavelayo y alrededores y, junto a su mujer Ángeles, una maga de la cocina, cedió el testigo a su hija, María Ángeles. La encargada de elevar el negocio familiar a una nueva dimensión, sin abandonar esa capacidad polifacética marca de toda la saga.
Porque María Ángeles y su marido, Ángel, han sido de todo un mucho para Villavelayo. Indispensables en el retén de incendios, como cartero o vendedores a domicilio... Y defensores del bar Amado, último superviviente de los lejanos días de gloria, cuando el pueblo albergaba otros dos locales más y añadía otra pareja durante el verano. De aquel edén apenas queda rastro; cuando el Amado se integre en la triste nómina de bares difuntos que pespuntean La Rioja no sólo se extinguirá esta fértil memoria familiar. También se perderá un trozo de vida para todo el valle. Generaciones de los Medel han entregado su sudor, y también parte de su corazón, para que hubiera en Villavelayo una luz encendida siempre. La que deja de brillar, símbolo de una fúnebre agonía. Porque La Rioja vacía es un concepto físico pero sobre todo sentimental. Concluye María Ángeles: «A mí me duele pero también le duele a todo el pueblo. Era el único sitio adonde podía acudir todo el mundo, esa gente que se pregunta: '¿Dónde vamos a ir ahora?'».
El invierno demográfico no es un fantasma que se agita sólo en España. Anchas regiones de otros países vecinos, como Francia, sufren problemas parecidos, fruto de la despoblación que distingue al territorio rural. Donde quedó entronizado en el imaginario popular un concepto básico, que ayuda a forjar la identidad colectiva: el café. Esta tipología hostelera, bandera de la Francia interior, padece contratiempos similares a los que registran los bares españoles diseminados por las zonas menos pobladas del país, pero al menos de allí surge alguna buena noticia. Una especie de rebelión contra tan amargo destino: según informa TVE, acaba de nacer una asociación llamada '1.000 cafés', cuyos promotores ponen en contacto a pueblos que quieran revitalizar su antiguo café con gente dispuesta a llevar esos negocios y los ayudan económicamente. Ya tienen 550 pueblos voluntarios y 1.500 candidatos para montar esos cafés, concebidos también como centro de reunión de los vecinos. El epicentro de la socialización.
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