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«La Teresa solo es la que hace la comida, prepara la ropa, administra el dinero, hace la conserva, pare, cría y educa hijos, la que va al campo cuando hay tajo y no hay para pagar jornales o la que va a la fábrica ... cuando el campo no da lo que hace falta. Y aún se siguen preguntando algunos sociólogos, que ven el mundo con las gafas de una encuesta, por qué en el campo hay más hombres que mujeres y por qué, en los pueblos de La Rioja, el índice de mozos viejos es tres veces superior al de la capital. Tendrá que ver con el cambio climático, ¿eh Teresa?». Así concluye el profesor Emilio Barco, en su libro 'Donde viven los caracoles', el pasaje dedicado a su madre y a la mujer rural.
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Esas madres forman parte de una generación anterior que trabajó muy duro para procurar estudios a sus hijos con la idea de que tuvieran una vida mejor en la ciudad o, cuando menos, con más alternativas: «Son madres 'coraje', que trabajaban 24 horas al día». Pilar Fernández Eguíluz recuerda así a la suya: «Yo era chica y, en teoría, no servía para las labores de campo, así que estudié fuera... En Valencia, en Madrid... y luego trabajé en una empresa textil, pero hace casi 20 años decidí que quería volver a mi pueblo».
Juan Bautista García y Ana Fernández Bengoa han 'reconstruido' Bodegas Paco García. De la original casa familiar, Heredad Garblo, que vendía en los mercados locales, llevan ahora sus vinos desde Murillo a prácticamente todos los rincones del mundo. La pareja vive con su hija Violeta en el pueblo, aunque, sobre todo Ana, viaja por el mundo prácticamente todas las semanas. Paco García emplea de forma fija a 12 trabajadores.
Junto con Carmelo, su hermano, Pilar gestiona Bodegas Fernández Eguíluz en Ábalos, su pueblo, donde vive feliz: «Contamos con la tierra, el vino y, aunque no nos lo ponen fácil a la bodega pequeña, tenemos la carretera al pie del pueblo, así que no podemos quejarnos demasiado si miramos a los Cameros por ejemplo». Ábalos, con 220 habitantes y 14 bodegas, vive por y para el vino: «Aquí soy feliz, trabajas en la viña, en la bodega, en casa, en la furgoneta repartiendo... pero con tu familia y con tu gente». «La mayoría de los días con botas -continúa-, pero también con los tacones si hay que ir a una feria».
Pilar considera que las pequeñas bodegas son estratégicas para el territorio, para mantener la vida en los pueblos: «Aquí había cereal y viñedo..., el cereal ahora casi es testimonial, así que imagínate qué sería de la Sonsierra sin los viticultores y estas pequeñas bodegas». Ábalos, de hecho, fue históricamente un pueblo de jornaleros de un marquesado, aunque todavía hay gente que piensa que la gente del vino gana mucho dinero: «Una vez, en una feria, un tipo me dijo que de qué nos quejábamos si ahora en los pueblos tenemos hasta calefacción...».
Peña la Rosa es una ermita de Ábalos y la marca principal de Bodegas Fernández Eguíluz. Los hermanos Carmelo y Pilar continúan con el empeño de su padre, que en 1989 decidió dejar de vender el vino a terceros y apostar por la marca propia. Pilar estudio y trabajó fuera hasta que a comienzos de siglo decidió volver a casa. La bodega familiar lleva varios años seleccionando pequeñas partidas de sus mejores viñas para elaborar vinos con personalidad y con el saber hacer histórico de una comarca que vive por y para el vino.
Ana Fernández Bengoa (Bodegas Paco García) lleva 20 años viajando por todo el mundo dedicada a la exportación de vinos. Hace algo más de una década conoció a Juan Bautista García, ingeniero agrónomo quien, al fallecer su hermano mayor en un desgraciado accidente de tráfico, se ocupó de la bodega familiar nada más terminar los estudios.
Juan Bautista y Ana han dado una vuelta de 180 grados al negocio familiar con Paco García en Murillo de Río Leza: «Nació Violeta y nos planteamos si vivir en Logroño o continuar en Murillo porque viajamos mucho». «No nos podemos quejar: tenemos guardería, escuela y la niña es feliz con la libertad que ofrece un pueblo y, no te digo nada, los abuelos que la ven y la disfrutan todos los días».
Paco García da empleo a doce personas, la mayoría del pueblo, de forma fija: «Claro que creamos trabajo y fijamos territorio». Ana Fernández Bengoa sigue dedicada a la exportación: «Una semana puedo estar en Shanghai, en Nueva York, en Alemania o en México... y acabarla en Murillo». «Con el enoturismo además -continúa- estamos abiertos prácticamente todos los días y vivir junto a la bodega nos ha facilitado mucho la vida: lo mismo me da viajar por el mundo desde Logroño que desde Murillo».
El empresario Roberto Guillén y su esposa Marian decidieron volver a casa en el 2008. Levantaron una bodega en torno a una explotación familiar de viñedo y frutales, Finca de los Arandinos, y acabaron por hacer un hotel. En siete años han pasado por los Arandinos, que emplea de forma fija a 20 personas, 7.000 clientes hospedados de 184 países. Guillén confiesa que es feliz en el campo y en el pueblo. «Aquí es donde se vive la vida realmente», asegura.
Roberto Guillén, empresario que puso en marcha el hotel/bodega Finca de los Arandinos, regresó a Entrena, su pueblo de origen materno, en el año 2008 con su mujer, también de la localidad: «La crisis y mi suegro que iba a jubilarse y dejar los cultivos me trajo de vuelta al mundo rural, así que hicimos una bodega y luego quisimos cerrar el círculo con el hotel». Finca de los Arandinos ha puesto a Entrena, que pocos extranjeros había visto hasta entonces, en el mundo: «En siete años hemos alojado a 7.000 personas de 185 países», señala Roberto.
El matrimonio es feliz con la decisión de volver a casa: «Me gusta el campo, la vida se vive de otra forma y me encanta el tractor y trabajar la viña y los frutales», confiesa Roberto Guillén, quien sí echa de menos un mayor compromiso de las administraciones: «Para mí hubiera sido mucho más barato y cómodo invertir en la comunidad vecina, pero mi casa es Entrena». El empresario considera que es necesaria también una estrategia clara sobre turismo: «Todo está demasiado centralizado en Laguardia, Haro y la calle Laurel de Logroño». Guillén, que con su hija tiene el cambio generacional garantizado, lamenta que «el mundo rural se muere poco a poco, ya que no hay relevo; de hecho, los trabajadores del campo son emigrantes y no sé que sería de nosotros, de todo el campo riojano, sin ellos».
Laura, originaria de Valverde (pedanía de Cervera), y Wandert son dos científicos que se conocieron en Groningen (Holanda). Laura sigue trabajando en la investigación, mientras Wandert, biólogo molecular, lo dejó todo, su país incluido, por Valverde. Se casó, compró una viña y, con parte de las que también cultiva su suegro, elabora en una pequeña bodega, Lauwa, que también edificaron. Es feliz haciendo y vendiendo el vino, en España y en restaurantes de su país. «Estas oportunidades pasan una vez en la vida», explica.
La de Wandert Schaafsma y Laura Bozal es una preciosa historia de amor entre dos científicos que ha llevado al primero a afincarse en Valverde, pedanía de Cervera, con la idea de construir allí su proyecto vital en torno a una pequeña bodega, Lauwa, acrónimo del matrimonio. Wandert trabajaba como investigador de neurociencia en la universidad de Groningen (Holanda), donde recayó Laura con una beca Erasmus. Ambos trabajaron luego en Bilbao, en el Parque Tecnológico en diferentes programas de investigación, pero el holandés decidió dar un giro a su vida.
El padre de Laura es viticultor y Wandert decidió probar. «Compré una viña propia y, con parte del viñedo de mi suegro, recalé en Valverde». Hoy en día alterna su domicilio en esta pequeña población con visitas a Bilbao, donde Laura sigue trabajando, y también con la venta de vino: «No me quejo, vendemos en España y en Holanda, donde tenía contactos, pero el proyecto vital de los dos, cuando podamos funcionar como empresa está aquí». El padre de Wandert es un gran amante de los vinos y fue también quien le animó a probar: «Ahora se jubila y quiere venir por aquí a echar una mano».
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