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El mejor remedio contra la España vacía son las personas. Obvio. Gerardo Hernando es, quizá, un caso atípico, pero sirve igualmente. Abogado, trabajaba en la asesoría jurídica Torreal, de Juan Abelló, y vivía en un adosado a 30 kilómetros de Madrid. Mujer, cuatro hijos, ... y una vida 'acomodada'. Un buen día -que para él lo sigue siendo, sin arrepentimientos que valgan- decidió dejarlo todo, aquel «entorno tóxico», y trasladarse a Logroño. Frisaba el año 2001 cuando supo de una casa de mediados del siglo XVIII en la aldea de San Antón. La compraron. Las labores de rehabilitación le vinculaban cada vez más al lugar. «Tiraba mucho de mí», recuerda. Y un día decidió irse a vivir allí. Los hijos compaginaban la vida entre sus estudios y la aldea. «Quise que conocieran unas formas, sensibilidades y maneras de vivir a las que no se puede acceder desde una ciudad», recuerda. Ahora, casi veinte años después cree que dio en el clavo, vistos los resultados. «Esto es una escuela de vida y cátedra de formación de personas integrales. Un pueblo es humanismo», asegura.
En la actualidad, Gerardo vive solo. «Estoy solo sí quiero», apostilla sobre la voluntariedad de su situación, no sin observar, también, que «la soledad es absolutamente necesaria para que el ruido de la vida no te impida conocerte y conocer a los demás». Es uno de los tres vecinos fijos de la aldea, de los que viven y duermen allí todo el año, en su caso salvo el tiempo que le ocupa su trabajo de gestión y asesoramiento medioambiental. Los fines de semana gotean vecinos hacia las casas rehabilitadas, varias de ellas en una calle sin rótulo oficial que los lugareños siempre han llamado Alta. En verano pueden llegar a juntarse hasta veinte personas. Una multitud.
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Jorge Alacid
Como todas las de la zona, la de San Antón vivió mejores tiempos. Según el catastro del Marqués de la Ensenada, en 1752 había 14 habitantes. Ese mismo año, todas las aldeas de Ezcaray sumaban 266 vecinos y 15 viudas: estas se contabilizaban aparte. En 1954 eran ya 717 vecinos, 56 de ellos de San Antón. «Vivían aquí y vivían de aquí», dice como 'quid' de la cuestión. Ahora quedan 'cuatro'. El del tambor también se fue.
El tiempo allí transcurre de otra forma. «Aquí, vivir y levantarse no es algo rutinario», afirma Gerardo. Todo es diferente en estos lugares, en los que «un mayor es siempre alguien». Él sabe de dónde viene el agua que bebe, con la que cocina y se ducha. La naturaleza es el patio de su casa. Hace poco estuvieron un día entero sin teléfono. «Y no pasa nada», ironiza. «Para vivir aquí necesitas menos que en una ciudad», sentencia, aunque ve la despoblación como algo «irreversible» y carga sus tintas contra las administraciones públicas, que «no están orientando actuaciones que permitan pensar que pueda haber aquí algún futuro». Y piensa en voz alta: «En el primer municipio forestado de La Rioja, ¿por qué no una factoría de transformación de residuos vegetales (pellets) o de transformación de productos cinegéticos?. Es decir, alternativas que generen empleo y que generen futuro», dice.
No ve solución a esta dinámica social. «Cuando un chaval diga en el colegio que quiere ser agricultor, ganadero, veterinario como su abuelo, entonces podremos pensar en positivo», opina. Hasta entonces, el futuro que atisba es el de muchos domingos, de residentes regresando en sus coches a las ciudades, tras haber pasado el fin de semana en la aldea. Pero también puede ser que allí ya no quede nadie para verles marchar.
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