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rafael m. mañueco y Anje Ribera
Corresponsal. Moscú
Miércoles, 16 de junio 2021, 16:18
Vladímir Putin tiene un calculado hábito en las cumbres. Al presidente ruso le gusta hacer esperar a otros líderes mundiales, a veces durante horas. En su anterior reunión con un mandatario de Estados Unidos, en 2018 con Donald Trump en Helsinki, llegó 45 minutos ... tarde. En 2013 el entonces secretario de Estado John F. Kerry durante su visita a Moscú se desesperó durante tres horas antes de ser recibido. Pero el récord de sufrimiento es para a canciller alemana, Angela Merkel, que tuvo que soportar un retraso de cuatro horas en 2014. Incluso Francisco vio cómo Putin entraba media hora tarde en Ciudad del Vaticano para la audiencia papal. La tardanza de Putin fue noticia por primera vez cuando hizo que la reina Isabel II le esperara 14 minutos en 2003, aunque el Kremlin lo atribuyó a un atasco de tráfico en Londres.
Sin embargo, en Ginebra varió su estrategia, a pesar de que llegó al aeropuerto de la ciudad suiza sólo treinta minutos antes del inicio de la reunión a bordo de su avión presidencial, un Iliushin-96 blanco con el logotipo 'Rossiya' (Rusia) en el fuselaje, además de dos banderas de sus país pintadas, una en la cola y otra longitudinal a modo de cinta. Denegó ser recibido en la pista por el alcalde y otras autoridades locales, como sucedió el día anterior con Biden, porque no se trataba «de una visita de Estado bilateral con las autoridades helvéticas» y se dirigió de inmediato a Villa La Grange (El Granero, en francés), sede del histórico encuentro.
La flamante limusina Aurus de Putin, completamente blindada y de fabricación rusa aunque una réplica del Rolls Royce británico, y la otra docena de vehículos negros con la comitiva de guardaespaldas entraron a las 13.05 horas en los parques públicos de La Grange y Eaux-Vives, vecinos entre sí, que acogen a la villa del siglo XVII dentro de sus treinta hectáreas. El líder ruso fue recibido por su homólogo suizo, Guy Parmelin, sobre una alfombra roja desplegada en las escaleras y flanqueada en ambos lados por las banderas de Rusia, EE UU y Suiza, además de macetas de flores. Tras el protocolario saludo ambos entraron al palacio construido por la familia de banqueros Lullin.
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Biden hizo su aparición once minutos después desde el hotel en el que se alojó la noche del martes tras su llegada a Ginebra a bordo del Air Force One procedente de Bruselas. Sin embargo, permaneció dos minutos más en el interior de 'La Bestia', la fortaleza móvil fabricada en 2009 por General Motors para los presidentes estadounidenses. Parmelin aguardó con paciencia ante la puerta para saludarlo y conducirle hasta la sala interior en la que, esta vez, le tocó esperar a Putin.
Pocos minutos más tarde Biden– con traje negro y corbata azul celeste–, Putin –también de negro, pero con corbata morada pálida– y Parmelin –de azul– reaparecieron en la entrada de 'La Grange' para la fotografía conjunta. Casi los mismos colores que ambos mostraron en marzo de 2011, cuando el ahora presidente norteamericano era vicepresidente de Barack Obama y Putin, primer ministro con Dmitri Medvédev, lugarteniente del 'zar' del Kremlin.
Parmelin pronunció unas palabras de bienvenida «a la ciudad de la paz» en calidad de anfitrión y después los dos líderes se retiraron a una de las bibliotecas para iniciar las negociaciones sin apenas dirigirse la mirada. El norteamericano lo intentó, pero el ruso siempre mantenía su vista al frente, con pose militar. Fue también Biden quien tomó la iniciativa al tenderle la mano para el primer apretón después de diez años. «Siempre es mejor verse cara a cara», manifestó el actual inquilino de la Casa Blanca.
Biden y Putin ignoraron las preguntas gritadas en medio de un tumulto caótico de periodistas de ambos países que reprodujo la tensión latente de la cumbre. Empujones, bloqueos mutuos de las cámaras, algunas palabras malsonantes... entre los cuerpos de prensa de Estados Unidos y Rusia. Ninguna de las partes aceptada los 'pools', establecidos por la organización suiza. Esta práctica –que permite que unos pocos representantes de los medios entren para el momento de las fotos en la primera parte de una reunión para luego compartir su trabajo con otros compañeros– saltó por los aires a las primeras de cambio. Los más disgustados eran los norteamericanos, que se quejaron de que el acto comenzó antes de que ellos siquiera hubieran llegado al edificio.
La disputa había surgido ya desde primeras horas de la mañana, cuando la organización comunicó a los informadores rusos su ubicación en el Théâtre de l'Orangerie, en la zona alta del parque y a dos minutos a pie de la mansión. Desde su posición pudieron ver el escenario montado al aire libre para las ruedas de prensa.
Sin embargo, desde el lugar donde fueron colocados –colina abajo– el centenar de periodistas estadounidenses no era posible divisar esta zona ni el propio palacio. Pese a su proximidad, todo quedaba oculto por los árboles. El conflicto estaba servido. El malestar se incrementó cuando la prensa tuvo que soportar el fuerte control de seguridad, con exhaustivas revisiones de los equipos.
El Gobierno helvético asignó a Ginebra tres mil policías y un millar de militares para garantizar la seguridad. El espacio aéreo del país permaneció cerrado mientras duró el encuentro de los dos presidentes y la ciudad cortó el tráfico de todas las calles a orillas del lago Lemán, así como las que rodean los parques de La Grange y Eaux-Vives, una de las zonas de mayor tráfico en la ciudad. Un decreto prohibió asimismo manifestaciones de protesta durante la celebración de cumbre Biden-Putin.
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