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Eman Hammad, de 19 años, e Inaas Rayyan, de 20, son dos jóvenes gazatíes que sueñan con convertirse en pintoras y desde hace seis meses su arte está prisionero de la guerra. El asalto de Hamás a las comunidades israelíes vecinas a la Franja y ... la posterior operación de venganza lanzada por el Gobierno hebreo ha transformado los cuadros de estas artistas, que ahora reflejan la «decepción, miedo y tristeza que sentimos porque la vida aquí ya no tiene sentido», lamenta Hammad desde la tienda de campaña en la que vive con su familia, en el campo de refugiados de Deir el Balah, en el centro de la Franja. Miles de personas llegan hasta aquí en los últimos días desde Rafah, escapando ante los preparativos de Israel para lanzar una operación a gran escala contra la última ciudad que les queda por asaltar.
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El pincel de Hammad muestra ahora rostros retorcidos de miradas imposibles, sombras inquietantes y paisajes turbulentos. «No tenemos agua ni electricidad, hemos pasado frío en invierno y ahora aprieta el calor. Estamos bajo el zumbido constante de los drones y las explosiones, que generan un dolor de cabeza imposible de calmar. Me siento como una rosa a la que han arrancado con sus raíces, la han tirado al suelo y ahora pisotean», dice Hammad.
El asalto sobre Rafah, en plena frontera con Egipto y donde llegaron a refugiarse hasta 1,5 millones de personas, se ha convertido en el monotema para la gente desplazada en el sur. Benjamín Netanyahu adelantó que tenía ya la fecha marcada y, pese a no contar con el respaldo de Estados Unidos, es una operación que el ejército pondrá en marcha en breve y para la que ya ha desplegado dos nuevas brigadas.
Hammad sueña con «salir de Gaza, viajar a Turquía a estudiar allí Arquitectura, tocar el violín debajo de un árbol en completa seguridad y libertad…». Estos pensamientos le ayudan a superar el bloqueo impuesto por Israel, volar más allá de la verja de separación y plantarse bajo un cielo libre de la amenaza permanente de los drones.
Rayyan estudiaba Bellas Artes, pero ya sabe que Israel ha destrozado su facultad, como ha hecho con las principales universidades de Gaza y para continuar sus estudios tendrá que salir. De niña, mucho antes de empezar a escribir, ya se pasaba horas pintando. La guerra le ha confinado en una pequeña habitación en Rafah, donde conviven 15 personas. «Tenemos poca comida, vivimos sin gas ni luz bajo los bombardeos y el olor a pólvora. Toda esta situación ha influido en mi obra, en mi manera de pintar porque ya no hay elementos bonitos, todo es reflejo de esta barbaridad».
Pasan los días y a Rayyan se le acaba el poco material que pudo salvar cuando tuvo que abandonar su casa en Yabalia, al norte de la Franja, para poner rumbo al sur. Con ella se llevó su ordenador e intenta hacer animaciones, pero es complicado por la falta de electricidad. Como Hammad, ella también quiere «aprender idiomas para contactar con gente de todo el mundo y ver el mundo que hay fuera de Gaza, nuestra tierra es ahora un cementerio de cemento».
En medio del dolor, Rayyan se esfuerza por no perder la esperanza y se refugia en sus notas y bocetos como vía de escape, pero la guerra la atrapa las 24 horas del día y la somete. Una guerra que ahora llama con fuerza a las puertas de Rafah.
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