El hombre que manda en Turquía desde hace veinte años nació y creció en Kasimpasa, un barrio humilde de Estambul a orillas del Bósforo. «Este es el que llamamos 'castillo' de Tayyip Erdogan, su bastión dentro de la ciudad, donde habitualmente el nivel de apoyo ... supera el 70%, pero estamos ante las elecciones más difíciles de su carrera y nadie sabe lo que pasará», opina Mustafa Köse, muhtar (una especie de alcalde) de Kaptanpasa, el distrito del barrio donde residió el líder islamista hasta los años noventa.
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Su teléfono no para de sonar y atiende cada llamada mientras revisa el registro de las personas con derecho a voto. Los vecinos acuden al muhtar en busca de ayuda porque no llegan a fin de mes, necesitan comida, dinero para pagar la electricidad o el alquiler. «Los primeros diez años de Erdogan fueron espectaculares y la economía creció, pero ahora vivimos el peor momento desde que gobierna. Ha hecho grandes cosas como recuperar Santa Sofia como mezquita, pero la economía será el factor clave en los comicios del 14 de mayo», opina Köse.
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La renta media de un apartamento en Kasimpasa ha pasado de 1.500 liras al mes (75 euros al cambio actual) a 7.000 (350 euros), una subida inasumible para los residentes de un barrio levantado por emigrantes del Mar Negro llegados a la ciudad en los años 30, como la propia familia del líder islamista.
Frente a la oficina del muhtar está la mezquita de Sinan Pasa en la que Erdogan se encargaba de dirigir muchas veces las oraciones. El pequeño templo está separado apenas unos metros de la casa donde nació hace 69 años, «aunque la original era de madera y fue derribada», explica el muhtar. La que sigue en pie es la vivienda en la que habitó hasta que fue nombrado alcalde de Estambul, un bloque rosa de cuatro pisos de altura en el número 34 de la calle Piyale Mumhanesi.
El ascenso político de Erdogan comenzó al frente de su ciudad natal, donde ocupó la alcaldía entre 1994 y 1998, cuando fue encarcelado bajo la acusación de «atacar los principios laicos de la república». Esta detención fortaleció su imagen ante el electorado más conservador. En 2001 fundó el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP). En 2002 ganó por sorpresa las elecciones y se convirtió en primer ministro. Desde entonces ha salido victorioso en todos los comicios a los que se ha presentado y ha superado un golpe de estado.
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«Éramos inseparables, tenemos la misma edad, estudiamos en el mismo colegio y yo me encargaba de darle agua durante los partidos de fútbol en los días de calor», recuerda Mehmet Tuluoglu, amigo de infancia y vecino de la misma calle. «Antes venía mucho, pero desde que es presidente solo le vemos por la televisión. El terremoto y la crisis económica van a marcar el voto de la gente, creo que puede recibir como máximo el 45 de las papeletas. Esta vez veo a Kılıçdaroğlu como claro favorito» apunta Mehmet en presencia de un muhtar que asiente e insiste en que «son los comicios más difíciles para Erdogan».
Kemal Kılıçdaroğlu, líder del socialdemócrata Partido Republicano del Pueblo (CHP), es la persona que puede apartarle del poder tras una carrera marcada por sucesivas derrotas en las urnas. Este político de 74 años es la antítesis de su rival, ha logrado unir a seis partidos para acabar con él y desde 2017 es apodado como 'Gandhi Kemal' tras liderar una marcha desde Ankara a Estambul en señal de protesta por la detención de miles de empleados públicos, activistas, periodistas y políticos. «Estas son unas elecciones para elegir entre una democracia y un sistema autoritario», suele decir este político pausado a la hora de referirse a la cita del 14 de mayo.
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Mehmet ve ganador a Kılıçdaroğlu, pero apenas se pueden observar carteles suyos en el «castillo de Erdogan». Aquí el rostro omnipresente es el del líder islamista y las banderas son las del AKP, con el símbolo de la bombilla en su parte central.
Las dudas sobre la continuidad del mandatario en el poder se zanjan de un plumazo en la mesa donde desayuna Selahattin. A sus 77 años, este hombre tocado con un gorro de lana del Besiktas, uno de los grandes equipos de Estambul, lucía el número 4 en la camiseta del club del barrio en el que Erdogan era el 10. «Era como Cristiano Ronaldo, tenía un disparo potente y un salto poderoso, corría los noventa minutos y era muy generoso con los compañeros. Un 10 como futbolista y como político, no hay nadie como él», opina su excompañero de vestuario.
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Después de varios tés y de terminar el queso, pepino, tomate y limpiar las semillas de sésamo que los simit (pan circular turco) han dejado sobre la mesa, Selahattin muestra en su teléfono fotos antiguas del equipo con el presidente agachado en la fila de abajo. Echa de menos aquellos días y verle en estas calles empinadas de Kasimpasa en las que las nuevas generaciones solo conocen a Erdogan a través de la televisión.
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