Las persecuciones que sufre la minoría cristiana en Pakistán nos muestran un esquema psicótico recurrente en la humanidad: histerias colectivas por supuestos crímenes que muchas veces son totalmente imaginarios. En la Europa medieval una y otra vez se acusaba a la minoría judía de secuestrar ... niños cristianos. A continuación, las masas enardecidas realizaban pogromos indiscriminados para vengar el ultraje, pero cuando las autoridades investigaban el asunto se descubría que ningún niño había sido echado en falta. Todo habían sido rumores sin fundamento pero que las gentes los creían porque estaban predispuestos a creérselos, pues así podían desahogar sus más bajos instintos.
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En otros lugares y culturas el esquema básico era el mismo, aunque cambiasen los crímenes y se acusase a otros villanos, como demonios o brujas, por ejemplo.
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En Pakistán no hace falta denunciar que ha desaparecido un niño y correr el riesgo de que te respondan que te dejes de tonterías, que no falta niño alguno. Basta y sobra con acusar a alguien de blasfemar contra el Islam. La legislación vigente favorece deliberadamente las acusaciones arbitrarias. Aunque sean totalmente inventadas da igual porque el clima de histeria colectiva que está siendo deliberadamente instigado en este país, la acusación en sí es prueba suficiente.
Con 200 millones de habitantes, Pakistán ha cuadruplicado su población en sesenta años. Incluso aunque los recursos disponibles per cápita fueran los mismos –que no lo son–, aglomerar una población creciente en un mismo espacio conduce fatalmente a mayores tasas de violencia intracomunitaria. Las minorías son siempre el chivo expiatorio perfecto, no sólo desde el punto de vista emocional, sino que atropellarlos también ofrece obvias ventajas materiales. Los cristianos pakistaníes no llegan al 2% de la población total, pero aún así son cinco millones. Si añadimos otras minorías no islámicas como hindúes, farsis, sijs o budistas, tenemos nueve millones de 'infieles' a los que se puede dar leña a voluntad hasta que se les extermine o se les expulse sólo con lo puesto.
Las persecuciones contra cristianos y otras minorías no pueden explicarse únicamente por factores socioeconómicos. Mucho antes de que la situación interna se hubiera deteriorado existía ya una clara hostilidad y discriminación hacia ellas, que arranca del nacimiento del Estado. Cuando India logró la independencia los musulmanes exigieron un Estado para ellos solos, para no tener que mezclarse con infieles, y en esa onda siguen. Por eso, aunque los tribunales tienden a dar sentencias favorables a las minorías y el Gobierno despliega miles de hombres para protegerlas, podemos estar seguros de que los pogromos anticristianos o antihindúes van a continuar.
Pero el plato fuerte va a ser la comunidad musulmana chiita, unos 40 o 45 millones. Saquear a los hindúes o los cristianos es calderilla y eliminarlos apenas va a aliviar la situación material y de creciente falta de espacio de la mayoría musulmana sunita. Los chiitas son casi la cuarta parte de la población total y, a medida que la situación interna pakistaní se vaya degradando, iremos viendo los primeros estallidos de la gran guerra civil sectaria en un país con armas nucleares.
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