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La guerra lo destruye todo hasta tal punto que, cuando uno deja atrás su vida, está tan en ruinas que lo hace feliz de haberse salvado. Ese es el sentimiento que predomina entre los hispanopalestinos de Gaza que han sido evacuados a El Cairo, adonde ... llegan solo con una maleta pero también con esperanza por haber sobrevivido. A los 41 que salieron el lunes se suman otros 74 que lo hicieron este martes, después de otra jornada interminable en el paso fronterizo de Rafah y un viaje de casi doce horas en autobús hasta la capital egipcia.
Nada más abrirse la puerta del vehículo al llegar, un niño y una niña salen corriendo y se echan en brazos de su padre, Martín Awour, quien se los come a besos loco de alegría. Llevaba sin verlos más de un mes y, en sus peores momentos, pensó que jamás volvería a reencontrarse con ellos, ya que quedaron atrapados en Gaza cuando estalló la guerra el 7 de octubre. Unos días antes, Martín Awour, palestino con pasaporte español, había salido de la Franja para ir al médico y ya no pudo regresar. Ni su familia salir, hasta que su esposa y sus cuatros hijos fueron evacuados el lunes en el primer grupo de hispanopalestinos que llegó a El Cairo, ya durante la madrugada del martes.
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«Estoy muy contento. Me he pasado más de un mes sin poder dormir preocupado por mi familia. Llevo aquí varias horas esperando y por fin los tengo conmigo», explicaba emocionado Martín a este diario, testigo de la llegada a El Cairo de los españoles de Gaza. Este primer grupo formado por 41 personas, de los que 22 son menores de edad y seis mayores de 70 años, no solo ha sobrevivido bajo los bombardeos constantes de Israel y la falta de comida y electricidad, sino que ha pasado una odisea de casi un día hasta llegar a la capital egipcia.
Todos estaban citados a las siete de la mañana en el paso fronterizo de Rafah, pero no se presentaron en El Cairo hasta pasadas las cinco de la madrugada del martes. En total, 22 horas porque les costó doce atravesar las aduanas de Rafah, sobre todo la egipcia, y otras diez recorrer los 400 kilómetros que hay hasta El Cairo por los numerosos controles policiales en la carretera.
«Ha sido un día entero, 22 horas desde que salimos», se resignaba agotado Salah Awad El Sousi, un doctor en Farmacia que llegó a España en 1969 y hace de coordinador de la comunidad hispano-palestina. Tras salir por fin de Gaza, cuenta que sufre «un doble sentimiento: un poco de alegría y tristeza. Un sentimiento que nunca hemos tenido a la vez: lo que hemos dejado allí, lo que todavía sigue en nuestra memoria… Y también alegría porque ya llevamos 22 horas sin oír un bombardeo por aquí o por allá». A sus 73 años, asegura que su familia ha sobrevivido todo este tiempo, sin apenas víveres ni electricidad, «como podíamos», ya que cree que «el ser humano se puede adaptar a cualquier circunstancia si tiene un poco de paciencia y un poco de juicio».
Aunque los palestinos están tan acostumbrados a las guerras que suelen hacer acopio de víveres por si acaso, llegó un momento, reconoce El Sousi, en que «no teníamos nada que comer, y eso que vivíamos en una zona buena de Gaza donde residen los extranjeros que trabajan para las organizaciones internacionales». Según relata, «teníamos arroz, lentejas y judías para ir tirando, pero todo se fue gastando y nos vimos obligados a reducir las comidas a una al día y luego tomar solo un poco de pan con té. Pero, como los palestinos son muy duros de pelar y estamos habituados a ayunar durante el Ramadán, lo sobrellevamos porque había algo más importante aún: no moverse en busca de comida porque eso era peligroso».
En todo el mes que El Sousi ha pasado escondido en Gaza hasta su evacuación, confiesa que «solo he salido una vez a la calle, para cortarme el pelo, y tuve tanto miedo que me dolía todo el cuerpo por la falta de movimiento». Cobijado primero en su hogar cerca de la playa de Gaza, que abandonó días antes de que fuera destruido en un bombardeo, se refugió luego en la casa de su hermana y finalmente con otro familiar en el campo. Desde allí se dirigió hasta Rafah cuando se anunció la evacuación de los palestinos con pasaporte español.
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«Tuvimos que pagar diez veces más por el coche que nos llevó hasta el paso fronterizo y no solo se escuchaban las bombas alrededor, sino que había cadáveres por las calles», recuerda con amargura. Tras salir con su esposa e hija menor, esperaba de madrugada la llegada de dos sus hijos, sus esposas y tres de sus nietos.
Como uno de los miembros más veteranos de la comunidad española en Gaza, El Sousi ha ayudado en esta evacuación. Formado en España, donde desarrolló buena parte de su carrera profesional, regresó a Gaza en 1994 para fundar la primera facultad de Farmacia en la Universidad de Al Azhar. Como docente, ha dado clases a numerosos farmacéuticos gazatíes y recuerda que «15 de ellos han muerto en estos últimos bombardeos de Israel». Por la magnitud de este nuevo conflicto, cree que su evacuación será distinta a las de 2008 y 2014, cuando pasó casi dos meses en Madrid y Amán, y se pregunta «qué va a ocurrir con los evacuados que, como yo, ya no tenemos vivienda en España».
Esa es la siguiente incógnita para un futuro que ve lleno de «odio, rencor y venganza» entre las nuevas generaciones. «No quiero eso para mis nietos ni para ningún niño», declara tras descansar del viaje porque, según dice, «he dormido mejor solo dos horas que seis bajo los bombardeos constantes».
Como el paso de Rafah está cerrado a los extranjeros y la Prensa por la amenaza yihadista en el norte de la península del Sinaí, este diario esperó al primer autobús del contingente español en Ismailia, justo después de salir del túnel que cruza el canal de Suez. Tras siete horas de guardia, el autobús apareció a las tres de la madrugada porque había tenido que pasar hasta ocho controles en el Sinaí. Circulaba junto a dos autobuses de Suecia, que también sacó el lunes a 79 palestinos con esa nacionalidad.
A continuación, los tres vehículos enfilaron a toda velocidad hacia El Cairo, pero volvieron a ser parados por la Policía en un peaje de la autopista para comprobar el número de pasajeros. Por las ventanillas, a los adultos y ancianos se les veía dormitando y con rostros exhaustos por tan interminable viaje. Los niños, en cambio, hacían gala de su energía infantil y saludaban alzando el pulgar entre amplias sonrisas de felicidad.
A las cinco de la mañana, y mientras las mezquitas llamaban al primer rezo, el autobús por fin aparcaba a las puertas del Hotel Azal Pirámides, donde los hijos de Martín Awour saltaban nada más abrirse la puerta para fundirse en un abrazo con su padre. El mismo que El Sousi esperaba darles de madrugada a sus nietos, después de su odisea en busca de un lugar sin bombas.
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