A las pocas horas de que Israel ordenara evacuar el este de Rafah, Ismael Haniye, máximo líder de Hamás, comunicó ayer a los mediadores de Catar y Egipto que el grupo islamista aceptaba la propuesta de alto el fuego discutida en El Cairo durante el ... fin de semana. La primera reacción de Israel, que no envió ninguna delegación a la capital egipcia, fue negativa y fuentes oficiales citadas por medios locales dijeron que este texto no era el mismo que ellos conocían. Sin embargo, horas más tarde fuentes de Tel Aviv se avinieron a examinar el documento.
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El portavoz principal de las Fuerzas Armadas, Daniel Hagari, señaló que se analizaría «muy seriamente» cualquier propuesta que facilite la liberación de los rehenes retenidos por las milicias palestinas en la Franja. «Vamos a agotar todas las posibilidades sobre las negociaciones y la vuelta de nuestros ciudadanos a sus casas lo antes posible», afirmó, según recogió el diario israelí 'Yedioth Aharonoth'.
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La noche del lunes el primer ministro, Benjamín Netanyahu, mantuvo consultas telefónicas con su gabinete de guerra para decidir su contestación. Del cónclave surgió una respuesta provisional que señalaba que la oferta estaba «lejos» de sus exigencias, incluso de lo que considera «esencial». Pese a ello, Tel Aviv enviará una delegación para hablar de todas las alternativas con el objetivo de «alcanzar un acuerdo». Mientras, optó por seguir con la operación en Rafah para ejercer una presión militar» contra los que considera terroristas, una postura que, según advirtió el Gobierno de Jordania, «pone en peligro» la consecución del acuerdo.
Por su parte, el ministro de Seguridad Nacional israelí, Itamar Ben Gvir, estima que todo es un «truco» del enemigo. El político ultranacionalista sionista declaró que «la única respuesta posible a los juegos de Hamás es la orden inmediata de conquistar Rafah, aumentar la presión militar y continuar combatiendo hasta derrotar al enemigo».
La cadena Al-Jazeera, recientemente prohibida por Israel, detalló que, según la propuesta aceptada por los islamistas, el acuerdo incluye tres etapas de alto el fuego de 42 días cada una. En la segunda de ellas se recoge el cese de las operaciones militares de forma permanente y el fin del bloqueo a Gaza en la tercera fase. Estos dos últimos escenarios nunca los ha aceptado Israel.
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La pelota está ahora «en el tejado» de Netanyahu, según destacó Hamás. El primer ministro israelí se enfrenta a la presión del sector radical de su gabinete, que amenaza con retirarle el apoyo, y de las familias de los rehenes capturados el 7 de octubre, que salieron a la calle de manera inmediata para pedirle que acepte la propuesta de paz y le advirtieron de que, de lo contrario, «arderán las calles».
Estas situaciones de confusión no son nuevas y se han vivido en conflictos anteriores. El periodista Tzvi Joffre, del diario 'The Jerusalem Post', recordó que «en el pasado Israel y Hamás acordaron ceses del fuego y al mismo tiempo hicieron afirmaciones contradictorias sobre los términos aceptados, que, en cualquier caso, nunca se hacen públicos. En teoría, podrían volver a hacer lo mismo si los mediadores y ambas partes estuvieran dispuestas a recuperar la tranquilidad». La diferencia en este caso es Rafah, porque un acuerdo de tregua supondría la suspensión de una operación que parece en marcha.
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La respuesta positiva de Hamás reactivó la esperanza de un alto el fuego que no se vive en la Franja desde noviembre y llegó al final de una jornada cargada de desesperación tras la orden de evacuación del este de Rafah, la más cercana a la verja de separación. Decenas de miles de palestinos recogieron sus pocas pertenencias y se pusieron a caminar rumbo a Al-Mawasi y Jan Younis, las 'zonas humanitarias' designadas por el ejército. Allí les esperan, en el mejor de los casos, tiendas de campaña en campos levantados contra el reloj con apenas servicios básicos para atender sus necesidades.
La mayoría de estos civiles desanda un camino que realizó hace meses huyendo de las bombas. Entonces les dijeron que Rafah era un lugar seguro, pero ahora ha dejado de serlo. Joe Biden mostró ayer a Benjamín Netanyahu por teléfono una vez más su «preocupación» ante la operación, pero quien tiene la última palabra es el primer ministro, como se demuestra una y otra vez desde el 7 de octubre.
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Nabil Awad, de 36 años, es un trabajador de World Central Kitchen (WCK), la organización del chef español José Andrés, y está muy nervioso porque no sabe «qué hacer». «Tengo aquí a mi familia y mi trabajo, no tenemos información sobre el lugar al que nos ordenan ir, no sabemos nada de nada. A veces pienso que es mejor quedarnos y arriesgarnos a que nos maten, como han hecho ya con miles de gazatíes, que salir sin saber a dónde ir», dijo.
Los mismos nervios comparte Abed al-Sami Bardawil, de 57 años, porque «somos unas setenta personas entre todos los familiares, para movernos necesito un camión y no tenemos dinero para transporte. ¿A dónde iremos? En Jan Younis no hay un metro cuadrado libre. Estamos recogiendo las cosas, pero no hemos tomado una decisión, nos espera una larga noche de preocupación».
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La zona este de Rafah ha sido atacada en numerosas ocasiones por artillería y aviación. El ejército planea una operación de «alcance limitado» para la que estima necesita que salgan unas 100.000 personas, detalló un portavoz militar. Esto significa que los israelíes plantean un plan por fases y en este primer paso dibujan una invasión a pequeña escala en las zonas delimitadas.
En Rafah se refugian más de 1,3 millones de civiles y entre ellos operan cuatro batallones de Hamás, que hasta ahora apenas han entrado en combate. Israel considera que este paso adelante es la única solución para acabar con su enemigo, cazar a los cerebros del ataque del 7 de octubre y liberar a los más de cien cautivos que siguen en poder de los grupos palestinos.
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El primer movimiento de Israel en Rafah provocó mensajes de advertencia inmediatos. A Egipto le preocupa la seguridad de su frontera y dijo que un ataque crearía «peligros humanitarios extremos». Unicef confirmó este riesgo y su portavoz, James Elder, señaló que el plan es «horrendo» porque «no hay ningún lugar a dónde ir. Esta idea de 'zonas seguras', que se planteó por primera vez en noviembre, ignora por completo el hecho de que no se trata solo de no bombardearlas, sino de garantizar que las personas tengan acceso al agua, a los servicios sanitarios y a los alimentos».
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