«No estaremos felices hasta que Or sea liberado por Hamás»

«Creemos que está vivo por lo que nos ha dicho el ejército y nos estamos preparando para el momento de su vuelta. Pero, hasta que Or no esté aquí, no seremos felices», cuenta a este periódico por videollamada su hermano mayor, Michael. Tras la alegría inicial por la inclusión de su nombre en la lista de los rehenes a liberar en la primera fase, su familia vive estos primeros días de la tregua con una mezcla de esperanza e incertidumbre. Or, de 34 años y con una enfermedad neurológica, no saldrá de Gaza hasta la quinta o sexta semana, tras las mujeres y hombres mayores de 50, y su hermano sabe que cualquier cosa puede ocurrir hasta entonces. «Tenemos esa incertidumbre. Incluso si está vivo, cada segundo puede ser el último. Que esté vivo hoy no significa que lo esté mañana», advierte preocupado Michael, quien confiesa que se levanta «cada mañana con ese pensamiento».

Desde que su hermano fue secuestrado por los terroristas de Hamás el 7 de octubre, ni él ni su familia tienen vida. Aquella mañana de infausto recuerdo, Or y su esposa, Eynav, dejaron a su bebé, Almog, con los abuelos y se fueron al festival de música electrónica Supernova, donde fueron asesinadas más de 360 personas. Aunque Or y Eynav se cobijaron en un refugio antiaéreo con otras personas que huían despavoridas de la matanza, los sacaron con granadas de allí y mataron a la mujer junto a otras 17 personas.

«La última imagen que tengo de mi hermano es de un vídeo grabado por los terroristas de Hamás, montado en una furgoneta junto a otros rehenes y con las manos cubiertas con la sangre de su esposa», relata Michael, sacando fuerzas de flaqueza para hacer frente a esta tragedia que les ha tocado sufrir.

«¿Cómo se puede vivir y seguir adelante cuando te ocurre algo así?», le preguntamos con miedo a ahondar aún más en tan dolorosa herida. Pero Michael asegura que «todavía no he tenido tiempo para hacer el luto», ya que su misión por lograr la libertad de los rehenes le ha inmunizado contra el dolor. «Ya no tenemos una vida normal. Antes tenía un trabajo como gerente en una compañía internacional, disfrutaba con mi familia y mis tres hijas pequeñas, salía con mis amigos y me entretenía con mis aficiones… Pero, desde aquel 7 de octubre, no hago otra cosa más que luchar por la libertad de los rehenes: hablando con el Gobierno y los medios y participando en actos públicos», cuenta Michael. «Incluso cuando me encuentro con mis hijas, es como si no estuviera con ellas», admite compungido antes de asegurar que «si duermo tres horas, es una buena noche».

En este punto, quiere aclarar que «no odio a los palestinos, sino a Hamás, que ha raptado a mi hermano, asesinado a mi cuñada y juega con la liberación de los rehenes como si fuera un 'reality show'. Por ese motivo, Hamás debe ser totalmente eliminada. Si todos pudiéramos vivir juntos, esta tierra sería el cielo. Pero, desde que naces aquí en Israel, sabes que siempre hay alguien que quiere matarte y cualquier día puede ser el último».

Toda esta angustia fue paliada en parte con la liberación de las tres primeras rehenes. «Me alegré mucho por ellas y sus familias. Aunque no las conozco personalmente, he pasado tanto tiempo con sus parientes y nos hemos contado tantas cosas de los secuestrados que ya son como una familia para mí», se congratula Michael, quien también tiene claro por qué el acuerdo ha llegado justo ahora.

«Hemos visto que todo ha cambiado desde que Trump fue elegido. Solo cuando Trump lo ha decidido, Hamás ha dejado de jugar. Aunque ha empezado su presidencia este lunes, su gestión arrancó incluso antes de llegar a la Casa Blanca. Por eso, estamos agradecidos y esperanzados en que todos los rehenes vuelvan y podamos vivir todos en paz», sentencia Michael Levy. En su opinión, «que este acuerdo no saliera adelante en mayo o el verano pasado, cuando se presentó uno muy similar, se debió a que no hubo suficiente presión de la comunidad internacional, especialmente de Qatar, Egipto y Turquía, pero también de los medios y de nosotros mismos».

Mientras espera el regreso de su hermano Or, el menor de tres, Michael también tiene que ocuparse de su sobrino Almog y de sus padres. Aunque el pequeño, de tres años y medio, vive con su otro hermano, cuenta con pena que «hemos tenido que decirle que su madre no volverá jamás, pero no podemos mostrarle vídeos de ella para no confundirlo aún más. Solo podemos decirle que estamos buscando a su padre».

A sus propios padres, que son mayores y deben medicarse, no puede ocultarles la realidad. «Mi padre es como un muerto andante: apenas habla, solo trata de sobrevivir porque tiene que hacerlo, como un zombi… Y mi madre pasa del optimismo excesivo a llorar cada noche hasta dormirse. No sale de casa y está pegada al teléfono».

Además de hermano mayor, Michael debe ejercer de padre y no puede permitirse el lujo de dejarse llevar por los sentimientos ni el dolor hasta que sea liberado Or.