La guerra de los pastores
A tiros por una vaca en África ·
Las pugnas por el ganado, los pastos y los pozos desatan devastadores enfrentamientos en la parte oriental del continente, en países como Uganda, Kenia, Etiopía y Sudán del SurSecciones
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A tiros por una vaca en África ·
Las pugnas por el ganado, los pastos y los pozos desatan devastadores enfrentamientos en la parte oriental del continente, en países como Uganda, Kenia, Etiopía y Sudán del SurNinguno de los asistentes podrá olvidar la misa de Navidad celebrada en la aldea keniana de Kataboi. Mientras los parroquianos asistían al oficio, las puertas de la iglesia se abrieron inesperadamente y un forastero irrumpió en el interior. El desconocido se acercó resueltamente a uno ... de los feligreses, le apuntó con una pistola y le voló la cabeza ante el espanto general. Luego se supo que el asesino era un etíope al que la víctima le había robado una vaca. El sujeto había cruzado la frontera tan sólo para cobrarse la venganza. Nunca ha habido perdón cuando se trata de problemas de ganado en África Oriental.
El Valle del Rift acogió una revolución trascendental hace cinco mil años. Los individuos sustituyeron la recolección de frutos, sumamente azarosa, por el cuidado de animales como los camellos o las cabras, para hacerse con un sustento más regular. Pero la precariedad siempre estuvo presente en la vida de las etnias que los apacentaban. La escasez de hierba de la sabana semiárida y los ciclos impuestos por las lluvias estacionales les obligaban a realizar largos y peligrosos desplazamientos. La trashumancia genera disputas con otras comunidades por el uso de tierras y manantiales, y favorece las emboscadas y las rapiñas.
El argumento nos remite inevitablemente a los 'western' clásicos, pero no nos encontramos ante el guión de una película de John Ford. Los conflictos por la posesión de las reses, los pastos y el agua, entre los pastores han sido una constante histórica. Ahora bien, las transformaciones contemporáneas han sido letales. «Antes los enfrentamientos eran a palos, actualmente utilizan fusiles automáticos», lamenta la hermana brasileña Lourdes Patrocinio, testigo de aquel drama en una remota población del distrito de Turkana Norte.
La situación ha empeorado sustancialmente en una vasta área que comprende territorios de Uganda, Kenia, Etiopía y Sudán del Sur. Las luchas intercomunales se han intensificado por el incremento demográfico y la consiguiente presión sobre el suelo, las catastróficas consecuencias del cambio climático, especialmente graves en la zona, y el impacto del creciente mercado de armas.
Los ejércitos han favorecido el espanto. El fin de la dictadura de Idi Amin en 1979 permitió el saqueo de sus arsenales y que los ganaderos de la región septentrional de Karamoja, la más pobre del país, se pertrecharan como nunca antes lo habían hecho. Desde entonces, los enfrentamientos sólo se han agravado, a pesar de los esfuerzos gubernamentales por desarmar a los civiles.
Todas las miradas apuntan a Sudán del Sur, el país más joven del mundo, como el foco de la mayor violencia y el gran distribuidor de armamento. Las estadísticas avalan ese auge. En agosto de 2011, sólo un mes después de su independencia, hombres armados de la tribu murle atacaron asentamientos de sus vecinos lou nuer. Los asaltantes mataron a 600 personas, raptaron a otras doscientas, mujeres y niños, y se llevaron unas 25.000 reses. El acto suponía la revancha por otro robo cometido por sus rivales. A final de año, un convoy de ganaderos lou nuer fue también asaltado, a pesar de que contaba con protección militar, y hubo otros cien fallecidos.
El futuro político estaba en entredicho y pronto se demostró inviable. La guerra civil que padece la bisoña república desde 2014 ha exacerbado el odio hasta el paroxismo entre sus etnias. Ahora no se pretende tan sólo saquear, sino también acabar con el rival. Las armas de última generación proliferan. «Los soldados recuperan las pistolas del campo de batalla y las venden a los civiles porque su salario es muy bajo, mientras que otros han abandonado el combate y se las han llevado consigo», explica John Ngbapia, representante local de la ONG Rural Development Action Aid, contraparte de la entidad española Manos Unidas. «Los pastores compran fusiles AK-47 por el precio de dos vacas y las aldeas están infestadas de armas».
La corrupción de la Administración nutre un conflicto ancestral. Los oficiales de mayor rango en el Ejército abastecen a sus tribus y clanes para favorecer la rapiña de los otros y protegerse a sí mismos, según este experto en agricultura. «Además, algunos de ellos también tienen rebaños y proporcionan fusiles a sus empleados», aduce.
La escalada no cesa. Según explica, los ganaderos ya están utilizando ametralladoras PKM, capaces de realizar 250 disparos por minuto, y emplean estrategias militares en sus ataques con el objetivo de destruir al enemigo. «El conflicto se ha vuelto más brutal, se asesina a cientos de personas, y mujeres y niños son desplazados, asesinados o secuestrados». Los civiles abandonan sus casas y huyen. Uganda acoge a millón y medio de refugiados y, según datos de ACNUR referidos a noviembre de 2022, 850.000 procedían de Sudán del Sur.
El cambio climático también incide. «Las poblaciones no pueden mantener sus reses en su tierra natal porque la hierba se ha secado y el agua escasea, mientras que las inundaciones empujan a los pastores a buscar pastos», explica Ngbapia. La pérdida de recursos involucra a otros agentes. «Esta coyuntura les ha forzado a entrar en la región de Equatoria, habitada mayoritariamente por agricultores. El regreso a sus hogares y el control de los pozos se ha vuelto objeto de constante conflicto entre clanes y tribus, trashumantes y granjeros sedentarios».
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Los gobiernos centrales no suelen ser los promotores de paz, sino otro factor negativo más, dotado de sus propios y mezquinos intereses. «El fracaso del Acuerdo de Paz de 2008 se debe a la falta de voluntad política», reconoce. Dirigentes como el presidente Salva Kiir y el vicepresidente Riek Marchar, utilizan las fidelidades tribales para impulsar sus propias ambiciones.
La realidad es similar en la región keniana de Turkana, olvidada por Nairobi, o la ugandesa de Karamoja, situada al noreste del país. «El régimen ha marginado sistemáticamente a los karamojong, sus habitantes, privándoles de servicios sociales e impidiendo la actuación de las ONG». El panorama se ha agravado sustancialmente con el descubrimiento de yacimientos de oro, uranio y petróleo en el lugar. «Quieren expulsarlos de sus hogares para que entren las compañías extractivas y ellos, que son pastores guerreros y familias nómadas, no lo van a poner fácil», asegura Lázaro Bustince, director general de Fundación Sur, institución que lleva a cabo trabajos de investigación y documentación sobre el continente africano.
Los intereses exteriores se solapan sobre las pugnas interétnicas locales. «El ganado es su tesoro, el valor sobre el que gira la vida del individuo», indica, y pone el ejemplo habitual del joven que roba medio centenar de reses para proporcionar la dote a los padres de su prometida. «Aunque sabe que ese acto tendrá consecuencias graves», recuerda, y señala que un millar de jóvenes fallece anualmente en reyertas relacionadas con el tráfico de reses. «Celebramos un encuentro en torno a resolución de conflictos para hallar soluciones que eviten el derramamiento de sangre. Como ocurre en Sudán del Sur, también abundan los fusiles automáticos».
Ahora bien, cuando uno posee un arma puede hallar aplicaciones no menos fructíferas que el cuatrerismo. «Las emboscadas a vehículos suelen ser frecuentes en el periodo de vacaciones son frecuentes porque es una manera de que los estudiantes se hagan con fondos para pagar sus estudios», indica. En el oeste de Kenia, proliferan las noticias en torno a bandidos de la etnia pokot que detienen autobuses como los delincuentes asaltaban diligencias en el lejano Oeste norteamericano. «Roban a los pasajeros y no resulta extraño que abatan a viajeros de origen turkana, sus enemigos», señala Patrocinio. «Ya nadie se desplaza de noche. Es muy peligroso».
Karamoja no interesa a los medios de comunicación, habitualmente más preocupados por la miseria de la torturada Somalia. «No existen servicios financieros ni bancarios disponibles para las personas y los animales son los 'bancos ambulantes'. Antes situaciones de crisis y sequía en las que no se puede mantener a los animales, se producen grandes crisis alimentarias y de supervivencia», añade Francisco de Asís Lópe Sanz, director de las ONG Ayuda en Acción en Uganda.
Señala además que el robo de ovejas o cabras no provoca sólo inseguridad o el incremento del índice de violencia por las represalias, también distorsiona a la baja los precios de las reses en los mercados. «Este aspecto no suele tenerse en cuenta, pero el efecto está ahí y provoca un ciclo en espiral que deprime aún más la economía de la región».
Algunos roban, otros matan y todos comparten similar penuria. Las tensiones se asemejan en sus características esenciales en todo el Cuerno de África. «La diferencia entre uno y otro país es el peso demográfico de cada etnia», apunta Bustince. «Cuando hay dos que destacan, el pulso se polariza e, inevitablemente, se disputarán los medios, la tierra, el ganado y el poder».
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